Las niñas bien, crítica. Película de la semana. Véanla aquí.

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Las niñas bien.
Fortunas heredadas
Por Erick Estrada
Cinegarage

¿Estamos atrapados en un sueño? Es el sueño de Sofía (Ilse Salas sorprendente), esposa joven que se ve a sí misma en las nubes del jet set internacional trasladado a las medidas de un país en crisis, en eterna crisis: México, años 80.

Con un paso firme, seguro, pero que pareciera no querer demostrarlo (qué bonita trampa se nos tiende), Alejandra Márquez Abella elabora un finísimo tejido para envolver con él a “Las niñas bien”. Esa envoltura, más que un regalo hacia nosotros, es una especie de dulce envenenado que tiene como imagen de venta la mirada lúcida pero ensoñada de Sofía, quizá intencionalmente abstraída (esta mujer es un estuche de vicios aspiracionales). Ese dulce envenenado se infla frente a nosotros a través de casi viñetas en las que vemos la desproporcionada mirada que la clase media alta de los años ochenta mexicanos tiene de ella misma, vendiéndose la idea de merecer todo lo que tienen que, dada la historia económica, social y política de un país como México, son bienes y fortunas hechas por padres y abuelos y que llegan a fines del siglo XX derruidas, a cuentagotas, símbolo de un país que muchas más veces de las necesarias le ha cortado la cabeza a un corral entero de gallinas que ponen huevos de oro.

Estas mujeres, sin embargo, se pasean en esas ensoñaciones de grandeza para negar lo que ocurre más allá de los muros de sus casas, adornadas la mayor parte de las veces con los muebles y los manteles también heredados de padres y abuelos. Y lo que ocurre más allá de los muros todos lo sabemos. Márquez Abella muestra a estas mujeres, las niñas bien, casi con tacto, con pincel fino, como carnada de una trampa que la película despliega, repito, finamente.

El odio hacia lo que Sofía y sus amigas (se) hacen y (se) dicen, la desesperación y a veces impotencia, se multiplican no sólo por la visión que Sofía tiene y se construye del país, de las calles de la Ciudad (una visión inconsciente, inmadura, inútil para entrar al nuevo siglo) y en sus primeros 30 minutos Las niñas bien es un esplendoroso catálogo de instrucciones para incomodar a quien la ve pues la pesadilla de la clase alta se desnuda después de que tragamos la carnada de la mirada ensoñada hacia ella. Es decir, Las niñas bien nos enlista los vicios y la pesadilla de la clase media alta mexicana no para identificarnos con ella (para eso estaban las historias que en esos años se contaban) sino para incomodarnos con sus actos, con su desapego a un país eternamente fracturado. Si hemos tardado en desarrollar ese rechazo es precisamente por la precisión narrativa de la película, que despega de un guión meticuloso y aterriza en una puesta en pantalla al mismo tiempo tierna y cruel. Tierna no sólo por sus colores y sus sonidos, sino por la desesperante ingenuidad de las amigas de Sofía (¿hay amistad en círculos que se desarrollan de esta forma?). Y cruel porque Márquez Abella nos presenta esta mirada furiosamente crítica desde el sueño en que Sofía se sueña.

Más que un retrato de la clase media, esta serie de viñetas que destilan una historia de caída en picada, trágica, dolorosa para quien la vive y pierde las fortunas heredadas, es un colmillo crítico, es una broma mordaz que no busca venganza sino que espera a que aparezca el karma del perro cobarde, que dibuja los vicios de la burguesía mexicana, tan arraigados en un país que no los necesita, que muestra una decadencia gigantesca señalada ya en los personajes del cine mexicano de los setenta pero que el cine contemporáneo había mostrado con pretensiones elevadísimas, con lenguajes indescifrables, con mamonería y pésimo gusto.

Las niñas bien ajusta el tono y presenta a su burguesía saqueadora y sin compromisos como merecedora de gobiernos que ladran su inutilidad, burguesía de fortunas desaparecidas en habanos de cuarta, de dólares perdidos en deudas imbéciles (la del coche nuevo por ejemplo). A su lado, está esa psique retorcida que justifica todos los pecados y que acomoda a sus personajes (de los que Sofía es el tótem narrativo, ella es todos los personajes, ella es la incómoda burguesía mexicana) en la aspiración a un American Psycho (EUA-Canadá, 2000) sin dólares, sin cocaína y sin válvula de escape.

Es por ello, por la carencia de una válvula de escape real o ficticia, que la película busca más su implosión, una implosión que concluye con personajes y situaciones invertidos en los que quien estaba arriba ahora está abajo y viceversa; en la que los ladrones son los mismos e incluso visten las mismas ropas (ese juego con las mancuernillas, lúcido y a la vez casi escondido en la película), en los que la salida parece ser solamente esperar a que ese destino en que vive la burguesía devuelva las cosas “a su lugar”.

Pero mientras ese destino se manifiesta, el sueño de Sofía se ha convertido en una pesadilla, pesadilla de la que sin embargo, nos toca a nosotros despertar.

CONOCE MÁS. Esta es la entrevista que Erick Estrada hizo a Alejandra Márquez Abella, directora de la película.

Las niñas bien
(México, 2018)
Dirige: Alejandra Márquez Abella
Actúan: Ilse Salas, Cassandra Ciangherotti, Paulina Gaitán, Johanna Murillo
Guion: Alejandra Márquez Abella
Fotografía: Dariela Ludlow
Duración: 93 minutos.

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