La camarista, crítica. 66 Muestra Internacional de Cine.

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La camarista
El esqueleto de la comodidad
Por Erick Estrada
CInegarage

A lo largo de varios y pesados años el cine contemplativo plantó su bandera en el cine internacional e hizo lo propio en el mexicano, en donde aparecieron apuestas vacías, desligadas del público, en las que se confiaba en que el contenido llegaría por sus propios medios a sus paralíticas cámaras.

Por muchos años el cine mexicano padeció los desvaríos vacuos de películas que al no querer narrar disfrazaban en la peligrosa forma minimalista los encuadres que el espectador llenaba a fuerza de sobrevivir la experiencia. Ahora el rumbo ha cambiado, tanto que incluso propuestas contemplativas comienzan a darle sentido a los planos largos y a veces forzados del cine que restringe su lenguaje en busca de una profundidad distinta. La camarista es probablemente uno de los mejores ejemplos de ello.

En la película Lila Avilés (acompañada del también debutante en el guión de largometraje Juan Carlos Marquéz) prácticamente esculpe un personaje que en el minimal lenguaje de su película se abre y se transforma no sin dificultades pero con una eficacia digna de admirarse.

,La camarista es Evelia. Su lugar de trabajo es, claro un hotel, cualquier hotel, el hotel. A golpe de pausas, de llamadas a su casa (en donde su hijo de 4 años a veces habla con ella en el teléfono), de algunas confesiones silenciosas, Evelia se presenta ante nosotros de dos formas que la película encapsula con precisión.

Primero, conocemos a la persona, una mujer viva, con ideas, esperanzas y planes pero que choca frontalmente con la trabajadora, obligada a esconder su cuerpo (lúcida la revelación que de ese cuerpo fabrica Avilés), sus ideas, sus emociones y sus frustraciones. Al descubrir a la trabajadora aparece también la parte más interesante y propositiva de la escueta narración de Avilés. Evelia es la encarnación de muchos y muchas que trabajan en el famoso sector de la hostelería, impulsado por el gran capital que lo vende a quien lo usa y a quien se emplea en él como una fuente de trabajo digno. Como todos los trabajos es en efecto uno decente, pero en los surcos que Evelia muestra en sus tránsitos por el hotel se deja ver el otro lado, el de la esclavización física y espiritual que se hace en estos negocios, reinterpretaciones de la antigua y nefasta hacienda mexicana en la que la raya es el anzuelo que atrae y el ancla que sujeta a los trabajadores. En este hotel el trueque es la relación comercial entre los trabajadores y los “beneficios” (la ducha, la comida, una cama) lo que los obliga a quedarse.

De cualquier forma Avilés insiste en ello sólo lo necesario y eso, combinado con la insistencia de sus encuadres por recoger el rostro de Evelia subraya su importancia muestra sus cambios y le da escape a las emociones y las frustraciones que debe esconder ante los clientes del hotel, verdadero zoológico de animales y desconocidos que, desde la óptica de esta camarista parecen muy lejanos, llegados de otro planeta, el planeta del hotel de lujo en el que ellos habitan, prohibido para Evelia quien debe moverse en el esqueleto de ese mismo hotel, detrás de las paredes, callada y fantasmal. Un hotel que además es dibujado (porque seguramente así es) como una estructura opresora digna de High Rise (Reino Unido-Bélgica-Islandia, 2015) en donde quien se encarga de los pisos superiores obtiene mejores beneficios (quizá no necesariamente económicos) que quienes limpian y ordenan el también inconsciente desorden de los pisos inferiores.

La cámara está en Evelia, exprime sus gestos, nos obliga a verla porque sabemos que al aire libre la veremos pequeña y minúscula (esa bonita secuencia en la azotea del rascacielos que es el hotel donde trabaja). La cámara quiere que veamos su anhelo por las pequeñas recompensas que son a final de cuentas sobras de quienes visitan el edificio (el vestido negado insistentemente, el sueño de la Cenicienta), que imaginemos la lejana casa a la que llama cada noche y a la que, esclavizada como está, no puede ir.

La cámara insiste en el rostro y en el cuerpo de Evelia porque Avilés sabe que al salir del hotel la olvidaremos, como a tantas y tantos camaristas que se mueven silenciosas, oprimidas, secretamente en el esqueleto de un hotel, de cualquier hotel.

El cine minimal da aquí un buen ejemplo de cómo puede contarse una historia con sus herramientas. Ello no impide, sin embargo, imaginar que con una mejor dosis de gramática cinematográfica (hay encuadres enrarecidos por la inmovilidad de la cámara) este grito en susurro habría sido una maravillosa bomba teledirigida.

El mensaje, de cualquier forma, ha sido entregado y ha llegado con poder, poder e incluso cierta elegancia.

CONOCE MÁS. Esta es la crítica de Erick Estrada a la película High Rise (El rascacielos), dirigida por Ben Weathley.

La camarista
(México, 2018)
Dirige: Lila Avilés
Actúan: Gabriela Cartol, Teresa Sánchez
Guión: Lila Avilés, Juan Carlos Márquez
Fotografía: Carlos Rossini
Duración: 102 minutos.

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