Los hambrientos, crítica

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Los hambrientos.

Las catedrales de los insaciables

Por Erick Estrada

Cinegarage

Muchas vueltas ha dado el cine de zombis tratando de simbolizar en sus sangrientas historias las perdiciones de la modernidad. Han hablado (y hemos escuchado) de enajenación, de radicalismos (políticos, sociales y raciales), de consumismo, de xenofobia. Todos y cada uno de estos mensajes han sido recibidos y comprendidos, que para eso sirve y muy bien el cine de terror. Pero si en algo ha fallado el cine de zombis (en donde se incluye por supuesto el cine de infectados) es en relajar su discurso de vez en cuando y dejarse ir como lo hizo 28 días después (Reino Unido, 2002), una película que transformó al subgénero para siempre.

En términos del cine de zombis ¿qué significa “dejarse ir”? Abandonar un poco sus pretensiones sociales, olvidar de vez en cuando la raíz política de la genial (en ese y otros sentidos) La noche de los muertos vivientes (EUA, 1968), y rescatar sus otros orígenes, los que lo llevan directa e inevitablemente al cine de terror puro y ahí cabe, por supuesto, la humilde pero potente La noche que devoró al mundo (Francia, 2018).

A pesar de hablar de cine de zombis y de, a través de ellos, tener cierto aire de verosimilitud (algunos dicen ya que una epidemia zombi es teóricamente posible), sus vínculos con el cine de terror le dotan de ese otro aire sobrenatural, no el de lo divino y lo demoníaco (sería un error plantear una epidemia zombi como un castigo de cualquier dios que ustedes mencionen) sino del que nos dice que estos seres, casi desprovistos de voluntad y raciocinio, deben comer única y exclusivamente carne humana para mantenerse activos.

Aceptando que los zombis pertenecen al cine de terror, hay que recordar uno de los ingredientes fundamentales de este: su cruce inevitable con el lenguaje onírico, con lo que nos cuentan los sueños y cómo nos lo cuentan. Sin ese cruce con lo onírico, todos sus planteamientos y delicias (o libertades) se irían por la borda, planteamientos y delicias encumbradas en lo que desde ese punto de vista representa un pináculo del género, Pesadilla en la calle del infierno (EUA, 1984), y que ha pasado por cintas como Los pájaros (EUA, 1963), Tiburón (EUA, 1975), King Kong (EUA, 1933), It Follows (EUA, 2014), La bruja (EUA-Reino Unido-Canadá-Brasil, 2015), Halloween (EUA, 1978) y un largo etcétera de clásicos y nuevos clásicos.

Ahí es donde acierta Los hambrientos, una especie de viaje interno, de sueño malicioso de alguno de sus personajes, sueño que retoza alegremente en todas las contradicciones que lo onírico permite acomodar  en la historia para tensar su discurso, desprovisto de pretensiones (aunque alguien quiera otorgarle una lectura social o política) y manipular el suspenso en niveles realmente gratificantes, cobijado además en imágenes que en su crudeza y selección de colores a veces nos llevan a Masacre en Texas (EUA, 1974) y sus campos que significan más encierro que salvación, y otras nos arrojan a todo lo que M. Night Shyamalan intentó sin conseguirlo en El fin de los tiempos (EUA-India, 2008) pero que sí concretaron películas menos orgullosas como Los niños del maíz (EUA, 1984) y muchas de las aventuras que Stephen King ha aportado al género.

Con esos elementos no extraña que a veces estos infectados deseosos de comer de manera insaciable, muestren signos atípicos (los radicales del género renegarán un poco) y no desentonan -aunque provoca dudas maravillosas y sin respuesta- los nuevos comportamientos de estos infectados, capaces de construir sus propias catedrales (piensen en The Wicker Man), unas de objetos cotidianos hechos por todos aquellos que han perdido la cotidianidad, iglesias de sillas levantadas por todos aquellos que se han hartado de esperar y templos de juguetes ahora inservibles en estructuras elaboradas por todos aquellos que atrapados en su nuevo estado están condenados a matar el tiempo: ¿será que el discurso de Los hambrientos cuestiona la soledad obligada de nuestros días y sus terribles consecuencias? ¿Por eso las distancias impensables, las granjas que lucen deshabitadas, la falta de conversaciones reales? ¿Las carreteras que continúan sin llevarnos a ningún lado?

Los hambrientos es pues una propuesta que nos invita a imaginar un mal sueño para después entrar en él, absorbernos en los silencios brutales de sus primeras secuencias y a sucumbir ante la amenaza auditiva de sus últimos tres capítulos, un diseño de audio que fabrica aullidos supra animales  que sirven como campanas que llaman a la reunión alrededor de esas catedrales fantasmales hechas de desperdicios, de cosas que nadie más volverá a utilizar.

Como al entrar a cualquier sueño tenemos que aceptar que lo que ocurre lo hace por primera y probablemente última vez pues al contrario de los pecados cometidos por muchas de las películas zombis que han querido dotarse de profundidad, en el mundo de Los hambrientos nadie conoce ni ha escuchado jamás una historia sobre zombis, todos tienen que sobrevivir desde lo empírico y desde la aceptación de que jamás nadie tendrá una explicación de lo que ocurre. Ese es probablemente el elemento más pesadillesco de la película de Robin Aubert, que coloca a sus personajes más allá de la pregunta del “hubiera”. Nadie se arrepiente de lo hecho, nadie se excusa por las omisiones. Sus personajes no saben lo que ocurre pero parecen haber olvidado de dónde vienen y mucho de lo que han hecho. Eso los hace (sobre)vivir al día, uno a la vez, sólo por hoy, un amanecer más… Algo no muy distinto del modus operandi de los infectados que corren libremente por los bosques de Quebec: ¿qué es lo que los diferencia de aquellos de quienes escapan? Quizá que pueden averiguar quién de entre todos es quien sueña lo que vemos y que eso tenga una respuesta algo esperanzadora a este apocalipsis. Pero quizá la respuesta no sea esperanzadora y esa duda flota -como el significado de los sueños- en el remate de esta historia onírica y descorazonada, historia muy de nuestros tiempos (esa ejecutiva machete en mano): nadie lo sabrá jamás.

CONOCE MÁS. Esta es la crítica de Erick Estrada a la película de zombis La noche devoró al mundo.

Los hambrientos
(Les affamés, Canadá, 2018)
Dirige: Robin Aubert
Actúan: Charlotte St-Martin, Micheline Lanctôt, Marie-Ginette Guay, Brigitte Poupart
Guión: Robin Aubert
Fotografía: Steeve Desrosiers
Duración: 104 min.

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