Te prometo anarquía, crítica. Vean aquí la película.

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Te prometo anarquía
Dos colmillos
Por Erick Estrada
Cinegarage

Rap y patinetas. Peleas de juego y juegos de peleas. Una historia de amor carnal y trágica desde que aparece en pantalla. La ciudad que conocemos y no visitamos que se recorre a golpe de ruedas sobre el asfalto, ruedas que aunque corren por donde lo hacen los coches no pertenecen a ese mundo. Las patinetas nos adentran a otra calles y a otras vías.

En ellas, Julio Hernández Cordón nos hablará de divisiones, de opresores y orpimidos, de explotadores y explotados en una brillante metáfora que de tan real sólo puede asirse del collar de Miguel: lleva al cuello unos falsos y plásticos colmillos de vampiro.

Miguel ha desertado del mundo de la luz y se ha hundido en una retorcida red de traficantes de sangre (y no sabemos qué más) que la da para vivir y vivir bien aunque para mejor práctica de su sed de rojo haya decidido reunirse con Johnny, su enamorado e indeciso compañero.

Ese falso beber de sangre, esa sangría contemporánea y poco ascéptica, ese drenar de vida se plasma en la película a través de planos largos llenos de movilidad, redundantes unas veces, hipnóticos otras e innecesarios de repente: entrar a los Estudios Churubusco desconecta la mayor parte de las veces y además aquí provoca una situación que encajaba mejor como sugerida que explícita, que es como nos la presentan. Esos planos reflejan la relativa facilidad con que estos personajes -a veces “Warriors” en busca del hogar, otras murciélagos en manada deslizándose entre las calles- viven sus días, entre la mona y la mota, encajando el colmillo hasta que todo se sale de control.

Hernández Cordón cuenta en realidad una historia de amor, pero ese amor sobrevive gracias a la vampirización social que se nos ha contado desde el principio: Miguel y Johnny son además de amantes hijos de la dueña y de la señora que limpia la casa, respectivamente.

Sus peleas, sus conflictos, sus problemas de “trabajo” son la puesta en escena de la división social, injusta y brutal en México. Pero son también el vehículo para el capítulo final de la historia, en el que veremos que cuando las cosas se salen de control, la dueña de la casa reacciona de una manera y la señora que la limpia lo hace de otro; que Miguel y Johnny son amantes pero que encima de ellos está el escape fácil cuando entre los vampiros sale el Sol.

Aparecen los vampiros mayores, los despiadados, y los colmillos de plástico de Miguel son incapaces de defender lo que tiene: su dosis de sangre y su amante juvenil. El escape en el que se enfrasca prueba de nuevo (ya lo habíamos visto en Los herederos) que las clases acomodadas, hipócritas y traficantes de la otra sangre que son las influencias, prefieren el escape a la solución de los problemas. Y entonces, nuestra pareja a la Shakespeare (son también Romeo y Julieta) es separada y violentada.

El final son dos finales, como los colmillos de los vampiros, aunque en este caso el vampiro que era el remate ideal provoca que la película se quede chimuela.

En uno, la situación queda abierta, incómoda, punzante, árida como el campo seco que rodea una patineta que rueda por las carreteras.

El otro suena moralino, castigador y por ello redundante, obvio. Demasiado romántico para acomodarse entre los planos largos y de narrativa tranquila de la película. El segundo remate en lugar de tranquilo se deja ver tranquilizador, de final no tan abierto pero sí mucho menos punzante.

Los vampiros muerden y punzan, sangran y dejan abiertas las opciones. La película prefirió un cierre menos árido, más otoñal todavía, menos rabioso.

CONOCE MÁS. Aquí encuentran nuestro episodio con el talento de la película El alien y yo al lado de la película, que pueden revisar en HD.

Te prometo anarquía
(México-Alemania, 2015)
Dirige: Julio Hernández Cordón
Actúan: Diego Calva Hernández, Eduardo Eliseo Martínez, Shvasti Calderón, Óscar Mario Botello
Guión: Julio Hernández Cordón
Fotografía: María Secco
Duración: 88 min.

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