High Life, crítica. “La prisión última”. Película de la semana

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High Life
La prisión última
Por Erick Estrada
Cinegarage

Juliette Binoche se monta en un aparatejo animal que en mucho recuerda las aproximaciones al orgasmo de otro mundo que Amat Escalante nos dibujó en La región salvaje, un animal mecanizado que nos recuerda más viscosamente de lo que quisiéramos que el acto sexual es tan individual como orgiástico, tan liberador como carcelario. Dibs, su personaje, es también una mezcla viscosa de hechicera cósmica, científico loco, Gran Hermana cruel y fría y una máquina de follar. Las razones son elementales: en la nave espacial que comanda viaja encerrada con reos que serán liberados una vez que la misión que les encomendaron como sentencia se cumpla.

Viajan todos a un gigantesco agujero negro del que tienen que extraer la energía necesaria para que la Tierra que abandonaron hace años resucite y vuelva a funcionar.

En ese encierro Dibs tiene además otra misión, la de juguetear con los fluidos de sus tripulantes para realizar experimentos de fertilidad que nos orillan en espíritu a los juegos que Cuarón ejercitó en Los niños del hombre y que despiertan en ella pulsiones que de ninguna manera piensa ocultar pues sencillamente es la única dueña real de su cuerpo invadido de cicatrices históricas.

A su lado encontramos a Monte (Robert Pattinson), un reo que probablemente es el único que sabe que esto es más una misión suicida (¿es suicida el final que le da Claire Denis en este guión atmosférico y meditabundo, rasposo y oscuro, decadente y que nos inunda de preguntas?). Monte huye de esta hechicera que se vuelve una fogata expresionista cada vez que se acerca a esa máquina animal de sexo y satisfacción pero también resulta una víctima de ella, poseedora de los cuerpos y las mentes de estos condenados que aparecen en desplazamientos temporales que Denis activa con una gracia incómoda y bizarra y que le dan a su película un tono de infinito, de trampa espacio temporal en donde todo es porque todo fue. El Solaris de Andrei Tarkovsky se asoma así cada vez que estos viajes en el pasado y en el presente dejan un resquicio y la película de Denis se llena de subtextos melancólicos y atemorizantes, de vida en agonía (ese jardín en la nave nutrido sólo con la mierda de sus tripulantes) y de muerte omnipresente. A ella, a esa muerte, se oponen los personajes de Denis, todos marcados por un pecado social pero dotados de cierta voluntad  de vivir, algo que dadas las circunstancias es más una maldición que un camino a la supervivencia: ¿hay que luchar por la vida cuando se viaja en una nave desastrosa hacia la materialización imperfecta del infinito que es un Agujero negro?

En esos márgenes del infinito Denis nos habla todo el tiempo, con susurros de bruja hipnotizante y construye atmósferas que evaporan sus subtextos para que cada quien, cada uno de nosotros, nos quedemos con uno, o todos, o los rechacemos por saber que final quizá ya ha ocurrido y sólo debemos darnos cuenta de ello.

Es decir, High Life, sus pláticas tácitas entre lo nuevo y lo viejo (Monte y su pequeña hija Willow), entre lo salvaje y lo frío (Dibs y Monte en arrebatos contrarios, sexo y vida, sexo y muerte), entre lo que llega al final o termina en el principio (¿es suicida el final que le da Claire Denis a sus personajes?), es una exploración de lo tremendamente humano llevado al límite, del futuro que nos ha alcanzado y del que sólo se puede escapar sumergiéndose en él. Es un mosaico narrativo de tiempos y rostros de desasosiego que nos hunde en un nihilismo ritual, que nos desorientan en medio de una narración visual certera, poderosa, ruda y con temple: la espalda de Dibs y la forma como la cámara la recoge, la cámara que observa en contrapicados esperando no ser descubierta para no asumir que ella misma acompaña a estos personajes al final, las luces misteriosas, a veces tan expresionistas como las contorsiones de satisfacción libidinosa de esta hechicera estelar, el montaje que desvía nuestra atención para hundirnos más en los pensamientos que ese mismo montaje provoca. Ilusión malsana.

Un prodigio de auto exploración,de discurso visual que habla de lo humano y de su decadencia, de un planeta devastado como puede -y quizá deba devastarse- el cuerpo que se nos ha regalado, un mensaje de desesperanza en momentos tan vitales como las sonrisas entre padre e hija.

La sangre es vida, el semen el vida, el sudor es vida, la saliva es vida, los óvulos son vida y Dibs maneja todo bajo la mirada precisa de la cámara de Denis que nos muestra a toda esta vida, elemental como es, dirigiéndose a un final inevitable. La película se retuerce en ella misma y el efecto es fulminante. Nihilismo ritual. Inexplicable y disfrutable no narración de una directora que transgrede al género, con genio e ingenio, solamente para revitalizarlo.

CONOCE MÁS. Esta es la crítica de Erick Estrada a la película Una bella luz interior, dirigida por Claire Denis.

High Life
(Alemania-Francia-Reino Unido-Polonia-EUA, 2018)
Dirige: Claire Denis
Actúan: Robert Pattinson, Mia Goth, Juliette Binoche, Andre Benjamin
Guion: Claire Denis, Jean-Pol Fargeau, Geoff Cox
Fotografía: Yorick Le Saux, Tomasz Naumiuk
Duración: 110 minutos.

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