La 2a de Cannes 2012

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La 2a de Cannes 2012
Una Sección Oficial que toma vuelo y las obras maestras redescubiertas
Por Joaquín Rodríguez (enviado).

Como lo mencioné en la primera nota dedicada a la edición 2012 del Festival de Cannes, la propuesta de autores en la Sección Oficial sonaba particularmente interesante. Pero del plato a la boca… aunque eso sí, todo parece indicar que algunos de los títulos exhibidos hasta ahora sí darán de qué hablar en los próximos meses. Tal es el caso de Paradise: Love (Austria), de Ulrich Seidl, la primera de una trilogía que se supone estará dedicada a diseccionar la odisea de tres personajes femeninos europeos de edad madura, enfrentados a jóvenes africanos en viajes de placer transformados en viajes iniciáticos de no muy afortunadas consecuencias.

En esta primera entrega, Seidl, con su habitual estilo tendiente a lo sórdido, narra con lujo de detalle la degradación sexual a la que es sometida Teresa, una quincuagenaria que buscando encuentros sexuales entre nativos de Kenia, se enfrenta a su propio deseo de autodestrucción. Como siempre, el cine de Seidl polariza las opiniones, y si bien a algunos ésta la parece una cinta intensa y bella, a muchos otros les ha parecido excesiva y gratuita. Quien esto escribe tiende a creer lo segundo, pero Seidl, hay que reconocérselo, sigue siendo fiel a sí mismo intentando alienar a sus espectadores con sus retratos grotescos de la decadencia humana en la sociedad contemporánea.

También dividió fuertemente las opiniones la nueva cinta del director rumano Cristian Mungiu, Dupa Dealuri (Más allá de las colinas), quien luego de la extraordinaria ganadora de la Palma de Oro 4 meses, 3 semanas y 2 días, ha decepcionado a algunos con el relato de dos jóvenes atrapadas en la rigurosa forma de vida de un convento. Este relato tendiente a reflexionar sobre las consecuencias del fanatismo religioso llevado a sus ultimas consecuencias, comparte con el anterior filme de Mungiu un rigor admirable en cuanto a la puesta en escena, las actuaciones y el tratamiento de su tema, pero quizás su metraje (dos horas y media) sea un poco excesivo y una posible reducción del mismo antes de su estreno en salas y su recorrido por festivales pudiera ser aconsejable.

Tampoco convencieron a todos los filmes italiano, Reality de Matteo Garrone y francés, De rouille et d’os (Óxido y hueso), de Jacques Audiard, dos realizadores de los que tal vez también se esperaba demasiado, dados los buenos resultados de sus filmes precedentes. Claro, Garrone venia de Gomorra y Audiard de Un profeta, un par de análisis puntuales y muy exitosos acerca de los mecanismos del crimen en la sociedad contemporánea. Garrone, ahora, aborda el mundo de la televisión desde una perspectiva crítica y cómica que en mucho recuerda a filmes italianos del pasado como Bellisima, de Luchino Visconti y Ginger y Fred, de Federico Fellini, pero la verdad es que para su desgracia el hombre sale un poco mal librado frente al peso y la solidez de esos directores y sus películas. Reality narra la historia de un pobre diablo decidido a aparecer en la versión italiana de Big Brother, pero su vuelo paródico se agota pronto y, si bien la cinta es entretenida y digerible, todo se antoja finalmente un poco limitado y superficial.

Mucho mayores méritos tiene, eso sí, De rouille et d’os (Óxido y hueso), de Audiard, quien abandona por una vez sus habituales historias de crimen e intriga para concentrarse en la historia de amor de Ali y Stephanie; él, cadenero de un antro que difícilmente puede hacerse cargo de su hijo de cinco años; y ella, entrenadora de orcas en un parque temático. El inicio de su tormentosa relación -él es algo así como un bruto sin educación ni capacidad de mostrar sus sentimientos- se da luego de que ella pierde las dos piernas en un accidente; el tono de la narración, finalmente uno de los fuertes del realizador, es seco y directo, cercano al documental, pero con esporádicos momentos melodramáticos que consiguen ser efectivos y conmovedores. A los críticos franceses -muchos suponemos que en gran medida por tratarse de uno de sus directores consagrados y teniendo como protagonista a Marion Cotillard, diva del momento- la película parece haberles encantado, pero el resto se han mostrado más reservados, sobre todo por una serie de inconsistencias de guión que llevan a parecer algo absurdo e inverosímil el que estos personajes permanezcan juntos, o ya de entrada, hayan podido siquiera establecer una relación.

