Reencarnación, una historia de amor, crítica

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Reencarnación
¿Una historia de amor?
Por Erick Estrada
Cinegarage

La película comienza tan revuelta como sus propios créditos, que en una animación sencilla y atractiva eso sí, nos lleva de la China de no sabemos hace cuánto, a París y San Francisco para aterrizar en Mazatlán, puerto de llegada de tantos y tantos trabajadores chinos que ayudaron a construir parte de este país pero que fueron brutalmente discriminados y explotados. Pero Reencarnación no va de eso.

La historia sigue con una voz en off ultra romántica que envuelve a la cautivadora Liz Gallardo, personaje que sabe que no pertenece a este tiempo y que su alma es tan vieja como el universo. Sabe que ha vagabundeado por los siglos en busca de un amor del que fue separada en otro cuerpo. El destino no ha sido favorable con ella y la voz en off insiste e insiste en que debe encontrar a esa otra mitad. Pero Reencarnación no va de eso pues a los pocos minutos tanto la narradora (que termina por desaparecer por completo de la forma) como el personaje de Gallardo (Yolanda) encuentran al hombre indicado.

La narración se desvía a la intriga del hombre encontrado (un robótico Shalim Ortiz) que entre frases engoladas, melosas, con palabras improbabilísimas y mirada alicaída en lugar de contrariada, vaga por Mazatlán para encontrar a esa chica que ya lo ha encontrado a él, pero con el miedo que los “extraños” descendientes de los chinos le provocan a… ¿los ignorantes? “Se dice que ustedes viven cientos de años y que beben sangre” le dice a ella cuando la re-encuenta. Pero Reencarnación tampoco trata de eso pues ya sabemos que efecrivamente la chica ha cruzado los siglos para vivir en México y dentro de muy poco sabremos que sí, que los de “su estilo” beben sangre para poder vivir y, lo peor, no son vampiros.

Luego se nos dice que hay alguien interesado en que estos dos personajes que ya se encontraron no se encuentren, y que tiene sus poderosas y místicas razones para ello. Algo de thriller llega a asomarse por un par de segundos en lo que ya es un meloso y abotagado niño que no alcanza a formular dos oraciones que le den sentido a él mismo. La razón es que Reencarnación tampoco es ese thriller. Es, como ya deberíamos haberlo imaginado, otra cosa.

Entre olas de True Blood, aires de Pide al tiempo que vuelva (EUA, 1980) en sus peores escenas, tráfico de chinos, barcos quemados, intrigas milenarias, Eduardo Rossoff quien fuera productor de las oportunas Aro Tobulkin en la mente del asesino (España-México, 2002) y The Debt (EUA-Reino Unido-Hungría, 2010), rebota sin sabernos decir nunca qué es lo que quiere contar en realidad. Eso sí, su forma es impecable por un lado, pero extra romatizada por el otro: tonos dorados, sombras artificiosas, escenas de sexo que (se agradece) dejan ver lo que una película gringa habría ocultado, velas, telas vaporosas. Eso, sin embargo, le carga la mano a este supuesto thriller romántico y el resultado no da a ninguna de las dianas que él mismo se plantea.

Entre humor involuntario y escenas de humor que nunca cuajan, entre personajes que mueren no solamente de manera predecible sino completamente anticlimática (y poco cinematográfica), viajes en el tiempo, sangre comprada y amores draculescos sin asomo de colmillos, Reencarnación quiere contar una historia de amor pero creo que en realidad no cuenta nada.

Reencarnación, una historia de amor
(México, 2013)
Dirige: Eduardo Rossoff
Actúan: Shalim Ortiz, Liz Gallardo, Raúl Méndez, Marta Aura
Guión: Juan josé Rodríguez, Eduardo Rossoff
Fotografía: Germán Lammers

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