Guadalajara, la edición 27

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Guadalajara
La edición 27
Por Joaquín Rodríguez
(Enviado)

El Festival Internacional de Cine en Guadalajara, en su edición número 27, llegó a su fin el pasado sábado 10 de marzo de 2012 y es tiempo de hacer un somero recuento de lo ocurrido durante estos 9 laaargos días. Largos en verdad porque las múltiples actividades agendadas día a día no bastaron para hacer sentir entre los asistentes que esta edición se prolongó por más tiempo del necesario, y no por ausencia de grandes eventos o cantidad de cintas programadas, sino porque una vez más la prensa debió enfrentar un clima hostil a su labor, que le impedía acceder a muchos eventos y sobre todo a la totalidad de las proyecciones públicas fuera de la sede principal, la Expo.

Es decir, no hubo un solo boleto de prensa para cualquier función en las sedes alternas, ya fuera el Cinépolis Centro Magno (que se caracterizó por el mal trato a los asistentes) o el Cine Foro de la Universidad, por tradición la sede más notable del festival desde los tiempos de la extrañada “Muestra de Cine Mexicano”. Pero ese triste destino no solo lo padeció la prensa, sino la mayor parte de los invitados especiales y miembros de la industria; muchos de ellos a pesar de haber pagado incluso por sus gafetes, debían ver cómo el acceso a las salas del Cinépolis se limitaba a unas cuantas cortesías por sala, dado lo cual se les invitaba a pagar su boleto -que al cabo era muy barato, decían los organizadores- porque estaba rebajado a 35 pesos.

Así, entre las atentas invitaciones a que los asistentes al festival pagaran por hacer su trabajo, es que muchos optaron por no asistir a estas sedes alternas -bastante despobladas por cierto- y concentrarse en las instalaciones de la Expo, mucho más funcionales que en la edición anterior. Es de hecho la opción que muchos creemos resulta la mejor para el futuro, abandonando definitivamente las salas comerciales para encontrar espacios de exhibición alternos, que además vislumbren justamente la posibilidad de encontrar nuevas vías de mostrar cine fuera de los circuitos comerciales tradicionales que tanto daño le están haciendo a nuestra cinematografía.

Fuera de estos problemas de infraestructura, Guadalajara, una vez más, representó la oportunidad de echarle un vistazo a parte de lo más reciente de la producción cinematográfica nacional e iberoamericana, y sobre todo en el terreno del cine mexicano otra vez fue posible percatarse de la delicada salud de una industria, por ser amables, que no logra recuperarse. Como ya es tradicional, la selección de trabajos dentro de la sección de documental mexicano fue mucho más sólida, vigorosa y propositiva que la de ficción, y entre los títulos meritorios se cuentan El paciente interno, de Alejandro Solar, que obtuvo una mención especial, y Cuates de Australia, de Everardo González, trabajo ganador del Mayahuel al Mejor Documental.

Respecto de la sección de largometraje mexicano de ficción, me referiré a ella desde la óptica de quienes ganaron y quienes fueron marginados del palmarés, y habría que comenzar por decir que durante la concurrida conferencia de prensa en la que se anunciaron estos premios, privó ciertamente la estupefacción y el descontento. Bueno, de algunos, porque quien esto escribe es de los que consideran que por una vez en la historia reciente de los festivales sí hubo sorpresa y un deseo de los jurados por escapar de los derroteros tradicionales de los premios, que suelen inclinarse por la defensa de lo que se ha dado en llamar cine “artístico”, “no tradicional”, “propositivo”, o en fin, complacer a esas alas pretenciosas de la audiencia que así como pueden favorecer un cine de innegable valor, también suelen confundir el vacio y el aburrimiento con el arte.

En ese sentido, los ganadores esperados de esta competencia debieron haber sido Rodrigo Plá con La demora, Gabriel Marino con Un mundo secreto, y La cebra de Fernando León, por una vez propuestas de peso que ya analizaremos en Cinegarage con detenimiento porque no se limitan a recurrir a formatos minimalistas sin lograr trascenderlos, sino que ofrecen complejas visiones de mundo y desarrollan una serie de ideas, amén de resultar genuinamente interesantes para el espectador. El caso de La cebra es un poco distinto en la medida en la que se trata de una singular comedia de humor negro ambientada en la Revolución Mexicana y que parte de ahí para elaborar una abigarrada parábola sobre la historia reciente del país. Todos esperaban premios para estas tres cintas, pero, ¡sorpresa!, el jurado optó por lo que muchos consideramos una declaración, absolutamente válida por cierto, a favor de la narrativa más tradicional, y por ende, más popular y accesible.

