La casa más grande del mundo, crítica

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La casa más grande del mundo
El puente y la niebla
Por Erick Estrada
Cinegarage

Niebla.

La llegada de la niebla representa cambio.

La niebla abre el discurso de Ana V. Bojórquez y de Lucía Carreras que quieren llevarnos a la jungla guatemalteca en la que la figura masculina está casi olvidada. Las mujeres han conseguido resistir y recuperar su dignidad de vida.

Entre esas mujeres están las que componen a la familia de Rocío (el rocío también llega con la niebla, ¿cierto?). Su abuela y su madre a punto de parir llevan una casa en las montañas y mantienen a la familia gracias a un grupo de ovejas a las que cuidan con esmero.

La madre fatigada le ordena a Rocío que en medio de esa niebla que Inauguró el discurso, será ella al siguiente día la encargada de llevar a pastar a la ovejas.

La responsabilidad de la madre recae en una niña que prefiere jugar a cuidar a sus ovejas y en ese descuido pierde al rebaño entero.

Desde ese elemental trampolín, Bojórquez y Carreras nos llevan a una ensoñadora propuesta en la que el bosque, las ovejas y las figuras masculinas; el agua, el juego, el encuentro con los mayores, son todos elementos que harán que sufra una transformación radical, irreversible y profunda.

Un puente colgante que como todos, representan cambio y transformación. La niebla que oculta todo lo que hay del otro lado. Un puente que además se agita y se tambalea bajo los pies de Rocío que busca y necesita llegar al otro lado (cuando el puente no se mueva) pero que sufre de la cruel broma de una amiga que salta en él para agitarlo. De un lado está la solución al gran problema de Rocío en el que se atraviesa el detalle infantil y juguetón. Es un gran paso y en una sola secuencia Bojórquez y Carreras lo dejan claro, preciso, con crueldad y maligna jovialidad.

Si el tratamiento visual de una sinopsis tan pequeña se hubiese hecho sin inspiración, sin discurso, sin símbolos y sin figuras nos habríamos topado con un monstruo de contemplación embebida en el paisaje. En su lugar, la película nos muestra a la casa más grande del mundo, el lugar/jungla donde vive Rocío y que como todas las casas encierra tanto lo bueno como lo malo y en donde los problemas tienen una dimensión tan real como distorsionada. El ejemplo ideal de esa casa, del tamaño de la empresa de Rocío, de lo grande de su casa verdadera (esa jungla montañosa que la encierra pero la cuida, como todas las madres responsables) está en un juego de planos de resultados contundentes: Rocío ha perdido a la más pequeña de sus ovejas y al saberlo, pasamos de un plano cerrado a un big long shot que nos muestra lo gigantesco de la selva guatemalteca en donde deberán buscarla. Un corte, dinamita pura.

El adorno de esta propuesta es la ineptitud del género masculino que engorda la crisis de Rocío (la casa desvencijada del anciano de la región, completamente distinta a la de Rocío, luminosa y limpia) y la enorme (en su pequeñez) secuencia en la que el puente y Rocío se enfrentan de nuevo.

Oculto por la niebla, el otro lado llama a la niña al mismo tiempo que la atemoriza. Cruzar es para ella peligroso pero determinante. En medio de la niebla nadie sino ella sabrá lo ocurrido. La pelea es sutil y las ideas generadas impresionantemente poderosas.

Por un lado, el mundo actual prohíbe cada vez más que los niños sean niños (Rocío recibe la responsabilidad del rebaño cuando ella quiere seguir jugando). Por el otro lado, con más niños como Rocío, que llegan junto con la niebla, podemos ver entre ella algo, sólo un trozo de esperanza, válida para muchos.

La casa más grande del mundo
(Guatemala-México, 2015)
Dirigen: Ana V. Bojórquez, Lucía Carreras
Actúan: Gloria López, María López, Elder Escobedo, Fabiana Ortíz
Guión: Édgar Sajcabun, Ana V. Bojórquez
Fotografía: Álvaro Rodríguez
Duración: 74 min.

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