FICG, C

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FICG
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Por Erick Estrada
Cinegarage

El tercer día de Guadalajara fue de éxito absoluto. Todo arrancó con Infancia clandestina -película argentina de Benjamín Ávila– una revisión más de la época de la dictadura militar en Argentina que ciertamente despertó muchísimas simpatías pero que, quizá por la cercanía del estreno, supo más a El premio -de Paula Markovitch– en un entorno social menos hostil y en consecuencia con alcances distintos y menos contundentes.

La segunda función fue la película de Francisco Franco, Tercera llamada. Franco había dado ya en el blanco con Quemar las naves y aquí lo hace de nuevo aunque con un tono completamente distinto.

Muchas personas comparan al teatro filmado con los planos largos en los que vemos a los personajes desenvolverse dentro del mismo y, creo, eso es un error (dependiendo siempre del caso del que se hable). Después de ver Tercera llamada y sin querer sonar redundante, se debería apreciar la capacidad e inteligencia de Franco para, ahora sí, meter al teatro en el cine sin necesidad de tomas largas y perezosas.

Me explico. Tercera llamada lleva a la pantalla la puesta en escena “Calígula probablemente” que narra la eopopeya de un grupo teatral (directora, actores, productores, etc.) para conseguir el estreno del “Calígula” de Albert Camus. A partir de ello, Franco (en colaboración en el guión con María Reneé Prudencio) elabora con un lenguaje cinematográfico alejando por completo del teatro, un retrato de lo cruel y complicado de los montajes en ese medio.

Franco lo hace, además, con la colaboración de un elenco brutalmente poderoso que va de Fernando Luján y Ricardo Blume, pasa por Cecilia Suárez y Anabel Ferreira y Silvia Pinal, y entrega en close ups monumentales a Irene Azuela y Karina Gidi que llevan (mucho más la segunda que la primera) el peso de la anécdota.

El otro gran acierto de la película de Franco es que supo templarla para no dejarla vaciarse hacia la tragedia o abusar del espectador con diálogos espeluznantemente lejanos a los del cine como son los del teatro. Sin embargo deja que su película se pasee por auto referencias del reparto y llegue incluso a citas visuales y de temperamento a Fassbinder (como el buen Julián Hernández lo dejó ver en la reunión evaluatoria de la jornada cinematografica).

Tercera llamada es pues una película completamente potable y más profunda que una simple comedia melodramática. Se acerca al proceso creativo y de adueñación de un equipo de actores y creadores para concretar una obra; pero deja también la reflexión de la importancia y la necesidad del trabajo en equipo. Es probablemente lo más cercano que hemos tenido en mucho tiempo en México al tema de la reconciliación y el nuevo pacto, al problema del frasco roto que es este país, un frasco que se mantiene a pesar de las adversidades. Si alguien busca ya ganadores en Guadalajara, Franco y su reparto bien podrían hacerse del premio del público hacia el fin de semana.

El día siguió con la revisión de Blancanieves de Pablo Berger, una de las grandes estrellas del festival. Es, bien se sabe, una reinterpretación del cuento tradicional de los hermanos Grimm pero ubicado en el sur de España a comienzos del siglo XX. En esas atmósferas Berger ejercita más que la anécdota, el poder del lenguaje cinematográfico y de todas sus herramientas. Se trata de una película silente en la que la música desempeña un papel tan fundamental como el que tiene en otras expresiones como la ópera.

Sin adueñarse de la narración, la música (un flamenco modernísimo a la par de respetar todo lo tradicional de sí mismo) marca los capítulos y los momentos climáticos, apoyando un montaje y edición muy inspirados que a su vez acomodan los rostros y las expresiones de Maribel Verdú, Ángela Molina y Macarena García (sí, es una historia femenina) en una especie de remolino emocional que, efectivamente, hace de la película de Berger, una verdadera reinterpretación del cuento que todos conocemos.

Real y cercano, el “reino” en que Berger ubica a esta su Blancanieves desata muchas emociones gracias al uso del encuadre, de sus luces y sombras. Son esas luces y sombras lo más sobrenatural que tendremos en este nuevo cuento y es gracias a ellas también que la cuidadísima gramática cinematográfica de la cinta alcanza niveles intensos y certeros. Las comparaciones con El artista aparecerán a la primera oportunidad pero creo que el desempeño cinematográfico de Berges supera al de Hazanavicius, no sólo por extraer originalidad de una narración conocida universalmente (subrayada además en su desenlace), sino porque sin rendirse a las reglas de Hollywood (que Hazanavicius repitió para homenajear la simpleza del cine) consigue su tamaño, en su estilo y con su propio poder.

El remate fue el sensacional documental de Roberto Fiesco, Quebranto, un ejercicio creativo y narrativo que además de desarrollar un discurso libertario sobre la identidad de género y las libertades de las llamadas minorías, une puntos dscuidados en la documentación del cine mexicano de la segunda mitad del siglo XX que corren el riesgo de perderse si no se llevan a cabo procesos semejantes a este.

Quebranto narra la vida cotidiana (en la actualidad) de Coral, una mujer en sus años 50 dedicada al baile, el canto y al cuidado de su madre. Sin embargo, el documental es también un recuento en retrospectiva de las transformaciones de Coral: de imitador de personalidades a cantante, actor de cine y bailarín en cabaret, teatro y televisión; de admirador de Raphael a coreógrafo de eventos sociales y, finalmente, de hombre a mujer.

El guión y la realización se notan tan inspirados que el documental es también una reflexión acerca de lo que el éxito y la felicidad suponen (o se le ha enseñado a suponer) a un sector de la sociedad; un análisis relajado y jovial de la identidad sexual y los peligros de su pérdida o negación y un recuento de varios (muchos) momentos de la historia del cine mexicano de la segunda parte del siglo XX, envuelto todo en un afortunado (muy afortunado) cóctel de ficción y realidad, de metaficción e imitaciones, de actores interpretando personas reales y personas reales interpretando personajes temporales.

Si el cine mexicano ha buscado por mucho años esa extraña mezcla de realidad y ficción en directores que no están filmando documentales, deberíamos haber volteado ya a quienes sí lo hacen. Lo que en el mundo de la fición cinematográfica se ha buscado a veces neciamente -la realidad acomodada en historias parcas- Roberto Fiesco (con antecedente brillantes como los de Everardo González y Juan Carlo Rulfo) lo consigue aquí de un plumazo y con la extravagancia necesaria para recetar no frescura (una palabra que no debería utilizarse para hablar de trabajos creativos) pero sí ángulos que habíamos descuidado tanto cineastas como espectadores.

Fue sin duda un cierre perfecto especialmente cuando las dos últimas películas revisadas dejan claro, clarísimo, que negar el montaje es negar el cine, pero también que encimar imágenes no es hacer montaje. El cine no es cosa fácil.

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