Avengers: ¿Qué se aprende de lo vivido? Por Erick Estada.

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Avengers
¿Qué se aprende de lo vivido?
Por Erick Estrada
Cinegarage

El juego ha terminado. Después de más de 20 películas el llamado Universo Cinemático Marvel (¿no debería ser cinematográfico?) da señales de querer cambiar de rumbo. Veinte películas que a decir verdad se sintieron como dos (eso sí, cada una de más de dos horas) pero revisadas dentro del cráter de un volcán en erupción. ¿Fue emocionante? No, la comparación viene por lo angustiante de la situación y por la ganancia de que algo así puede obtenerse: sobrevivir.

¿Qué se puede aprender de todo lo vivido ahora que lo hemos sobrevivido? Mucho, pero desde aquí anticipo la negrura en el horizonte. Todas son o deberían ser lecciones dolorosas. De entrada frente a lo que muchos siguen llamando el más grande espectáculo cinematográfico del siglo (y miren que nos faltan 81 años para terminarlo) se aprende que no se ha aprendido mucho.

Si algo hay que reprochar a la gigantesca maquinaria que Marvel echó a andar en 2008 con Iron Man es que poco a poco, capítulo a capítulo aniquiló al verdadero espectáculo cinematográfico con paso firme y con hambre indescifrable. Para que una película (y en este caso una serie de películas) puedan ser llamadas “espectáculo cinematográfico” deben contar primero con (rían) lenguaje cinematográfico.

Si revisamos en orden cronológico y con paciencia las películas de Marvel veremos que conforme los años pasaban sus encuadres adquirieron pobreza. No se trata de defenderlos diciendo que las pantallas emulaban el lenguaje secuencial del cómic, sino aceptar que en pos de conseguir más público las películas del famoso Marvel Cinematic Universe confrontaron menos buscando agradar siempre a todos. Para mantener a su público a gusto, tranquilo en medio de tormentas de colores, sus personajes se movieron cada vez más -y al final casi exclusivamente- en long shots o close ups escandalosos, un hipo gramatical que sumado a los cortes cercanísimos de su edición parecen retratar acción cuando en realidad comunican una ansiedad monótona, paralítica en su discurso, atiborrada de colores y sonidos que disfrazan su nula comunicación visual.

En su mayor parte las películas que hoy se concentran en Avengers: Endgame llevan a la gramática cinematográfica al mínimo. Su sucesión de planos, unos tan iguales como los otros, es escondida con premeditación temeraria en un torrente de cortes y paneos descontrolados (pero planificados) que sin embargo logran posar a su público en un estado de quietud. Normal. Al carecer de un discurso visual real y al poner en pantalla lo que mucho de ese público ya sabe que va a ocurrir (las historias vienen de una larga serie de cómics amalgamados en guiones por cinco, seis o más personas), el cuestionamiento hacia lo que se ve en el encuadre desaparece en automático.

Las pantallas del MCU no comunican, no dialogan con la gente, no permiten entrar a ellas porque la idea es que ellas entren en nosotros contando una historia que ya conocemos.

El MCU llevó a millones de espectadores y posibles cinéfilos alrededor del mundo a creer que lo hiperquinético de sus medium shots narraba algo.

A Avengers: Endgame se le ha llamado de manera simplista (muy simplista) “la mejor película de superhéroes”. Ello, sin ánimos de ofensa (porque sé que nos leen, je) es lo más sencillo de decir y las razones son varias.

Ya no es un secreto el amor no irredento sino irresponsable que en las sociedades occidentales se le tiene al presente, a lo que ocurre ahora o, sabiendo que también vivimos en los tiempos de la posverdad, a lo que queremos que los demás crean que ocurre ahora. Bajo ese esquema lo mejor siempre es lo que está aquí, lo que se vive en el momento, sin comparación, sin balances, sin pasado. La mejor película será siempre la que está al alcance y en el MCU la mejor película de superhéroes es siempre la de este año (ha pasado todos los años, revisen ustedes).

Tampoco es cosa de culpar a los medios (excepto a quien diga que es “la mejor película de superhéroes”). No llegar más allá en el entendimiento de una película, en descifrarla y reinterpretarla ya no es siquiera cuestión de capacidades. Son las películas las que no permiten avanzar.

Diseñadas para repetir la fórmula del placer inmediato, de no incomodar jamás, lo que de ellas se obtiene no es más que la anécdota que narran que, para cerrar el círculo/anzuelo, es siempre e invariablemente lo mismo: el peligro que corre una humanidad (que cada vez aparece menos si en el repaso cronológico del MCU nos fijamos también en eso) y la necesidad de detenerlo de parte de un grupo de seres poderosos y esquemáticos. Qué manera de desperdiciar lo que en su momento quisieron vender dentro de este paquete: la supuesta mitología posmoderna, el nuevo Olimpo, las nuevas leyendas y los nuevos romances.

No extraña entonces que los medios que se aventuran en la crítica o reseña de esta última película ni siquiera puedan entrar a Endgame y cuelen en su lugar una serie de recuentos que van de los números insultantes de recaudación en taquilla de esta y otras películas (Arturo López Gambito para Tomatazos; Pamela McClintock para el Hollywood Reporter) a los guiños (ahora le llaman nostalgia) que esta película hace a otras del MCU. Es el viejo truco de contarle al profesor que la tarea se la ha comido el perro: hablemos de lo que recordarán en esta película de las otras que han visto, escapemos por la tangente para decir algo de una película que no nos ha dicho nada (Asfaltos para ReconoceMX). No los culpo. Los acompaño en el dolor de tener que hablar de otras películas para justificar esta.

