FICG, E

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FICG
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Por Erick Estrada
Cinegarage

La lista de películas a ver se vacía conforme pasan los días y por lo menos hoy habrá que hablar solamente de las que vale la pena a reserva de reflexionar después sobre las que se quedaron fuera en caso de que nos falle el ojo y resulten ganadoras, algo que probablemente ocurrirá.

Tanta agua, dirigida por Ana Guevara y Leticia Jorge fue de entrada la encargada de abrir el martes. La anécdota parece demasiado personal como para llegar a un público verdaderamente masivo pero a fuerza de momentos suficientemente bien armados la película consigue comunicarse aunque, de nuevo, algunos vicios de estilo la convierten en redundante y uno termina por querer exprimir los, por lo menos, 20 minutos que le sobran a la historia.

Un padre recoge a sus hijos en una madrugada lluviosa. Los lleva de vacaciones y en un par de instantes reconocemos la situación de divorcio y cierto alejamiento de parte del padre con respecto a su hija pre adolescente y su hijo, que vive en el despiste del final de la infancia. Las vacaciones fuera de la ciudad comienzan mal ante una lluvia que no para de caer como previendo que aunque calmadamente, las desgracias emocionales golpearán a este trío de náufragos urbanos en un balneario de Uruguay.

Poco a poco, aunque con un tiempo falsamente real y en consecuencia prolongado con insistencia y restanto efectividad, la distancia entre hija y padre se hace mayor y vemos a través de varias secuencias el nacimiento a la adolescencia de la chica, que se ha dado cuenta de la gigantesca diferencia no sólo del mundo adulto y del de ella, sino que la incompatibilidad con su padre aumenta de manera irremediable (de hecho podríamos decir que el padre es un macho hecho y derecho y adivinar muchas de las causas del matrimonio); aunque lo peor es que también se da cuenta que su hermano terminará por alejarse de ella y encontrar su propio mundo.

Sin ser una bomba emocional la película genera un buen dibujo de ese mundo femenino pre adolescente y se nota que juega con memorias, palabras y sonidos probablemente de la infancia de las directoras; camina también entre sus personajes sin contemplaciones ni cariños falsos pues de hecho, los adolescentes que se presentan como víctimas en un prinicipio, poco después muestran (todos) razgos suficientes para resultar antipáticos al público. Ambos aciertos son, sin embargo, enlodados con cierto regodeo en atmósferas y situaciones que saben a repetición fácil o necia, no lo sé, que alargan la historia y en consecuencia el nacimiento de esta adolescente -punto culminante de su planteamiento- que queda hundido en la psicina de sus reflexiones, justo como vemos a esta chica, entre desilusionada y harta, al final.

La segunda elección para este día fue El efecto K. El montador de Stalin de Valentí Figueres, un documental con toques (demasiado) estilizados de ficción que narra las andanzas de Maxime Stransky, actor, cineasta, espía para la URSS de Stalin, que nos lleva de su infancia (en la que se hizo amigo de Sergei Eisenstein) a su extraña desaparición en los años setenta. La anécdota es sin duda interesante, incluso si uno desconoce la obra de Eisenstein y sis desencuentros con Stalin o los hechos históricos por los que este hombre tiene que atravesar y, claro, la recreación de eventos y películas requiere un trabajo importante. Sin embargo, es justo la sobre estilización de sus recreaciones y el choque con la voz en off (omnipresente) del docu-ficción lo que provoca un alejamiento del espectador.

Curioso y triste pues la película surge y se apoya en los puntos de vista de Kuleschov y Vértov sobre el cine, uno apoyando e impulsando el montaje y el segundo sustentando la idea del Ojo-Cámara y el registro de la realidad. Curioso y triste digo porque jugando con esas ideas este trabajo teje su propio camino y su propia teoría, pero en el aspecto visual comete el error del sobre montaje, de exagerar en la yuxtaposición de material real con material recreado, con actuaciones y personajes reales y al final este sobre montaje hace despegar cierta confusión y termina por alejarnos del discurso. Vistoso sí, alegre también, pero al insistir de más en su propio juego visual se ahorca de manera empalagosa.

Lo último fue otro documental, Bajo tortura de Cristina Juárez Zepeda, ubicado curiosamente del otro lado de donde se encuentra El efecto K. Este trabajo hace un recuento del caso de Alfonso Martín del Campo Dodd, aún sin resolución satisfactoria y modélico en el tema de la tortura en México.

Alfonso Martín del Campo Dodd fue señalado como responsable del asesinato de su hermana y de su cuñado, pero esa acusación surgió de las propias autoridades mexicanas que a su vez se encargaron de modificar la escena del crimen, de inventar la confesion de Alfonso para que cuadrara con la evidencia alterada y hacer que la firmara después de haber sido butalmente torturado.

El documental resulta tremendamente didáctico y, claro, el caso indigna y a pesar de ser un verdadero arpón de denuncia para exigir no solamente la clarificación de la situación de Alfonso Martín del Campo Dodd, sino la terminación de la tortura como medio de aclarar delitos en México, peca de extrema aridez y algo de la cadencia y la imaginación necesarias en un documental del siglo XXI se le escapa entre los dedos. Es, de todos modos, un trabajo que debe verse y debe verse mucho más.

Mañana seguiremos con el resto de las películas que compiten por un premio en el Festival Internacional de Cine en Guadalajara.

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