RMFF 2014-04

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RMFF 2014-04
¿Dónde quedó la brújula?
Por Erick Estrada
Cinegarage

La función de la noche anterior antes de entrar al mundo de Nymphomaniac volumen I se le dedicó a lo que hasta ahora ha resultado la propuesta más firme del cine mexicano que no se había visto en otros festivales. El anuncio es tramposo pues es como glorificar un segundo lugar y sin embargo, no es así. Saber contra qué películas compite Los Hámsters de Gil González y ver que aún siendo aquellas apuestas realmente serias, le da a esta extraña relación de 24 horas en la vida de una familia de Tijuana una frescura que no depende ni de sorpresas demasiado luminosas ni de un sentido del humor ruidoso.

Muy al contrario, es quizá la discreción de la película lo que hace que el tono se acomode solo antes de cerrar la primera cuarta parte de la narración. Ese arranque en la incómoda y casi forzada vida compartida de esta familia llega a ser fantasmal y roza los tiempos de Familia tortuga (México, 2006) demasiado familiarmente pero no tanto como para considerarla oportunista.

Los Hámsters es, por el contrario, un gran experimento con los personajes, a los que se les deja libres en esa casi jaula que es su casa y que, en consecuencia, se transforma en un aparador de ellos, de la familia mexicana y por extensión, de todos nosotros.

En esa familia nuclear más que mentir la información entre los miembros se oculta y se distorsiona simplemente para evadir los problemas primero de la cotidianidad nacional y, después, de un ser mexicano tan profundo que siempre nos pasa desapercibido.

Un padre sin empleo, una madre abandonada por el resto de la familia (quizá los personajes menos detallados y más “comunes” de la película), una hermana en la secundaria en pleno descubrimiento de su sexualidad y un hermano mayor completamente irresponsable y cínico, son los elementos entre los que rebotaremos para que en medio de sus inconformidades y falta de comunicación, disectemos muchos de los vicios y las perezas de la sociedad mexicana. No hablar, no dar la cara, no decir no, no corregir los errores y preferir ocultarlos debajo de la alfombra, no avanzar por miedo al error, son puntos que quedan señalados muy claramente en la película de González a pesar de pasajes típicos como la secuencia en la que el padre busca empleo o la de la búsqueda de la madre del afecto que en casa se le ha negado.

Como hámsters, estos seres viven ensimismados y encerrados en un círculo vicioso cultural del que están lejos de salir y es ahí donde la película puede tener su mejor aportación: un tono de comedia desencantada que hace relucir el cobarde cinismo de la familia (nosotros), la carencia de una cabeza dominante, de un líder real, el discurso sobre la crisis social en que vive este país interrumpida, por supuesto, por un toque de humor cordial casi accidental en una de las mejores secuencias de la historia.

El soundtrack puede ser a veces extremadamente descriptivo pero otras tremendamente atinado; saltarán errores de una ópera prima que poco a poco deberían desaparecer ya de ellas (de nuevo, la entrevista de trabajo del padre, las “felices alucinaciones” del hermano mayor que sobresalen innecesariamente), pero la secuencia final de una cena familiar hace que toda la propuesta cuadre y se potencie. Es ahí, con idea y decisión que lo errabundo en que a veces se convierte Los Hámsters, demuestre músculo prometedor. Falta pulir más algunas cosas más que las otras.

En el miércoles del festival deambulamos tristemente entre propuestas mucho menos acertadas.

Comenzó todo con How to Disapear Completely de Raya Martin, una cruza de discurso fragmentado, lenguaje pesadillesco y velocidad narrativa del videoclip con ejercicio músico visual. Anécdota mínima en la que una familia es acosada sin saberlo por una extraña figura casi fantasmal -pero demasiado común como para tensar la situación- que jura descargar su ira contra el padre y la madre en cuestión.