Esos recuentos alcanzan, sin embargo, cierta ambición técnica (Manu Piñón para Fotogramas) al reconocer el trabajo (poco creativo, netamente formulaico) de acomodar a tantos personajes en su sitio, darles su momento, otorgar coherencia al laberinto sin final (no olviden que aquí se resucita más que en Jesucristo Superestrella) y que en consecuencia los personajes luzcan o vivan o nos digan algo de nuevo. Ello no es más que un logro matemático y por eso es que la película dura tres horas. El software encorbatado que pide que cada héroe tenga su momento (porque hay que darle gusto a todos) sabe que con tantos personajes en una historia tan pequeña (¡salvemos al mundo que no sabemos dónde está!) ellos no pueden lucir si no es en 180 minutos. Al ver este derroche de caras que entran y salen (¿los actores son ya dobles de sus dobles digitales que son quienes en realidad danzan en long shot por la pantalla?) en medio de un tiempo eterno en el que todos deben lucir, la(s) película(s) caen de nuevo en el barranco del sin sentido y lo que se lee es -sigo sin reprocharles nada- salidas que a su vez llenan espacio en blogs y revistas que no quieren quedar fuera de la jugada: “aprovecha cada minuto de sus tres horas de duración”; “Scarlett Johansson se percibe más profunda y honesta que en cualquier otra película de Marvel”; “Ambos actores se han apropiado de sus personajes y sería imposible imaginar a otro actor con ese papel” (Sergio López Aguirre para Cinepremiere… Estoy contigo hermano, yo no habría sabido qué decir).

“Pero”, dirán algunos, “se trata de un fan service y si los fans quedan a gusto…” Ese es el remate de todo. Recuperemos de nuevo la idea de estos tiempos de posverdad y en los que la comodidad y la felicidad son la meta de todo y de todos. El fan service en el cine es una contradicción plena. El lenguaje cinematográfico ha sido desde siempre un contrapeso y un espejo de quien lo hace y de quien lo ve. Es un lenguaje que a su vez es arte y al mismo tiempo medio, un medio que tiene como fin el cuestionamiento que llega a veces desde la risa, desde el miedo, otras, quizá las más valiosas de las veces, desde la incomodidad (generado todo, por cierto, por la gramática cinematográfica). Ver o pedir películas que sabemos no nos van a confrontar (la mayor parte de los fans del MCU van a las películas sabiendo que les van a gustar, pase lo que pase) es una vuelta mayor a la del perro que se comió la tarea.

Los boletos en eBay para las primeras funciones de Endgame alcanzaban los miles de pesos. Era una subasta para ver algo que ya se sabía lo que era, cómo se iba a ver (agitados medium shots de seres digitales) y quizá valdría la pena todo si algo de misterio rodeara al producto en venta, si algo de etéreo y desconocido se ocultara en la pantalla. Pero no, el único equivalente que encuentro en el fenómeno es el de pagar para buscar la mayor experiencia sexual en una zona roja en la que se sabe sólo se practica la posición de misionero. Eso está perfecto, claro, siempre y cuando uno quiera siempre y en todo lugar la posición de misionero. Ese es el fan service y el MCU lo ha llevado a niveles de subasta.

Algo tenemos que hacer. Tenemos que revivir la verdadera experiencia cinematográfica que es no sólo el diálogo y la comunicación con la pantalla, con lo que nos muestra y en especial en cómo nos lo muestra. Tenemos que revivir también el intercambio de ideas e inquietudes que al darle gusto a todos todo el tiempo (¡tres horas! sigo sin creerlo) se anula de manera automática: nadie cuestiona, nadie rebate, nadie debate, el misionero es la mejor posición.

“Sin embargo, estoy convencido que ahora hay que dejarle a la gente que viva la experiencia con la menor información posible. Por todo lo expuesto, al menos de mi parte, hoy no hay crítica. GRACIAS HERMANOS RUSSO” remata el crítico de Cines Argentinos aplaudiendo el fan service. Es la anulación del discurso, el “sé que te va a gustar” o peor, el “quiero que te guste porque tiene todo lo que te debe gustar”.

Algo hay que hacer.

Por ahora reconocer que si bien la maquinaria no ha parado ellos piensan un cambio de rumbo, un nuevo camino de mercado que mantenga a todo esto que se echó andar. Por su parte Marvel, los enormes estudios que quieren seguir su ejemplo querrán más. Son también los tiempos de hacer más, ser más, querer más.

Algo hay que hacer. Por lo menos reconocer que entramos a una maquinaria que diseñó no un universo cinemático (mucho menos cinematográfico) sino un aparato de mercado tan grande que para muchos es invisible y que ha obtenido todo de nosotros; y admitir al reconocerlo que muchos han aplaudido que se les quite todo a cambio de prácticamente nada… cinematográficamente hablando.

Ahí están sus emociones, sus gritos de asombro, la idea de que se trata de la “mejor película de superhéroes” del mundo. Ahí está todo y lo celebro. Pero hay que admitir que tristemente muchos siguen cantando de placer mientras esta maquinaria los devora pedazo a pedazo.

Algo hay que hacer y hay que cambiar. Nos han dejado sin discurso y el perro no puede cargar siempre con la culpa.

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