RMFF, día 1

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RMFF, día 1
Bienvenidos a la primavera
Por Erick Estrada
Cinegarage

Pues bien, parece que el festival de cine de primavera en México ha comenzado mucho mejor que el año anterior, uno en el que demostró bastantes huecos de logística (y algunos de programación) que hoy parecen no solamente resueltos sino a los que se anticiparon (en programación y logística) parea no dejar caer la estafeta.

Sabiendo que la cinta de la gala inaugural era a final de cuentas una de las favoritas en el pasado Festival Internacional de Cine en Guadadalara, las expectativas se elevaban. Tanta agua, la cinta que se decidió recibiría a los invitados al Riviera Maya Film Fest cuenta como ya lo habíamos mencionado en la reseña tras su proyección en Guadalajara, con un cierto toque de jovialidad que escapa del choque entre las vacaciones ideales imaginadas por el padre de familia de la historia, y el inevitable fiasco que sus dos hijos pre adolescentes compran cuando en el centro de descanso de verano escogido por su padre llueve a cántaros 48 horas al día.

Las fallas, ya también mencionadas, vienen del enfoque, muy poco comprometido y, en ocasiones, exageradamente ingenuo, centrado también en demasía en el personaje de la hija mayor, una pre adolescente que lucha por encontrar su identidad en una edad en la que ninguno lo hemos hecho. Eso sí, contando con un humor relajado y sin exageraciones, una anécdota sencilla y clara, una profundidad luminosa (heredada de su falta de compromiso, que conste), resultaba ideal para abrir las proyecciones en la Riviera Maya, quizá más que la que se había anunciado en su lugar, la estupenda Spring Breakers de la que hablaremos en su momento.

El segundo día presentaba igualmente buenas oportnidades y dejó claro que el público se ha acercado al festival, que comienza no solamente a reconocer la oferta que el Riviera Maya le entrega a las puertas de su casa, sino que se deja impulsar por el hecho (grandioso, la verdad) de que la totalidad de sus funciones son gratuitas. Esto, aclaremos, no se trata de una oferta exclusiva de este festival, pero probablemente y junto al festival Mórbido Mérida, se trate de la única oferta de ese tipo en esta parte de la República Mexicana.

Con salas llenas, entonces, se proyectó la película guatemalteca Hasta el Sol tiene manchas, de Julio Hernández Cordón, una película que claramente es un experimento (en varios momentos fallido pero en otros francamente ilustrador) que termina por evidenciar el atasco en que se encuentra no solamente el plan cultural de un país como Guatemala, sino el cine de esa parte del mundo en particular. Fantasiosa, artificiosa, ingenua y por el otro lado lúcida e inventiva, juega con todos los elementos que se le aplauden a cineastas que cuentan con el apoyo de los grandes inversionsitas, como Wes Anderson; se mueve en el mismo mundo, con personajes tan similares que espantan y con una narrativa casi delirante, casi equívoca, pero comprometida con su espíritu de (en este caso) improvisación y desenfreno, aunque con un presupuesto clara y contundentemente menor.

Viéndola así, Hasta el Sol tiene manchas es una demostración de que el cine idependiente es ahora más posible y más necesario que nunca, con todos los errores y los aciertos (en este caso prácticamente involuntarios) del cine con esas características. Y sin embargo, la mejor reflexión depositada por la película es la que alude a directores como Anderson: ¿Por qué les aplaudimos esos desplantes narrativos, casi ególatras? ¿Será porque en su estilo y en su mundo cuenta con una producción que disfraza los riesgos de experimentos así? En consecuencia, ¿por qué habría qude despreciar a logros menos luminosos, a veces por falta de dinero, como Hasta el Sol tiene manchas?

Mitote, el certero e hipnótico documental de Eugenio Polgovsky, también se proyectó en el Riviera Maya Film Festival y cautivó a otra de las salas llenas, que se dejó hundir en el repetitivo pero necesario relato de algunos días en el centro espiritual de un país tan complejo, sui géneris, repetitivo y conflictivo como México: el Zócalo de su capital.

Mitote narra prácticamente sin palabras, la reunión en esa plaza de tres Méxicos distintos en el mismo momento: una pantalla gigante transmite los juegos de futbol de la selección nacional en el mundial de Sudáfrica; el plantón del Sindicato Mexicano de Electricistas (cuyas demandas a la fecha han sido ignoradas o tergiversadas y en consecuencia mal atendidas); y los rezos y métodos de los chamanes urbanos, mezcla extra de adivinos, curanderos, lectores del futuro, predicadores de la mexcanidad y charlatanes.

En esa mezcla, en la repetición de imágenes, frases, momentos, rostros que van de la piedra de los aztecas y olmecas a la euforia registrada digitalmente en el gol de un campeonato mundial; de esloganes que cantan una y otra vez lo mismo con variantes que de tan mínimas se convierten en ridículas; con la danza de los curanderos y su verborrea disfrazada de filosofía indigenista, queda plasmado un México dividido pero congruente, enfrentado a sí mismo pero culturalmente sólido, poderoso pero debilitado por su propio crisol. Es un documental sólido, cruel con el país y crítico sin escándalos en un momento que se necesita ser precisamente así con nosotros mismos.

La gala que cerró el lunes se llevó a cabo con la proyección de Juego de niños, la versión mexicana de la exitosa y fascinate ¿Quién puede matar a un niño?, española dirigida en 1976 por Narciso Ibáñez Serrador y que, al contrario de la entregada por Makinov (el director de la versión mexicana), electriza los sentidos como pocas películas de horror en una década que el género entregó cintas realmente memorables.

La anécdota de la pareja de extranjeros que llegan a una isla en la que misteriosamente no aparece ningún adulto y que pronto se dan cuenta que eso es causado por un extraño comportamiento de los niños (que se esparce como la roña) que los lleva a asesinar cruelmente a los adultos, es prácticamente la misma, pero en lo que a veces es un homenaje al espíritu de la película española, hay probablemente demasiado respeto y pocas intenciones de traer un planteamiento tan escalofriante al siglo XXI.

Entendámonos. La versión de Makinov no es mala en absoluto y cuenta con momentos de atmósfera que enloquecerán a los amantes del género, pero tanto ello como la violencia gráfica que eriza los pelos en la película de Ibañez Serrador, llegan un poco tarde y sin ganas de trangredir ni a su propio desarrollo ni a lo que se puede ver en la española.

Eso sí, cuando la violencia finalmente se desata, Makinov se deja ir con entusiasmo y hasta regocijo, generando un horror correcto… pero demasiado correcto. Quizá se agradecería la falta de respeto a una década en la que el género manejaba otras herramientas visuales pero que, para hablar de este caso, inquietaba por caminos insospechados. ¿Qué pierde Makinov en su versión? El oscuro y laberíntico origen del “mal” de los niños en la isla, uno que Ibañez trabaja desde sus créditos iniciales; el final abierto y dividido, que da para teorías largas y emocionadas en la plática con cerveza después de verla; pero sobre todo, la agresión directa al espectador surgida no solamente de lo gráfico de su violencia, sino del dilema moral que da nombre a la película, que Ibañez construye sutil pero poderosamente y que Makinov diluye en bien de la acción.

Lo que gana, sin embargo, es que en el propio México se voltee de nuevo a un género que normalemente se desprecia pero que desde hace ya varios años nos ha entregado reflexiones mucho más que interesantes y que lo hará con una película técnicamente correcta (también muy correcta diría), que conoce el lenguaje del cine y que puede traer al público de regreso a las salas.

Mañana, más del Riviera Maya Film Festival.

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