Hijo de la oscuridad: Brightburn, crítica.

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Crítica de Hijo de la oscuridad

Hijo de la oscuridad
Tenemos que hablar de Brightburn
Por Erick Estrada
Cinegarage

El punto de partida no es de ninguna manera sorprendente pues viciados como estamos de la idea del superhéroe en las historias que se suceden en los cines no es tan extraño que un niño/Moisés que cae a la Tierra se sienta un completo extraño y opere como el paladín de la justicia, o harto de la imbecilidad humana se torne contra ella y sólo nos salve el hecho de que su madre se llame igual que la de Bruno Díaz.

Brightburn está en medio. Recoge la idea del alienígena que parece humano y del que poco después descubrimos sus superpoderes pero luego le da un giro hacia la oscuridad que lo convierte en un arma imparable de odio y desubicación.

Saliendo de los terrenos del cine de acción y aventura superheroica (que es donde se encuentra) los primeros minutos de la película de David Yarovesky sueltan un ligero tufo o intención de acercarse al descontrol emocional de esa maravilla de terror ultra psicológico de Lyne Ramsay recordada (¿cómo olvidarla?) como Tenemos que hablar de Kevin (EUA-Reino Unido, 2011). El hijo que ha caído del cielo se transforma por momentos en una pequeña máquina de sociopatía de la que tenemos que imaginar lo peor… Y eso no es un halago: en la gramática audiovisual limitada que aquí muestra Yarovesky se olvida de mostrar (o en todo caso yuxtaponer) la información necesaria para que nosotros en papel de observadores casi desamparados veamos a la pesadilla crecer, al oscuro potencial tomar forma.

Yarovesky no lo hace y en consecuencia, sin narración visual, el despertar sociópata del pequeño alienígena se pasea por una serie larga de referencias que aparecen para usarse como salvavidas en una historia que hace agua a la menor provocación. En otras palabras, para no dejar caer en el abismo al personaje que pobremente desarrolla la película, dejamos de pensar en las profundidades maléficas del Kevin de Ramsay para ver si de algo nos sirve recordar a The Thing (EUA, 1982) de John Carpenter (la amenaza extraterrestre que puede verse como nosotros) o a La profecía (Reino Unido-EUA, 1976) de Richard Donner enorme clásico del terror de paternidades sobrenaturales pero igual que Kevin y hasta Eraserhead (EUA, 1977) son también símbolo de los miedos de la maternidad, de la paternidad, de recibir a alguien en casa sabiendo apenas de quién se trata.

Al querer desarrollar su idea central (la del poder extraterrestre que de repente se desata contra la Tierra) y con el mismo miedo a la narración visual empantanada en un guión que se resiste a darle a los personajes la oportunidad de discutir el problema evidente que tienen en casa (el pánico de los padres no es justificación para que se hagan a un lado y se conviertan en mirones de un hijo que se ha dado cuenta de su propio potencial) Yarovesky da una nueva pista que inyecta esperanza para poder llegar a la otra orilla de la historia: ¿será que cuando este Superboy despierta sus poderes nos va a dar una bonita dosis de terror cósmico ya no digamos a la Lovecraft, pero algo de terror cósmico a final de cuentas? La esperanza aparece, se adorna un poco frente a nosotros en un lenguaje visual plano y lleno de ganchos obvios para finalmente desaparece en una aparente desesperación por hacer de la película algo tristemente más explosivo.

Dos secuencias podrían rescatarse de la historia: las venganzas de este Superboy primero contra la mujer que lo ha señalado como un ser violento y después sobre su propio tío, que puede echar por tierra cualquier plan que el niño tenga en la cabeza.

Fuera de ellas la película es una narración mal elaborada, que no muestra y que parece ocultar en busca de misterio pero que en realidad evidencia torpeza narrativa, visual y dentro del guión: elementos como los dibujos hechos en trance, el abuso escolar, la obsesión en la que vive el personaje materno, la tibieza del personaje paterno, la propia imbecilidad humana son flashes que no abonan, que no detonan, que no nutren a ninguno de los personajes involucrados. ¿La razón? Son sólo pasos para llegar a un final apresurado y sin matices que de nuevo cuenta con todos los vicios de la narración del super héroe de nuestros tiempos: evidenciar, negarse sutilezas, ensuciar la ya pobre narración visual con obviedades groseras que saben a lo peor del cine serie B juvenil.

Un ejemplo. Nuestro sociópata super poderoso había mantenido hasta muy cerca de la conclusión el misterio sobre su manera de levitar, algo que de haberse mantenido en ese casi secreto habría encajado a la perfección con su epílogo conspiratorio. Sin embargo Brightburn decide mostrar todo en una secuencia narrativamente irrelevante (el encuentro definitivo entre la madre obsesiva y su niño volador), que pudo haberse evitado (en forma) pues lo que quiere es mostrar, evidenciar, ser más y ser obvia en un momento en el que la imaginación debió haber tomado el escenario central.

Imaginación. Eso es lo que más nos hace falta para cruzar el (insustancial) mar que Brightburn promete en su primera parte. Imaginación.

CONOCE MÁS. Este es el episodio que Erick Estrada y Evaristo Corona hicieron sobre Lord of Chaos, la película centrada en las trágicas experiencias del grupo de black metal Mayhem.

Hijo de la oscuridad
(Brightburn, EUA, 2019)
Dirigen: David Yarovesky
Actúan: Elizabeth Banks, David Denman, Matt Jones, Jennifer Holland
Guión: Brian Gunn, Mark Gunn
Fotografía: Michael Dallatorre
Duración: 90 minutos.

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