TIFF 2018. Kursk, crítica

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Kursk
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El final anunciado

Por Erick Estrada

TIFF 2018

Cinegarage

Thomas Vinterberg sabe que sabemos. El final de esta trágica aventura es la muerte de los marinos atrapados en un submarino perdido en el mar de Barents, noticia mundial, tragedia universal. En manos de Hollywood, propenso siempre y sobre todo a películas que no incomoden a nadie pero que les remuevan los sentimientos que el humano de estos tiempos conserva, habría elaborado alrededor de esta tragedia algo más escandaloso, con secuencias de acción y de rescate abusivas en efectos digitales y en despliegues visuales innecesarios pero que sirven de anzuelo fantasmal en películas que no procuran nada más que eso. Vinterberg afortunadamente conoce muy bien su trabajo y, parece, está consciente de que ésta será su película más próxima al estilo de Hollywood… Esperemos.

Así, para contarnos lo ocurrido alrededor del desastroso hundimiento del submarino Kursk usa las herramientas mínimas indispensables del cine de acción para no dejar tan desvestida una historia que si bien no lo requería del todo, no reniega de estos aderezos.

Todos sabemos, desgraciadamente, que este caso no terminará con un rescate (a menos de que un ultra hollywoodense autor necio y testarudo como Michael Bay se hubiera hecho cargo) y por esa razón Vinterberg se enfoca en el alrededor, en el cómo y en el “cómo fue” para dejar en su película un sabor amargo e incluso revolucionario cuando el final se perfila oscuro y malevolente.

Los marinos sufrirán. Los marinos morirán. El rescate será un fracaso. Pero Vinterberg, entusiasmado con la idea que lo rodea todo, quiere mostrarnos primero que un caso como este no es pequeño sino todo lo contrario. Para ello, casi elegantemente, juega con el aspecto de su pantalla para plasmar una contradicción brutal.

Al comenzar Kursk la pantalla explica todo en un angustiante y casi desesperante aspecto 4:3, limitando la información y oprimiendo a los personajes. Ello cumple con dos objetivos. El primero decirnos, mostrarnos, sensibilizarnos con la idea y el alma de los marinos, que se sienten oprimidos en tierra, sin el espacio del mar, no importa si ese espacio se experimenta en el encierro de un submarino. Para el marino es lo de afuera, la eternidad del mar lo que importa… Y en tierra se saben atrapados.

Por el otro lado Vinterberg deja ahí ver su filo. El aspecto opresor le sirve también para elaborar un símbolo visual crítico y hasta cierto punto potente, como si nos dijera “lo que se sabe de este caso es poco pero quiero mostrar mucho más”.

¿Cómo lo logra? Expandiendo el aspecto de la pantalla a un alucinante 16:9 una vez que el submarino se hace a la mar. Ahí los marinos encuentran el espacio que necesitan (espacio espiritual quizá) y ahí encuentra Vinterberg la cancha para decirnos “estos son los detalles que la gente desconoce y que quiero que enfrenten”.

Al entrar al mar, Vinterberg juega visualmente con nosotros (esa fascinante secuencia submarina en el corazón de la desgracia) para enlistar sin saña pero con un ojo punzante a más no poder las fallas de un rescate, todas ajenas a la tecnología, a la técnica, a la estrategia. Es decir, Vinterberg sabe que los errores en el rescate de este grupo de marinos, compañeros, colegas, camaradas, humanos, no fueron errores mecánicos sino signos de un mundo atrapado en imbéciles tácticas políticas, sociales… Y esto no es nuevo en su cine.

El marino ayuda al marino y Vinterberg lo muestra y lo demuestra con secuencias que incluso parecen sutiles en medio de la tragedia. La naturaleza será siempre superior a la tecnología humana, por muy nuclear que esta llegue a ser, y Vinterberg usa datos, historias, capítulos, para dejarlo claro y sin posibilidad de réplica. La lógica militar actual, de enemigos, de socios no confiables, de miedos ante la pérdida de información o ante una aparente pérdida de autoridad no sólo están rebasados, sino que deberían haberse desechado hace años, probablemente cientos de años, y Vinterberg lo plasma en su historia de héroes perdidos, de imbecilidad villanesca, de un mundo que ignora lo obvio, comunicando además desesperación e impotencia (¿será que además quiere que sintamos lo que los marinos atrapados experimentaron?).

Es ahí y es así como Thomas Vinterberg usa la historia para acusar la impertinencia de las cúpulas, pero también su casi inutilidad, su fragilidad y con ello el poder que todos nosotros podemos tener (o recuperar) al saber (y confirmar con historias como esta) cómo y por qué actúan como lo hacen.

Kursk es, con todo y su atípico uso de los instrumentos del cine de acción, con todo y su final inamovible, con todo y lo que se le señalará como “la película más comercial de Vinterberg”, una reflexión sobre lo humano, sobre los humanos en situaciones límite (¿no es eso una constante en su cine?) y sobre la necesidad de devolver a la gente el poder, de eliminar las cúpulas, de cuestionarlas y sacudirlas cuando sea necesario… Es decir, siempre.

Es por ello que, una vez narrada la tragedia, una vez mostrada la necedad de esa lógica militar rebasada, una vez que sin escándalos demuestra que el poder cuida su imagen antes que la vida de sus gobernados, una vez que hemos ampliado el encuadre para permitirnos especular (sabemos lo que ocurrió en la superficie, jamás sabremos lo que ocurrió en el submarino hundido), Vinterberg regresa al aspecto de 4:3 para decirnos que su discurso ha terminado, que hemos vuelto al estado opresivo para responder las preguntas. Jugada inteligente, brillante pero inquietante.

Y es que Kursk, en el fondo y nunca en la superficie, es inquietante.

CONOCE MÁS. Esta es la crítica de Erick Estrada a La caza, dirigida por Thomas Vinterberg.

Kursk
(Bélgica-Luxemburgo, 2018)
Dirige: Thomas Vinterberg
Actúan: Léa Seydoux, Colin Firth, Matthias Schoenaerts, Max von Sydow
Guion: Robert Rodart
Fotografía: Anthony Dod Mantle
Duración: 117 minutos.

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