La triunfadora a la Mejor Película fue nada más y nada menos que Mariachi Gringo, dirigida por Tom Gustafson (aquí vale hacerse la pregunta de si esta es una película mexicana a pesar de que el capital para filmarla es nacional), una simple comedia romántica hablada mayoritariamente en inglés acerca de un gringuito que se traslada a Guadalajara con el fin de concretar su sueño de convertirse en cantante de ranchero. Su actriz protagónica, Martha Higareda, también obtuvo, para enojo de muchos, el premio de Mejor Actriz, pero aquí habría por comenzar a alegar en su defensa que si bien el suyo no es un personaje complejo ni intenso (lo que les gusta en los festivales), sí es uno entrañable que está resuelto con absoluta eficacia, gracia y encanto. Vaya, es un buen trabajo actoral, pésele a quien le pese, y nadie puede negar que Mariachi Gringo dista mucho de ser la peor película vista en la competencia. No es de hecho una mala película; es lo que es, un entretenimiento sin mayores pretensiones que logra hacerse muy disfrutable gracias a la corrección con la que está resuelto, a sus buenos intérpretes, y sobre todo, al candor e ingenuidad depositado en su visión del folklor mexicano visto con absoluto asombro y afecto por los realizadores. Quizás esta película, como alegan muchos, no tenía lugar en una competencia, pero lo tuvo y el jurado decidió que debía triunfar.

Luego vino el debatido premio al Mejor Actor para Kuno Becker por Espacio interior, de Kai Parlange, un drama con tintes de propaganda religiosa acerca de un hombre que recupera su fe a partir del prolongado secuestro del que es víctima y que le obliga a permanecer en una reducida habitación durante varios meses; y aquí otra vez, a pesar de los discutibles alcances del filme y de que el actor sea una “estrella” mediática, se trata de una decisión justificable desde el momento mismo en que el trabajo actoral es bastante bueno y le representó al actor un reto que va mucho mas allá de lo que le habíamos visto. Y por cierto, hay que agregar que, también de manera un tanto sorprendente, el Premio del Público fue para Espacio interior, justo la categoría en la que suponíamos que triunfaría Mariachi Gringo.

Luego vino el premio al Mejor Director para Everardo Gout por Días de gracia, un sórdido thriller que está a punto de estrenarse y que también representa una vuelta a mecanismos narrativos ya probados, y de hecho demasiado influidos por Alejandro González Iñárritu y el Tony Scott de Hombre en llamas. Discutible el premio, sí, de hecho, pero muy alejado de las ya tan manidas y poco rigurosas artimañas de los contemplativos en boga… o ya ni tan en boga.

Finalmente, habría que mencionar el premio de Mejor Ópera Prima para El fantástico mundo de Juan Orol, de Sebastián del Amo, una biografía bastante libre del mítico realizador Juan Orol, considerado por muchos el peor director del cine mexicano que va de los 30 a los 70, y que suponemos logró seducir tanto al público como al jurado por su empleo de recursos cinematográficos que buscan emular al cine de aquellos años. Digamos que provocó un efecto similar al buscado por la reciente ganadora del Oscar, El artista, sorprendiendo, me parece, a un público ya bastante poco habituado a ver cine en blanco y negro, porque la verdad es que, tanto El artista como El fantástico mundo de Juan Orol son recreaciones bastante artificiosas y poco genuinas de aquella manera -o maneras- de hacer cine. Pero ciertamente esta biografía de Juan Orol tiene su encanto y quizás tenga un discreto futuro en la cartelera comercial. De todos modos, otro guiño del jurado a un cine más afín con los gustos del público e insisto, esto no tiene por qué ser malo. Quizás ya venga siendo tiempo de que el público y los festivales se reencuentren.

Hasta aquí por ahora, pero nos falta ahondar un poco más en lo visto este año en Guadalajara.

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