Sin voltear de manera real a su trabajo anterior, La última película (México-Dinamarca-Canadá-Filipinas, 2013), Martin desarrolla a veces secuencias hipnóticas y misteriosas que despiertan la esperanza de un discurso menos divagante, menos premeditamente caótico. La parsimonia que hace sobresalir una secuencia se tansforma en discurso insustancial en la siguiente; los sueños de una chica atormentada nunca sabremos por qué toman de repente el control pero entre su carácter premonitorio y combinación efectiva con la música de Eyedress, se desvanece y desmaya en una película que busca ser intrigante y resulta más cercana al caos accidental.

Lo que pudo ser una historia de horror o incluso una buena reflexión de la venganza -o incluso de las oscuridades que hoy padece la humanidad- es más un discurso repetitivo y reiterativo y falsamente atmosférico.

El final, una suerte de explosión del caos o del apocalipsis, deja ver todos los remaches de la incorrección política de fórmula que, como resultado, es poco efectiva y muy pirotécnica: vivimos en un mundo tan correcto que es muy sencillo dejar de serlo, está casi dictado y escrito en la pared. How to Disapear Completely comete ese pecado.

El turno le llegó a Sex, Drugs & Taxation, película biográfica de dos monstruos oportunistas que encaja a la perfección en esta nueva ola de biopics de lagartos financieros o desfalcadores de cuello blanco. Se trata también de un retrato de personalidades enteramente desagrabales pero sin la solidez en el discurso de Scorsese (El lobo de Wall Street) ni la velocidad atronadora que ésta apuesta mezcla de psicodelia y machismo carnívoro demandaba.

Sectas psicodélicas, desfalcos, comedia ácida y lluvia de drogas son los elementos principales de esta película sobre mosntruos que nunca dejan de serlo, los padres de la gran cruda de los setenta y amantes irredentos de los excesos en todos sentidos.

La desventaja es que esos excesos nunca son reales en la pantalla y la oportunidad de hablar de un Howard Hughes sin magia (o lleno de magia negra), de pintar un panorama más descarnado y por lo mismo más crítico, se deshace en el tono de la cinta: más cerca de la comedia paródica que de la comedia inquisitiva.

El cierre fue de De puro aire, un documental que compite en el festival obra de Carlos Hernández Vázquez. Desafortunadamente, a pesar de buscar arrancar como un trabajo de observación y documentación de uno de los tantos personajes desafortunados de la Ciudad de México, parecería que muchos de esos mismos intentos surgen de lo que podríamos llamar poca experiencia callejera, un apantallamiento de quien decide documentar con varios toques de miserabilismo (la secuencia en la que el protagonista de esta escuálida narración vomita es completamente gratuita) lo que le suena extraño en una ciudad inundada de ello (de seres extraños) desde hace siglos.

El resultado es un discurso casi paternalista en el que vemos a un hombre vendedor de globos moverse erráticamente entre la calle que representa su libertad -pero que potencia su alcoholismo- y la casa a la que su esposa quiere devolverlo varias veces y que… ¿potencia su alcoholismo?

¿Dónde queda entonces el conflicto si a los pocos minutos comprendemos que este hombre no es capaz ni de la rehabilitación ni de la caída definitiva? ¿Dónde está la mano del director que en lugar de entrar al toro y endurecer la narración -ya sea para cuestionar el cinismo de su personaje o para echarnos en cara lo que sea- se regocija en pláticas insustanciales que de tanto repetirse a sí mismas entran al terreno del humor involuntario? ¿Dónde está un trabajo de montaje audaz que deje el sello de quien cuenta o resalte la personalidad del personaje? ¿Dónde está el reflejo sobre la incomunicación que hace de este hombre algo enteramente despreciable ante los ojos de su familia pero que no pasa de ser casi anecdótico y curioso? ¿Dónde está el valor de un discurso cinematográfico que debería hacernos sentir mal ante la decadencia familiar que presentamos pero que por el contrario se siente más como un viaje en el tren de la feria que da vueltas sobre sí mismo sin llegar a ningún lado?

Seguiremos en la búsqueda.

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