Las brujas de Zugarramurdi, crítica

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Las brujas de Zugarramurdi
Me dan miedo los hijos de puta
Por Erick Estrada
Cinegarage

Álex de la Iglesia nunca se ha tentado el corazón y no iba a hacerlo ahora. Los ruidos que provocó Acción mutante (España-Francia, 1993) aún resuenan en quienes lo acusaron de haber manoseado la “estética almodovariana” (la película fue producida por El Deseo) para inyectarle oscuridad y humor necrófilo (el humor negro le queda pequeño) en una historia que, se decía entonces, no tenía nada que ver con la España de sus años.

Cada navidad se levantan esas voces que se escandalizaron por la escena de la balacera en la Calle Preciados de Madrid y que lamentaban que unos Reyes Magos de botarga murieran acribillados por un loco empastillado con la cara de Santiago Segura en El día de la Bestia (España, 1995).

Con Las brujas de Zugarramurdi el esperpento vuelve, el escándalo sube y, curiosamente, del otro lado de esa misma Calle Preciados, en plena Puerta del Sol, otra balacera inaugura un festival de la carcajada de aquelarre. Dos hombres lo suficientemente estúpidos para asaltar casi de buenas a primeras un local de empeños y venta de oro, desatan una persecusión que los llevará hasta Zugarramurdi, ahí donde dicen que nació la brujería y ahí donde las montañas esconden cavernas donde seguramente alguien -como la inquisición- ha imaginado sacrificios de infantes y orgías sobrenaturales.

¿Cuál es el punto que incomoda ahora, si es que las brujas son escandalosas y el humor de De la Iglesia necrófilo? Que el chico de Bilbao se mete con ellas, con ellos, con el matrimonio, lo hace de manera incorrecta (como debe de ser) y sin tentarse el corazón porque seguramente una mujer se lo ha robado para cocinarlo en un caldero.

El guión voraz de Las brujas de Zugarramurdi plantea en el escape de estos hombres despechados y humillados por sus mujeres, una reivindicación de lo masculino sustentada, precisamente, en las herramientas que le da esperpento. De ahí que las mujeres dominantes en su mundo aparezcan como brujas, hechiceras caníbales que -como De la Iglesia– no se tientan el corazón para obtener lo que quieren… aunque no sepan lo que quieren.

Ese mini universo encerrado en Zugarramurdi es una lucha de sexos en el siglo XXI, con ellas exprimiendo un matriarcado que si bien tiene muchas ventajas, consigue despertar muchos de los defectos de los que las mujeres matriarcales se quejan después. Por ello también es que el primer escape de ese matriarcado sabe a exceso (un exceso al que no comprendemos, diría yo): “Estás en edad de follar y drogarte, que es lo que tienen que hacer las chicas como tú”, le dice una de las brujas sabias a la más joven del clan, a la que le tiemblan las rodillas quizá por primera vez, al sentir algo de amor por ese hombre desorientado y desesperado que ha robado una tienda de empeños en Madrid. Una bruja enamorada  a la que como al matrimonio se le vienen las paredes abajo cuando externa sus temores, pero que cierra una discusión a(lo)caloradísima con un beso estilo comedia romántica cuando todo pudo haber llegado a los puños.

Él también huye de su miseria y encuentra algo de escape de su ex esposa, a la que por supuesto también ve como una devoradora de almas. El botín, para cerrar el hechizo, es una bolsa llena de sortijas de matrimonio, una institución y una figura social que a la que se le están viniendo abajo todas las paredes, magnífica metáfora para que desde de la óptica de este humor violento y exagerado, De la Iglesia remate con un llamado a la reconciliación de sexos.

Sí, ellas espantan, ellas provocan miedo, pero ellos son una parvada de inútiles como inútil es el botín que llevan en su huída. Es elr eencuentro de los diferentes.

La balanza termina por equilibrarse cuando una “bruja” le escupe a un “sometido” la frase que marca toda la película: “A mí lo que me da miedo son los hijos de puta”. Todos ganan, todos pierden. Es necesario un nuevo comienzo, ¿un nuevo amor incorrecto como el humor de la película?.

Por ello el final explosivo de Las brujas de Zugarramurdi es indispensable. Cuando el humor ha llegado a negruras inconcebibles; cuando se han lanzado un par de herejías de carcajada; cuando han quedado reflejadas tantas realidades de tantas discusiones de pareja, De la Iglesia hace aparecer a una gigantesca Venus de Willendorf pinkfloydiana que, del matriarcado que oprime pero engendra hijos de puta, nos hará volver sin duda al matriarcado que oprime y engendra hijos de puta. No hay salida, no hay escape pero, ¿no es hora de ir trabajando ya la reconciliación y luego buscar la transgerosa salida?

Entre carcajadas de cavernosa intensidad, entre grandes actuaciones de mujeres y mujeres que siempre han dado la cara por muchas otras mujeres (vamos con gusto de Carmen Maura a Terele Pávez y por supuesto aterrizamos con ternura en Carolina Bang), entre risas que suenan a aquelarre, De la Iglesia nos pide reconciliación sexual, bajar las armas de la corrección y dejarnos reír y usar el humor para comenzar de nuevo. ¿No la “bruja enamorada” se llama Eva?

Las brujas de Zugarramurdi
(España, 2013)
Dirige: Álex de la Iglesia
Actúan: Javier Botet, Mario Casas, Carmen Maura, Carolina Bang
Guión: Jorge Guerricaechevarría, Álex de la Iglesia
Fotografía: Kiko de la Rica
Duración: 95 min.

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