GIFF 2, por Erick Estrada

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GIFF 2
Las sorpresas
Por Erick Estrada
(Enviado)
Cinegarage

Nuestro segundo día en Guanajuato fue una experiencia grata en muchos sentidos. En primer lugar, la presentación del libro “Partículas de luz, el cine se encuentra en Guanajuato” nos entregó una edición de mucho interés. Entre la curiosidad por conocer la opinión y las ideas de la gente tiene del Festival Internacional de Cine de Guanajuato en los 15 años que cumple, es ya de entrada importante y de alto interés. En segundo lugar, siempre consideraremos relevante el hecho de dejar constancia no de lo que se hace en la actualidad, sino de cómo proyectos como un festival de cine como este han evolucionado y cómo, especialmente, han transformado a la ciudad en que se llevan a cabo. Por lo que se platicó en la presentación de este libro, esa transformación (en ambos sentidos) ha sido grande, muy grande.

La segunda sospresa fue la conferencia que Park Chan-wook ofreció en el Auditorio del Estado pues, aunque a tropezones entre el pésimo montaje de la conferencia (un micrófono para tres participantes, nada de visuales, nada de atmósfera) y la traducción del coreano al español (que debe ser un trabajo verdaderamente complicado), pudismo captar algunas de las ideas del director para desarrollar sus imágenes y, sobre todo, confirmar que a pesar de la potencia del discurso en sus películas, él es una persona humilde y hasta cierto punto tímida. Se agradecen las palabras del director.

Las sopresas continuaron cuando pudimos ver una excelente selección de cortometrajes mexicanos, trabajos que por un lado nos dejan ver los experimentos tanto temáticos como de estilo, visuales y hasta de diseño de sonido, que los cineastas mexicanos están desarrollando. Entre lo más grato del programa La noria, magnífico trabajo de animación cuadro por cuadro de Karla Castañeda, enorme reflexión sobre la muerte y el dolor encerrada en no más de cinco minutos de película.

Lucy y los límites de la voz, de Mónica Huerta, en el rescate de las atmósferas y, sobre todo, del sentido del humor, que a veces tanta falta le hace al cine mexicano. El dato extra, Natalia Lafourcade compuso la música del corto.

A Woman Named Yssabeau, de Rosana Cuellar. Gran logro técnico y aunque un tanto volado en sus imágenes, consigue comunicación de ideas. ¿Cuáles? Eso es lo más interesante. Viendo el mismo corto todos generamos sensaciones distintas.

La medida exacta de Leonel Fernández (que usa música de Mogwai para pulir sus ambientes), resulta entrañable, duro y a la vez reconfortante. Quizá de lo mejor que se ha visto en cortos en esta edición del GIFF.

Inverso 3 y media vueltas posición C, de Carlos Lenin es más que nada, un ejercicio visual y, la verdad, consigue abrir la puerta a una anécdota extraña y atmosférica con pocas imágenes pero muy poderosas evocaciones.

Como perros y gatos, escrita y dirigida por Armando Vega Gil es un corto animado que entre el humor negro, el surrealismo y una animación casi primitiva pero elocuente y bien medida, narra una anécdota que todos ya conocemos, sin prohibirse las ganas de sorprender. Lo mejor es que lo hace.

72, de Jorge Michel Grau, es sin duda, la confirmación de que ahí tenemos a un director capaz de conmover sin estridentismos y capaz de hacernos digerir digerir mientras vemos, un tema que al parecer le resulta muy familiar: la violencia en general. Creo que es un buen ejemplo de cómo mostrar sensibilidad a través imágenes que a muchos les resultarían extremadamente violentas.

¿Cuándo, por fin, se le dará espacio a los cortos mexicanos en la cartelera comercial mexicana? Uno antes de cada rpyección no le haría mal a nadie, todo lo contrario.

La última función de anoche fue la de El fantástico mundo de Juan Orol, una de las películas pendientes de estreno que más expectativa han generado en su propio público. La película fue dirigida por Sebastián Del Amo y es protagonizada sin nigún tipo de empacho por Roberto Sosa. Lo hace, percisamente, porque cuenta con el personaje central de la historia, el del extravagante director de cine hispano-cubano-mexicano Juan Orol, considerado uno de los peores en la historia del cine mexicano, pero recordado con afecto por muchos que han convertido sus películas en oscuro objeto de culto.

La película, sin duda, tiene logros espectaculares, desde el reparto hasta una producción impecable que, a pesar de no lucir como muchos hubieran deseado las locaciones escogidas, transporta a quien la ve a escenarios que a la fecha siguen sonando exóticos. La narración, lineal para no sacrificar la espiral en la que el mismo Orol cayó en el desarrollo de su vida y de sus películas, es hasta cierto punto efectiva.

Esa espiral llega a ser demasiado, sin embargo, cuando la fórmula de vida-trabajo del director llega a su tercer capítulo y cuando la película, inexplicablemente, pierde el conteo cronológico que ella misma había iniciado. Se entiende perfectamente que justo la repetición del patrón y del desarrollo del trabajo de Orol es el vehículo que Del Amo quiso utilizar para alcanzar el clímax, pero creo que ese clímax se ahoga, precisamente, cuando uno sabe de memoria esa fórmula y ve venir los últimos dos capítulos de la cinta. Es decir, el guión se agota cuando nos acercamos a la tercera parte y el final, ya con Orol lamentando la pérdida de su trabajo (en una metáfora-hecho histórico alrededor del incendio de la Cineteca Nacional) se sale del marco sin dejarnos ninguna posibilidad de acomodarlo en ningún otro lugar.

Las ventajas –y los logros- son sin duda, fabricar una comedia mexicana a la mexicana, que habla de frente a su propia audiencia, que entrega a Roberto Sosa -en uno de sus mejores momentos- a un público que lo quiere y lo admira pero que pocas veces puede verlo en cintas como esta, que alcanzarán estreno comercial (o que deberían alcanzarlo) y que seguramente conectará con los cinéfilos mexicanos, necesitados inconcientemente de una película que los entretenga, les hable, les comunique y les narre situaciones que les competen directamente.

Si a lo largo de los años y en la tristísima cartelera mexicana nos dejamos ver comedias mucho menos consistentes (o incluso con la misa fuerza) de otros países, tener opciones nacionales y más naturales como El fantástico mund de Jua Orol debe ser considerado un logro en medio de la necesidad, más cuando la cultura cinéfila nacional puede entrenerse con la trivia de la narración (hay que identificar a más de 5 personajes reales) y el gran público puede reír sin necesidad de estrellas tan lejanas como el Polo Norte. Muchas felicidades.

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