La posesión de Altair, crítica a la película por Erick Estrada

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La posesión de Altair
El gore casero
Por Erick Estrada
Cinegarage

Hacer una película de “metraje encontrado” parece ser fácil. Lo parece. Si preguntamos a la gran pionera (no por ser la primera sino porque consiguió impacto mediático, millones de dólares y trascendencia antes, mucho antes de que esto fuera una moda) El proyecto de la bruja de Blair (EUA, 1999), nos daremos cuenta que los preparativos para su supuesta improvisación eran tan complejos como los de una película narrada “convencionalmente”.

Después de ella la ola creció y la lluvia de propuestas nos regaló absurdos incomnesurables pero también un par de joyas (quizá tres si sumamos a la muy imaginativa La bahía de Barry Levinson) que sumaron ciencia ficción de una lado con Europa Report (EUA, 2013) de Sebastián Cordero (un prodigio de guión con una realización sorprendente para su presupuesto) y del otro lado recreación de época con Operación avalancha (EUA-Canadá, 2016) de Matt Johnson, un thriller de altos vuelos, estupendamente escrito, ambientado en 1967 y que respetaba prácticamente todas las reglas establecidas por Blair.

El lado oscuro de la propuesta es el que le dice a mucha gente que, efectivamente, el formato permite errores y juegos fáciles cuando en realidad no es así.

¿Qué es lo que orilla entonces a un director a contar una historia enmarcada en ese formato que exige y demanda atención igual que cualquiera otra película?

La posesión de Altair quiere fundamentar el encendido de su motor en el miedo a lo desconocido, en la inquietud del fuera de foco incorregible que supone el Super 8 (formato en el que se filmó) y que atrajo la curiosidad de su director, Víctor Dryere quien, por otro lado y evadiendo la pregunta y probablemente las enseñanzas de las películas citadas, decide saltar todas las reglas necesarias del subgénero en favor del entretenimiento.

Nada malo con ello, excepto que en el cristalazo a la despensa de las reglas Dryere tampoco nos deja información para transitar su película que, así de golpe, rompiendo el eje de su narración, se transforma de una propuesta de cine de terror en una película de evasión en la que las fiestas parecen de disfraces (estamos en 1974) y que muta después en un intrascendente desfile de tomas subjetivas ante la nula (o débil) justificación de sus personajes para tener que grabar todo lo que les ocurre en una época en la que la tecnología no lo permitía de facto y en la que la gente simplemente no lo acostumbraba, sumado todo a la omnipresencia de la cámara que demanda el “metraje encontrado” (¿ven el oximorón?).

Así, con el formato mal sujeto, mal amarrado, mal fundamentado (no vale del todo que la cámara funcione siempre, sólo para iluminar las noches de esta aventura de gore casero y gritos desangelados), resulta imposible entrar de verdad a la película, especialmente cuando ese gore casero insiste en mostrar –también sin fundamento- las heridas y las sangres en momentos que poco antes habían obligado al personaje que registra a correr despavorido. Es decir, ante la flagelación climática de su narración el personaje con la cámara decide primero huir y después volver para regalarnos (porque es gratuito, ni siquiera es grotesco) el close up ensangrentado de una entrepierna oscurecida.

Romper las reglas del subgénero implica tanta imaginación como imponerlas, ya no digamos respetarlas al pie de la letra en situaciones límite como las que proponen La bahía y Operación avalancha y en eso precisamente falla La posesión de Altair. Rompe sin propuesta, desgarra sin sustento, desarma sin regalar opciones, idea, sustancia.

Así, en lugar de realizar un viaje a lo desconocido que se engañe en las fronteras entre el análogo y el omnipresente digital (el Super 8 contra las cámaras actuales era quizá un tema que se pudo esconder en esta propuesta), un juego de esas dos dimensiones que incluso pueden trazar una brecha tecnológica inversa, la película de Dryere se vuelve un sinsentido de datos falsos, de acontecimientos que ni buscan realismo ni sustentan su trasgresión a las reglas del found footage (esa cámara en el suelo que registra a contraluz a alguien que después se acerca a ella para un goce estético meramente personal), una posesión sin demonios, una Altair que se desdibuja (esa intro en el auto que se pierde en el bosque), un found footage que nadie habría querido ordenar… aunque alguien lo hizo.

 

1974: La posesión de Altair
(México, 2016)
Dirige: Víctor Dryere
Actúan: Diana Bovio, Rolando Breme, Guillermo Callahan, Blanca Alarcón
Guión: Víctor Dryere
Fotografía: Guillermo Garza
Duración: 82 min.

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