El mar muerto, crítica

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El mar muerto
Los cuentos de la noche
Por Erick Estrada
Cinegarage

Prostitutas. Cables sueltos. Polvo y asfalto maltratado. Rostros arrugados, voces que susurran. Los charcos eternos del centro de la Ciudad de México, las manchas, las iglesias, los ruidos. Ignacio Ortiz se deja caer en los aires enrarecidos de la noche chilanga, de su Centro Histórico, para contar un cuento negro.

En una enorme elipsis que nos lleva del mar (ahora significativamente omnipresente en el cine mexicano) a las calles que saben a Ripstein y a su sordidez, al viejo cine ¿independiente? mexicano en los ochenta, Ortiz habla de un personaje doloroso no solamente porque se gana la vida a golpes, sino porque él mismo es su metáfora: un lúgrube boxeador callejero que a veces hace más dinero cuando pierde que cuando gana la pelea; hombre encerrado en su círculo tramposo.

Desde ahí, en un nocaut asesino, las otras historias de Ortiz arrancan y en esa noche capitalina, tan entrañable y al mismo tiempo tan lejana para muchos, es que sus personajes se cruzan, se hablan, se insultan, se cogen y se acusan. El mar muerto se convierte en poco tiempo en un cálido pantano que no amenaza pero que es peligroso, en una lluvia de líneas rectas que a veces son las calles de ese Centro Histórico y otras las vidas perdidas en esas mismas calles negadas de luz de Sol.

“A mí me contaban cuentos para quitarme el miedo. En este mundo ya nadie cuenta cuentos y por eso hay tanto espanto” suelta uno de sus personajes en medio de un apagón que podría ser una metáfora de nuestros días tanto como un toque post apocalíptico en esta lluvia de cuentos negros y desencantados. Lo que ocurre después -con ese y con otros tantos personajes- pertenece al universo del espanto pero Ortiz lo plasma mientras nos cuenta cuentos. Narrar en medio de la casi nada a la que a veces nos llama el cine mexicano es, así, un gran logro y merece agradecimiento.

Lo merece porque aunque engolando un poco el encuentro de sus personajes, El mar muerto remite a mucho y principalmente a la tradición de tener algo que decir. La cámara acompaña en encuadres que en otros contextos serían preciosistas, pero que en esta oscura piscina de historias es a veces un homenaje y otras una invitación al sueño inquieto, ese en el que las historias no son claras pero son contundentes.

Así es El mar muerto. Poco clara por dedicarse a una noche turbia, pero contundente: sea esto la filosa alucinación de un boxeador derrotado en el limbo del nocaut o un cruce de crueles personajes que de tan reales parecen inventados, es el espanto el que inunda el cuento.

Al final, la narración expiatoria, el regreso al mar, el re encuentro de la brújula. El cuento negro se cierra dejándonos con ganas de tener un poco más.

El mar muerto
(México, 2010)
Dirige: Ignacio Ortiz Cruz
Actúan: Joaquín Cosío, Aida López, Ana Ofelia Murguía, Mario Almada
Guión: Ignacio Ortiz Cruz
Fotografía: Santiago Navarrete
Duración: 84 min.

Comment (1)

  1. El Mar Muerto es una pelicula como bien lo dices extraña y no apta para todos, pocas cintas logran crear atmósferas tan contundentes como esta pelicula, con la extraordinaria fotografia de Santiago Navarreta (qepd) nos narra historias un tanto disparejas, nos cuenta cuentos que a veces parecen ir hacia ningun lado y el final es un tanto forzado el encuentro de algunas historias. La parte en la ciudad es sin duda la mejor y más lograda. Destaca por un elenco numeroso lleno de talentosos actores pertenecientes a distintas generaciones haciendo un mix refrescante, sobresalen Joaquin Cosio en un registro distinto al que acostumbra, Aída Lopez quien matiza como pocos, Ana Ofelia Murguia que aparece en cada escena brillando, mostrandonos sus enormes tablas e Iván Cortes que aporta un cierto humor, ingenuo y sarcástico que dota de vida a su personaje. En menor medida y se antoja que pudieron participar más Eilen Yañez, José Sefami, Adriana Paz y Emilio Echevarria completan este estupendo cuadro. Seguramente no llenará salas, sin embargo es un hecho que alguno de sus actores logren nominaciones en algun premio llamese Ariel u otro, y muestra a Ignacio Ortiz como un director que toma riesgos.

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