La favorita, crítica. Película de la semana.

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La favorita
El espacio apabullante
Por Erick Estrada
Cinegarage

Un monstruo está a punto de aparecer y Yorgos Lanthimos necesita hacerle espacio para que su enormidad oculta se manifieste como debe ser. La favorita, este maremagnum de encuadres abusivamente estéticos, desgarradoramente bellos, busca y procura ese espacio porque probablemente ese es el monstruo al que Lanthimos quiere dar la bienvenida, el monstruo de un despliegue plástico brutal que lleva en sí mismo un mensaje y una búsqueda.

Los caminos que sigue la cámara (Robbie Ryan se siente voraz, un tigre con los dientes perfectamente afilados) parecen crecer mientras Lanthimos se apoya en el guion de la debutante Deborah Davis y de Tony McNamara para unir esos pasajes y las historias que se desarrollan entre ellos. Lanthimos es el pegamento rítmico (el montaje es sencillamente alucinante) que une las historias de estas tres mujeres (una reina, su dama de compañía y una noble venida a menos que quiere recuperar su estatus perdido) con la de la construcción de los espacios, del espacio, del aire que necesita el gigante que surge de esta suma para dejarse caer con todo su peso. Pero hablando de Lanthimos el pegamento que une todo parece más un bordado fino en el que las historias de estas tres mujeres se trenzan con delicadeza pero con músculo.

Las tres son mujeres brillantes. La reina Ana (enloquecedora Olivia Colman), Lady Sarah (venenosa Rachel Weisz) y la arribista Abigail (Emma Stone delicadamente mortal) saben que los juegos en las cortes de un país en medio de la guerra (estamos en la Inglaterra de inicios del siglo XVIII) son truculentos y dos de ellas -la reina y Sarah- saben jugarlos como pocos. La labor de Lanthimos era (y cumple) dejarnos entrar a esos juegos desde la mirada de Abigail, a veces inocente, a veces ignorante, pero sabedora (y sabedores nosotros) que estar ahí es mejor que oler a mierda y no tener un lugar en ese decadente ajedrez de excesos, que es mejor maquillar los defectos y ocultar la calvicie real y metafórica debajo de ridículas y gigantescas pelucas. Lanthimos lo logra bordando las historias mientras muestra pulsiones y desenmascara personajes que en consecuencia se nos muestran casi directamente, voraces pero hipócritas, más hambrientos que eficaces dentro de la corte.

Mientras eso ocurre, la cámara. Los grandes angulares, los planos contrapicados casi en exceso, la alucinógena profundidad de campo, obsesiva y compulsiva en la forma en que entrega la información del palacio donde todo ocurre (y al que convierte en un personaje omnipresente), abren cada vez más el aire dentro de sus paredes, aire que otro autor habría representado encerrado y oscuro, opresor y caníbal, pero que Lanthimos retrata con lujo de detalle gracias a la óptica de sus cámaras y le da una personalidad luminosa, altamente estilizada. Lo despoja del aire de encierro quizá para meternos todavía más en la mirada de Abigail, ansiosa por pertenecer para siempre a todo lo que ocurra dentro de esas recargadas paredes, en esos pasillos pulidos, detrás de esas puertas grandilocuentes.

Así, La favorita hace del espacio algo exuberante. Igual que el guión, la cámara hila y da sentido extraño a ese espacio, uno al que vemos pero que también sabemos dónde termina. Mientras nos adentramos en el triángulo de poder en que estas tres mujeres se mueven e intercambian lugares (la película es también una descripción perfecta de lo inhumanos que son los juegos de poder entre humanos), ese espacio crece, se expande e introduce a la película en la película misma. Un efecto casi de metaficción pues lo que Lanthimos provoca con todas estas herramientas es que el espacio sea al mismo tiempo el mensaje que entrega y el medio en que lo lleva.

La desesperación de Abigail está en su rostro, pero se respira en los aires abiertos por la cámara y también surge de nuestras entrañas cuando la vemos caminar y esconderse en los recovecos del palacio. La película se transpira a sí misma, se manifiesta dentro y fuera de los encuadres, con nosotros y a través de nosotros, que olemos al monstruo que está por aparecer y que puede ser la película misma.

Pero hay más, una reversa provocadora: las arrolladoras actuaciones que nos conectan con los personajes. Movimientos, palabras, miradas. ¿El espacio es para estas actuaciones? ¿El espacio abierto es para darles juego y merecidísimo primer plano emocional? Sí, y a través de ellas, volvemos al plano cercano, al descubrimiento de la cara oculta de este palacio sombrío-luminoso -uno no puede evitar pensar en Barry Lyndon (Reino Unido-EUA, 1975) aunque los pasillos y las paredes, el hotel vivo en El resplandor (Reino Unido-EUA, 1980) no dejan de parpadearnos en la memoria- y al evolucionar la película podemos ver a los ojos no sólo a los rostros antes ocultos debajo del maquillaje, sino al personaje que había estado oculto debajo de sus acompañantes, de sus lujos, de sus ridículos y de sus desvaríos de nobleza decadente.

Lo brutal de La favorita es primero la forma, que revolotea dentro de ella misma pero que al ser el medio y el mensaje abre un espacio que nos comunica el vértigo de los pequeños logros arribistas de una Abigail casi inhumana pero enmarcada en una belleza incorregible, pero que después desaparece (el vértigo) para transformarse en un ahogo inconmensurable, en la sumisión perpetua de alma y cuerpo, en el llanto silencioso que surge al descubrir aquello que no se maquilla, lo que se oculta en la evidencia (otra vez, la vuelta de tuerca emocional y lo inhumano de nuestros juegos de poder).

La pequeña pero brutal secuencia final de La favorita, su espeluznante encuadre de remate -triple disolvencia que condensa y simboliza el montaje de este discurso de 100 minutos- nos deja ver al verdadero monstruo al que se le hizo lugar todo este tiempo. Y el golpe no es menor: es el disparo real al certero al arribista pichón que se creía volando libre pero que se descubre instrumento de diversión alimentado en jaulas de oro. Un disparo que resuena, además, en todo el aire que la película deleitosamente ha fabricado y lo que duele de La favorita es lo que rebota en todas las paredes que hemos recorrido con exceso de detalle: el eco.

CONOCE MÁS. Esta es la crítica de Erick Estrada a El sacrificio del ciervo sagrado, dirigida por Yorgos Lanthimos.

La favorita
(The Favourite, Irlanda-Reino Unido-Estados Unidos, 20189
Dirige: Yorgos Lanthimos
Actúan: Olivia Colman, Rachel Weisz, Emma Stone, Nicholas Hoult
Guión: Deborah Davis, Tony McNamara
Fotografía: Robbie Ryan
Duración: 119 minutos.

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