También se exhibió ya, pero en este caso sí con cierta unanimidad en cuanto a la opinión de que se trata de un filme convencional y menor, la producción norteamericana Lawless, del australiano John Hillicoat, un thriller ambientado en la época de la gran depresión y protagonizado por Shia LaBeouf, Tom Hardy, Guy Pearce y Gary Oldman, y justamente una de esas inclusiones que parecen obedecer al deseo de contar con una alfombra roja lustrosa en cuanto al desfile de estrellas. ¡Ojo! Pero también está el asunto de que los poderosos hermanos Weinstein son los productores, y Cannes, así como Hollywood, sabe que hay que tenerlos contentos. Tan solo la noche del sábado la gran sala Lumiere del Palais tuvo dos funciones de gala presididas por los Weinstein, una la de Lawless, y la otra, fuera de competencia, la del filme The Saphires, de Wayne Blair, dos títulos que hay que recordar porque esto indica que las expectativas de sus productores son altas en cuanto a los Oscares del próximo año.

Lawless, por otra parte, cumple más que suficientemente como un entretenimiento con altas dosis de acción, violencia y sangre, pero el hecho de haber visto anoche, dentro de la sección de Cannes Classics, la versión restaurada de Érase una vez en América (Once Upon a Time in America), de Sergio Leone, por fuerza la hace palidecer demasiado. La de Leone es una obra maestra que vista de nuevo, a poco menos de treinta años de su estreno, conserva toda su fuerza y poesía. Llama la atención cómo algunos de sus recursos narrativos hoy en día parecen tan superados como un tanto ingenuos, pero no basta más de media hora de proyección para quedar completamente inmerso en el mundo gansteril imaginado por el director como metáfora de la construcción de los Estados Unidos del siglo XX. La eficacia es absoluta y la maestría de Leone en el manejo de tiempos y la construcción de atmosferas es deslumbrante. Cabe hacer mención de que esta es una versión del corte original del director, con 17 minutos adicionales, los cuales incluyen desde una subtrama completa (quizás no indispensable, pero si muy curiosa), hasta escenas extendidas que le confieren mayor significado y profundidad a diálogos y situaciones que ya conocíamos. Estas nuevas escenas, por otro lado, fueron prácticamente rescatadas del basurero, por lo que no poseen la calidad del resto de la copia (impecablemente restaurada). Habrá que esperar al próximo estreno en DVD de esta nueva edición.

Y para cerrar la reseña de hoy, otro comentario a propósito de cómo el cine del pasado consigue a veces empequeñecer al de hoy. Y es que mientras seguimos esperando la gran película de este año en Cannes, la sección de clásicos tuvo a bien recetarnos la nueva restauración de Lawrence de Arabia, de David Lean, una auténtica borrachera de sabiduría cinematográfica. Habemos ya quienes pensamos que el festival ideal es aquel que nos garantice el éxtasis absoluto sólo mediante la inclusión de clásicos probados. La búsqueda, claro, tiene sentido, pero el tesoro esta ya ahí y en muchas ocasiones al alcance de la mano.

Comments (2)

  1. Saludos Joaquín. Me encanta tu bitácora de Cannes, pero me gustaría leer más reseñas sobre películas nuevas, que de clásicos indiscutibles, para que ese párrafo que dedicaste a Once Upon a Time in America sea para una película nueva, una joya debutante, u otra obra de un maestro, pero siempre estreno; y así dejar las revalorizaciones de clásicos para otro momento. Es sólo mi opinión, saludos.

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