GIFF 1, por Erick Estrada.

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GIFF 1
El bautizo

Por Erick Estrada
(Enviado)
Cinegarage

Cinegarage tenía más o menos un par de años sin aparecerse en el Festival Internacional de Cine de Guanajuato. En 2012, el año que presuntamente terminará con el planeta, estamos de vuelta. El recibimiento, hemos de decirlo, ha sido más que decoroso, con altas y bajas, como en todos los festivales, pero muy amigable.

Amigable también es la ciudad de Guanajuato y tranquila, a pesar de las primeras impresiones, fue también la visita al Auditorio del Estado, en donde se llevaron a cabo dos de las funciones importantes este día, sábado, después de la exitosa proyección de Después de Lucía, dirigida por Michel Franco, encargada de abrir el festival la noche del viernes. Si de verdad el regreso de Franco es tan afortunado como se nos comentó hoy y si en realidad es una película que debamos tomar en cuenta, es algo que comprobaremos hasta revisar el filme, ni antes ni después.

Hoy, la situación era distinta y en el mismo Auditorio del Estado pudimos checar la ópera prima de Miguel Bonilla, aplaudida tímidamente al culminar su proyección, situación que puede explicarse por varias razones. Una de ellas era la deficiencia en el sistema de audio del auditorio, que nunca consiguió llenar los huecos en la estructura y que, por supuesto, hacía que buena parte de los diálogos de la cinta de Bonilla se perdieran en la inmensidad de la sala a pesar de que estaba prácticamente llena.

La película, por su parte, es una revisión casi nostálgica-casi desde el desprecio, de la vida urbana de la Ciudad de México; eso sí, desde un punto de vista que pocos habrían adoptado como primera opción: la del vigilante nocturno, la del ciudadano harto de sus propios hartazgos en el D.F y que decide que hacer justicia por su propia mano no es solo moralmente adecuado, sino que representa un desahogo que nada en la vida podrá otorgarle -especialmente en la de él, redactor en jefe de un periódico sensacionalista-.

Bonilla, sin embargo, lleva a sus personajes casi de la mano en esta exploración de la violencia urbana. Eso ocasiona que, sumado a un estilo visual parco a pesar de contar con una paleta de colores muy activa, la narración se sienta sosa en muchas ocasiones. Ello contrasta, especialmente, cuando se cuenta con un prólogo como el que el mismo Bonilla acomodó en su relato y, curiosamente, con momentos muy inspirados en los que el humor negro hace que la pantalla tiemble con algo muy parecido a la conmoción.

Agradezco, eso sí, la ausencia del juicio moral, el buen trabajo de actores y el estilo casi de video home que, a pesar de ello, nunca cae en lo extremadamente minimalista. Acuso, también, que ese mismo estilo ilumine lo negro del humor de la película y, sobre todo,  su final inexplicablemente anticlimático.

La segunda función fue la de Beasts of the Southern Wild, película de Benh Zeitlin ganadora del Premio del Jurado en la pasada edición del festival Sundance. Se trata de la bizarra historia de una niña encerrada en su propia familia disfuncional (la madre está ausente y el padre vive en un delirio alcohólico) que a su vez se encuentra encadenada a La Bañera, un desnivel en los pantanos del sureste gringo y que, eventualmente, será castigado con la furia de un huracán.

Aparentemente la narración principal de Zeitlin es la relación padre-hija, rota, fracturada, atípica, pero fraterna y plena a final de cuentas. Sin embargo, al dotarla de ciero simbolismo y, sobre todo, al quitarle realismo con toques que casi se antojan surrealistas, rompe la lógica de la misma película y parece apuntarle a varios temas sin dar el blanco al cien por ciento en ninguno de ellos.

Beasts of the Soutern Wild es a la vez una disertación poética (o cuasi poética) sobre el hogar, el derecho a vivir donde se quiera y la prohibición que otros deberían sufrir a querer hacernos vivir en un modo o sistema distinto al elegido por uno mismo. ¿Ya suena enredado? Sumen que hay oposición también al sistema económico (¿por qué todos debemos vivir bajo el mismo modelo social y económico?), visiones sobre el futuro (la muerte incluida) y un simbolismo explotado con algo de torpeza sobre lo indomable, lo irreductible y lo impresionante de ciertos espíritus humanos, en este caso, el de la niña casi Huckelberry Finn, casi Alicia en el país de las pesadillas.

La cinta cuenta, lo acepto, con momentos realmente conmovedores y actuaciones de gran, grandisimo nivel. Mucha de su oscuridad y de sus laberintos visuales recuerdan a Tideland (Reino Unido- Canadá, 2005), de Terry Gilliam, incomprendida desde mi punto de vista y precursora, por lo menos, de la descripción del mundo infantil roto, de hadas muertas y rastros de decadencia con que cuenta la cinta de Zeitlin. La muerte, la familia, los amigos, los sueños, la construcción de la personalidad, la fuerza interior y la crueldad de un sistema político y económico, aparecen en fila y casi alfabéticamente en la narración. Eso hace que, muy a pesar de sus momentos logrados, la cosa sea redundante y, lo siento, falsamente inspiradora.

La última imagen es un logro, cierto. Es el resultado de un mantra en el que las frases y las situaciones se repiten casi hasta el hartazgo en una narración que cintas mucho menores y muy parecidas como Alamar (México, 2009) quisieron desarrollar. Pero la falsa profundidad de sus sentencias la derrite antes de que podamos convertirla en algo realmente entrañable.

Eso sí, los corazones con deudas pendientes disfrutarán con el dolor perfectamente disfrazado de filososofía de la superación de esta muy grata película de Zeitlin.

Luego, un merecidísimo homenaje a Park Chan-wook quien, para ser justos, debió recibir los aplausos de esta noche en el Teatro Juárez, el año anterior del GIFF, cuando Corea del Sur, país natal del director, fue el invitado. Esta noche, sin embargo, la deuda pudo saldarse y el señor Park Chan-wook (Oldboy, Lady Vengeance, Thirst) se veía emocionado y muy satisfecho. Nosotros nos declaramos admiradores absolutos.

Al mismo tiempo y sin dejar de sorprender incluso después de la segunda revisión, el documental Cuates de Australia, de Everardo González, se proyectaba de manera excepcional en la ciudad de Guanajuato. Ya hemos hablado en Cinegarage no solamente de este documental, sino del poder del trabajo de Everardo, un apasionado de la investigación y del lenguaje cinematográfico y que dejó claro con Cuates de Australia qué tan lejos puede llegar. Fue un gusto, cuestión aparte, estrechar su mano la noche del sábado.

Mañana sigue el festival, mañana seguiremos reportando.

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