Sinvivir, crítica

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Sinvivir.
La canoa que se hunde
Por Erick Estrada
Cinegarage

En el espacio de una casa común van a convivir un suicida frustrado, un doctor y un carpintero en lo que con un poco más de astucia describiría una relación de codependencia que desde un enfoque social daría para una crítica ácida y mordaz que en el discurso pretencioso (o defectuoso, todo es tan tibio que no puede asegurarse una o la otra) de Sinvivir, se queda en el aire sin siquiera proyectar su sombra más allá del minuto diez.

El suicida frustrado recibe un trato frío del carpintero. El suicida frustrado es primo del médico y ambos, uno por vicio y otro por incapacidad prácticamente obligan a comer tacos a nuestro carpintero y eso alcanza a proyectar el fantasma de una comedia de bajo impacto, acolchada y prácticamente silenciosa. Pero el escaso desarrollo de los personajes, lo muy poco pulido del guión (que se siente indeciso o inclinado más que premeditadamente a un lenguaje tibio), provoca que todo se evapore en clichés de iniciación a la marihuana que terminan, por si fuera poco, en el lugar común de la toma casi cenital con los efectos de la droga convirtiendo en niños a nuestros personajes.

Sivivir promete también desde su juego de palabras, un recorrido por las personalidades de estos seres obligados a convivir pero sin nada que ofrecerse (es decir, un sinvivir, una convivencia vacía, una reunión no solicitada), pero el guión es tan laxo, pide tanto de nuestra parte orillando sus diálogos al mínimo y anulando por ello la profundidad que quien quiera quererla tendrá que regalarle, que ese recorrido jamás inicia.

Contrario a ello, sus traslúcidos personajes se diluyen en un tono tan en el medio, tan desprovisto de picos y valles, tan lejano a las emociones que quiere proyectar que prácticamente todos desaparecen en cuanto nuestro suicida frustrado comienza a hablar y delata que su intérprete (Horacio López Rojas) es el único actor que puede darle algo de color a esta convivencia forzada que al poco tiempo deja de ser forzada y nunca es convivencia en realidad: el carpintero está empeñado en terminar una canoa que luego se convertirá en el otro lugar común: la figura de ataúd que lo llevará al mar (presente tímidamente en el diseño de sonido) que es a su vez símbolo de la muerte; el suicida frustrado convive más con la hermana de éste, un personaje que tercamente nos cuenta tres veces un cuento que por si fuera poco adelanta sin sutileza el final de este relato; el doctor no pasa de ser una figura tangencial que provee tacos diariamente a excepción de una secuencia (y que también es un lugar más común de lo que se piensa) en la que busca aligerar el peso de su primo a través de un encuentro sexual en el que -hundamos más el barco desde el guión- el suicida termina por agradecer la compasión con la que acaba de ser tratado en lugar de desarrollar un diálogo que podría llevar a esta película a terrenos más propositivos.

Sinvivir frustra cada posibilidad de las que ella misma se abre y no es ni un drama, ni una comedia, ni un duelo de diálogos, mucho menos de personajes. Divagante, mal acomodada, perezosa, estancada en su tono parco y falsamente melancólico, la película se da el último tiro en el pie al evidenciar más claramente de lo que ella misma cree, que incluso su plano final con la canoa enfrentada al mar y su autor montado en ella nunca aparece. En su lugar tenemos una imagen sustituta que nuevamente nos pide que llenemos los huecos para voltear la mirada y no enterarnos que la pequeña embarcación nunca pudo flotar en realidad, algo que se dejaba ver desde que clavo a clavo la vimos en el taller.

CONOCE MÁS. Esta es la crítica de Erick Estrada a La carga, protagonizada por Horacio García Rojas.

Sinvivir
(México, 2017)
Dirige: Anais Pareto Onghena
Actúan: Horacio García Rojas, Mercedes Hernández, Pedro Hernández, Paola Medina
Guion: Anais Pareto Onghena, Francisco Santos Burgoa
Fotografía: Saravasti Herrera

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