FICG, G. La evaluación

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FICG
La evaluación
Por Erick Estrada
Cinegarage

Después de que terminaron las funciones de las películas que compiten en el Festival Internacional de Cine en Guadalajara y antes de que la premiación se lleve a cabo, se puede hacer un primer balance de las transformaciones y de los alcances de su edición 2013.

Como muchos de ustedes saben, el premio al cine mexicano fue prácticamente eliminado y ahora el festival observa al cine iberoamericano como un todo, algo que no dejó de provocar reacciones adversas en algunos de los asistentes. Como en todo, el movimiento tiene sus pros y sus contras y antes de averiguar al ganador no sabremos cuál de ellos prevalece.

Al englobar a Iberoamérica en la Sección oficial, los procesos de evaluación y el nivel de la competencia debería aumentar en el futuro. Es decir, el cine mexicano, por ejemplo, se vería comparado con la producción de países semejantes en nivel económico como Brasil y España y, claro, obtendría ciertas ventajas de producción frente a propuestas de países que no cuentan con la misma capacidad económica como Perú o los de Centroamérica. Sin embargo, las comparaciones con otras propuestas a nivel creativo son (o deberían ser) independientes del poder económico de un país, y es ahí donde el cine nacional debería evaluar y reevaluar su producción y sus historias, primordialmente si se quiere (y yo digo que se debe) dialogar con su propio público. En pocas palabras, es como en los Juegos Olímpicos, en donde ningún país recibe ventaja en la pista al momento de arrancar ninguna competencia. Todos entrenan con lo que hay y todos entrenan para ganar.

Al elegir un juego más global el Festival obliga a los cineastas mexicanos a mantener los ojos de su público (que lo compara con propuestas tan sólidas como Blancanieves, Érase una vez Verónica o Infancia clandestina) y a asomar la cabeza más allá de sus apuestas festivaleras o tremendamente comerciales. Si eso ocurre o no, eso depende ahora de los creadores y lo veremos dentro de 4 o 5 ediciones de este festival.

Los contras tiran justo hacia el otro lado. Al jugar de local el cine mexicano tenía un foro de exhibición importantísimo en Guadalajara, un festival al que se venía a dejar la película en manos de la prensa y la crítica nacional y claro, en los ojos del público. De parte de críticos y prensa, un espacio vasto garantizado para el cine mexicano representaba el adelanto de casi un año de trabajo al tener en una sola ciudad a los responsables de las películas para revisarlas y, en su caso, entrevistarlos. Era, como se ha dicho en varias pláticas este año, “el festival del cine mexicano”. La globalización de la Sección oficial ha reducido ese espacio y en consecuencia la asistencia de creadores nacionales disminuyó, lo que hace que la prensa muchas veces no tenga mucho material de trabajo en ese ámbito.

La buena noticia es que mucha de la “prensa especializada” que ahora tuvo “menos material” tendrá que hacer su tarea y ver otro y más cine, estudiar y leer para aprovechar a directores, actores, guionistas y fotógrafos iberoamericanos que vienen al festival, o dejar de asistir al mismo. Algo de selección natural de medios puede ocurrir ahí, que buena falta le hace a este y otros festivales.

La tercera consideración es más bien un punto de extrañeza que refleja, entre otras cosas, lo disparejo de la seleción de películas para el Festival. El hecho de que en el premio Mezcal se mezclen documentales y ficciones (aunque todos en realidad son películas) resulta desconcertante. Ambos implican trabajos completamente distintos y procesos de producción tan diferentes que resultan injustos al ser evaluados y comparados en un festival. Ello por no hablar del lenguaje visual que ambos generos casi por necesidad desarrollan, también enteramente diferente… con honrosas excepciones.

Ese desconcierto refleja, lo decía, lo disparejo de la Sección oficial que a veces dejaba con los ojos cuadrados a los asistentes a las proyecciones. Experimentar primero propuestas como Blancanieves y enfrentarlas al tortuoso camino al que nos forzan películas como El limpiador o Besos de azúcar dibuja en el esquema del festival crestas muy altas y valles muy profundos, un cuadro que en otras circunstancias significa arritmia y riesgo de colapso. Ojalá este no sea el caso. De los eternos traslados de sede a sede y del odio irracional de esta ciudad a los turistas (muchos nacionales y extranjeros lo padecieron) no corresponde hablar ahora pero quizá el primer tema deba ser analizado y considerado.

Por ahora la cosa camina y el experimento ha cumplido su primera edición. Más que el beneficio de la duda merece nuestro apoyo. Felicidades por la edición 28 del Festival Internacional de Cine en Guadalajara. Esperaremos a la premiación.

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