FICM 2018-1. El primer hombre en la Luna. La película inaugural. Crítica

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FICM 2018 1 El primer hombre en la Luna.
El viaje suicida
Por Erick Estrada
FICM 2018
Cinegarage

En la secuencia inicial de su película Damien Chazelle deja claro que será la imagen -y probablemente un solo tipo de imagen- la que guiará la narración de esta aventura universal. Su llegada a la Luna, el recuento de la carrera espacial que hará apoyado en Ryan Gosling, tendrá como base el close up de su actor protagónico.

Un horizonte se dibuja en el casco de Neil Armstrong (Ryan Gosling casi hierático), el del desierto en una prueba de velocidad y después, en una secuencia de angustia humana retratada casi con naturalidad, la línea de la Tierra que se curva por primera vez ante este hombre que, lo sabemos, será el elegido para pisar la superficie lunar unos años más tarde.

En el casco, en la mica que protege la asombrada mirada de Armstrong, el horizonte se vuelve dos: uno es el de la Tierra vista desde su suelo; el otro es el que el hombre quiere ampliar saliendo del planeta y llegando al satélite. Al hacerlo así, al dejar que las luces invadan esa mica, Chazelle también establece los mecanismos de su propia Odisea en el espacio (Reino Unido-EUA, 1968), una que más que glorificar los viajes a la Luna (y aquí podemos revisar desde la primigenia y asombrosa propuesta de George Méliès hasta la casi épica y muy emocionante historia de Ron Howard apoyado en Tom Hanks) hace casi todo lo que puede por desmantelarlo de idealización. El primer hombre en la Luna, culpa quizá de parte del libro de Jans R. Hansen, Chazelle deja muy claro que la famosa carrera espacial tenía oscuros tintes políticos y económicos antes que un interés real en la ciencia, y que la tecnología que se utilizó para fraguar la aventura no era, muchas de las veces, tecnología del todo: mecanismos improvisados, materiales inadecuados, experimentos y ejercicios sin sustento científico son en la construcción de la nave final (contada casi metafóricamente en la película) cosas de todos los días. El primer hombre en la Luna llega incluso a sugerir que el intento por llegar al satélite tiene más que ver con una manada de machos inundados de progesterona y ofendidos por machos de la manada de enfrente -los rusos que nadie sabe cómo llegaron a la Luna-, cuando Janet Armstrong, la esposa de Neil, les reclama su inconsistencia y les lanza a la cara la verdad: no saben en realidad lo que están haciendo.

¿Fue Neil Armstrong un conejillo de indias? La cinta no llega a tanto, aunque lo sugiere. Lo que sí esboza con claridad es que aquellos en el poder (piensen en el orgulloso profesor de música en Whiplash) lo empujan al límite para, si el éxito aparece, quedarse con el crédito como realmente ocurrió. Revisen ustedes la prensa de esos años.

Sin embargo, lo más interesante de El primer hombre en la Luna está en la apropiación que logra Chazelle en todo lo posible de un guión que no es suyo, el primero ajeno que dirige en su corta pero consistente carrera. Si bien no se puede negar que la desmitificación de la carrera espacial que se logra con lujo de emociones viene directamente del trabajo de adaptación de Josh Singer (Spotlight, Los oscuros secretos del pentágono), tampoco se puede negar que Chazelle mantiene el pulso de lo visual con una decisión fuerte e incluso contradictoria a lo que Hollywood ha querido mostrarnos en sus viajes al espacio.

Ante el despliegue visual de películas como Apolo 13 (EUA, 1995) e incluso Gravedad (Reino Unido-EUA, 2013), Chazelle elige reforzar el poder del close up en la gran pantalla (igual que en La La Land el aspecto y el tamaño de la pantalla son determinantes aunque en un sentido diferente) y rebozarlo con un diseño sonoro que, al rodearnos como lo hace y al hacerlo con una cantidad brutal de información, logra meternos en la cabeza de ese astronauta asombrado por ver por primera vez la curvatura de la Tierra y al que nos muestra insistente y casi de manera claustrofóbica en close up. Ahí, martillando con un encuadre tan demandante y a la vez tan lleno de información interna, con la historia de la hija de Armstrong presente de manera conveniente -en un toque casi melodramático pero matizado con inteligencia- El primer hombre en la Luna se despega de Howard y de Cuarón para, a su manera y con sus formas, detenerse mucho más cerca de Interestelar (EUA-Reino Unido) de Christopher Nolan.

Armstrong busca (¿desesperado?) un viaje que cada vez pinta más como uno suicida, como un escape de una Tierra en donde no caben ni sus pasiones ni sus dolores y el guión de Singer marca a una Tierra desprendida y lejana, incapaz de ver el viaje interno del primer hombre que pisará la Luna, desde los manejos de la NASA hasta los eternos problemas con el dinero (“deberían usar todo ese dinero para la seguridad social, para educación” se escucha en una manifestación tras los primero errores evidentes en los trabajos para llegar a la Luna), la problemática guerra de Vietnam atravesada con la luminosa búsqueda de “nuevos horizontes”.

Sumado a ello está también un acento visual inquietante. La película avanza desprendiéndose poco a poco del lenguaje de la ficción al que estamos tan acostumbrados en este tipo de historias y, conforme la meta se acerca, conforme el viaje a la Luna se vuelve posible (un viaje a la Luna narrado también en angustiosos y angustiantes close ups logrados además en el espacio cerrado y diminuto de la cápsula espacial, olviden las imágenes alucinantes de películas similares que se refugian en la acción y el artificio visual) la cámara y el tono se acercan mucho más al del documental (incluso al falso documental y aquí tampoco se puede evitar pensar, dada la información recibida, en la genial Operación avalancha de Matt Johnson) para lograr dos cosas sustanciales. En primer lugar, que prácticamente todo lo que sabemos del alunizaje lo sabemos de boca de quienes fueron hasta allá.

En segundo lugar, es también la confirmación de que estamos en una narración interna, que pertenece sólo al hombre que ha dominado la pantalla desde el inicio, que la guerra contra un planeta en el que se siente atrapado (de nuevo piensen en Interestelar) es personal y trascendental para él. Y en ese segundo enfoque está el golpe final, uno que después de desplegar con lujo un diseño sonoro casi barroco, casi bordeando lo extremo (aunque nunca incómodo), Chazelle elige retratar con un silencio tan realista (“en el espacio nadie escuchará tus gritos”, podríamos decir) como metafórico, tan material como espiritual: ese capítulo silencioso es en realidad el logro máximo de este astronauta, del que todo mundo se empeña en ver y reconocer su “valor”, su “determinación”, su “profesionalismo” ignorando precisamente el aspecto interno de su empuje, uno que Chazelle muestra con un lenguaje sencillo, elemental, visual al 100%. ¿Será que como machos ofendidos inundados de progesterona siempre hemos visto así al Armstrong “héroe valiente”? ¿Será que el Armstrong que volvió a la Tierra no era, de manera obvia pero interiormente determinante, el mismo? ¿Será que Armstrong jamás volvió a la Tierra?

El cine de entretenimiento ha alcanzado un interesante clímax.

CONOCE MÁS. Esta es la crítica de Erick Estrada a La La Land, dirigida por Damien Chazelle.

El primer hombre en la Luna
(First Man, EUA, 2018)
Dirige: Damien Chazelle
Actúan: Claire Foy, Ryan Gosling, Pablo Schreiber, Kyle Chandler
Guión: James R. Hansen, Josh Singer
Fotografía: Linus Sandgren
Duración: 141 min.

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