FICG, F

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FICG
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Por Erick Estrada
Cinegarage

Día muy disparejo en el festival de Guadalajara. El arranque nos dejó ver la película peruana El limpiador (escrita y dirigida por Adrián Saba), una especie de ciencia ficción contemplativa que a golpe de un ritmo y un lenguaje cinematográfico perezosísimo nos dejó más con la sensación de haber visto cine contemplativo sin ficción y mucha ciencia… festivalera.

El problema es que incluso en la onda festivalera hay niveles y esta historia de un limpiador forense (lo llamáré así a falta de más datos de esta producción) que de repente se ve atrapado en una ciudad víctima de una emergencia sanitaria, está en uno muy inferior. Después de despachar el cadáver de una mujer, este extraño obrero encuentra al hijo de la familia, solo y encerrado en el clóset. Lo que sigue a eso es completamente inverosímil no tanto por la supuesta emergencia que vive Lima (Perú), sino por el hecho de que este hombre trabajara aparentemente sólo, sin apoyo de ninguna autoridad y que, al descubrir al chamaco lidie con él varios días antes de decidir llevarlo a alguna autoridad que, en una situación completamente alejada del procedimiento mínimo creíble, decide rechazarlo metódicamente.

A pesar de ello, su paupérrimo guión no es el mayor obstáculo. Lo es sí su muy perezoso lenguaje, sus secuencias interminablemente vacías y la nada a la que nos orilla conforme se acerca su conclusión, por demás previsible y tan abierta que nos invade la idea de que deberían filmarse cortometrajes  en lugar de películas extendidas a propósito (espero) como esta, que regala diálogos zombificados en una aparente reflexión apocalíptica en Sudamérica. ¿Se habrán revisado ideas primas como Tierra de vampiros (EUA, 2010), The Road (EUA, 2009) o propuestas mucho más nuevas y propositivas (ya entrando en el estilo) como la mexicana Halley (México, 2012)? Lo digo no porque se deba imitar al Hollywood más propositivo o al cine independiente americano sino porque la película de Sebastián Hofmann resulta cercana en idea pero infinitamente superior a la peruana, que pretendiendo ponerse creativa nos muestra un ciudad que se ve ya está en ruinas para “ambientar” otra en una realidad alternativa.

Lo que vino después tampoco fue para los aplausos que recibió al final de la función. Vimos La pasión de Michelangelo, escrita y dirigida por Esteban Larraín, una especie de recreación de la pasión más tradicional de todas (la de San Mateo), solamente que ambientada en el Chile rural de 1983 y con aires pretendidamente sórdidos y folclóricos al usar la imagen de un vidente católico.

A pesar de querer armar una pequeña historia de suspenso alrededor de la figura de Miguel Ángel, el niño que supuestamente habla y se comunica con la virgen de Peñablanca (por lo que es famoso), y de lograrlo en varios momentos, lo abusivo de su anécdota es lo que terminó por derribar a la cinta. En la historia, el famoso Miguel Ángel es una especie de visionario religioso con éxito y prestigio mientras el párroco de su pueblo, la iglesia católica y el régimen pinochetista (que le envía guardaespaldas encubiertos) lo apoyan. Pero después (siguiendo tanto el trazo de la cinta de suspenso como el de la pasión de Mateo) es “traicionado” y abandonado por el poder, cae en desgracia y tanto su fama como su encanto se desvanecen.

Lo he dicho ya. Con un tema tan delicado como la dura dictadura chilena el director debería estar más a favor de tomar partido por cualquiera de los bandos que decida, pero tomar partido. Aquí, Esteban Larraín (igual que lo ha hecho Pablo Larraín) camina de nuevo en la indecisión y, contando la historia de “la virgen que puede legitimar la presidencia de Pinochet” deja todo acomodado lo suficientemente bien como para sugerir que, de no haber perdido el apoyo de iglesia y del régimen de Pinochet, Miguel Ángel (que puede ser la figura metafórica de muchos desprotegidos en Chile) nunca habría caído en desgracia; o peor, que el culto por la virgen de Peñablanca (en el que estaban involucrados todos los habitantes del pueblo y que ahora se sabe era un montaje) nunca habría muerto de no haber caído Pinochet. Esta última idea cae al leer los no menos suspicaces textos finales de la cinta.

Esa tristeza no definida y disfrazada puede comunicar ideas muy contrarias  a la que la mayoría cree estar recibiendo de películas como esta. Se echaron de menos (y mucho) tanto a Canoa (México, 1976) de Felipe Cazals como a la, esa sí de altos vuelos progresistas, La pasión según San Mateo (Italia-Francia, 1964) de Pasolini.

El cierre del día, antes de poder asistir al homenaje que en el marco del Festival de Guadalajara y su premio Maguey se hizo a mi muy extrañado Joaquín Rodríguez, lo tuvimos con la proyección de la mexicana Levantamuertos, película con uno de los mejores títulos en el Festival.

La película de Miguel Núñez (que escribe y dirige) puede ser inscrita en el apartado de comedia negra, pero ciertas indecisiones de tono hacen que tanto historia como personajes se tambaleen peligrosamente.

Sin embargo, entre la historia de este trabajador del Servicio Médico Forense encargado de recoger muertos, del hirviente verano en Mexicali en que todo transcurre y de secuencias con mucha idea en los diálogos, la película alcanza la otra orilla con calificación de suficiente.

Quizá toques aún más mórbidos que la relación cotidiana con los cadáveres, o con la explosividad masoquista de su compañera ocasional habrían hecho de la película algo menos agradable pero mucho más sólido en el disparo, en el camino a seguir. Así como está entendemos perfectamente la casi soledad del personaje, atado de repente y por necesidad asumida, a una extraña mascota que luego le endereza el camino, pero a pesar de lo natural que resulta para los mexicanos el tema de la muerte, los nudos quedan un tanto flojos y el cierre bastante anticlimático, ¿Recuerdan Bajo la sal (México, 2008)?, ¿El esqueleto de la señora Morales (México, 1960)?

Fue sin embargo lo mejor de la jornada y como ejercicio de estilo y de producción (muy al nivel) resulta bueno saber que el cine mexicano quiere explorar también por ahí. Mañana hablaré del merecido homenaje a Joaquín Rodríguez en el Festival Internacional de Cine en Guadalajara.

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