Maquinaria Panamericana, crítica. Película de la semana.

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Maquinaria Panamericana
El derrumbe de la oficina kitsch
Por Erick Estrada
Cinegarage

Todo comienza como una comedia negra en la que una empresa a la que se le ha venido el tiempo encima pierde a su cabeza, fundador, señor de los pagos. Todo comienza con cantos de superación personal y teléfonos a los que nadie hace caso. Todo arranca con los montones de papel haciéndose evidentes en oficinas y pasillos como símbolo de la cabeza de los trabajadores de Maquinaria Panamericana que viven o sobreviven en la mecánica paranormal de perder el tiempo pensando que los demás harán el trabajo, cualquier cosa que el trabajo sea.

40 años sirviendo a un jefe.

La miscelánea cajonera que complemente un salario que seguramente es insuficiente.

El contador que busca lo imbuscable en busca de que nadie lo busque mientras busca. Y es que Maquinaria Panamericana toma como pretexto la desaparición de su jefe para convertirse poco a poco en un cuadro barroco que retrata naturalezas muertas, ya sean estas el cadáver del dueño de la empresa en una mesa de oficina que mira de frente al aeropuerto de la Ciudad, o los archivos gigantescos y empolvados en donde algún niño que estaba en el lugar equivocado ha dibujado caballos rojos jugando con el papel carbón.

Encerrados, los trabajadores deciden convertir a su jefe en un Mío Cid de última batalla para tratar de salvar su futuro, buscando que su pensión y su vida diaria se componga cuando el maná caiga del cielo en lugar de levantar las cosas ellos mismos. Con ese otro pretexto, entre ultra realista y absurdo (en la mejor ascepción del término) Joaquín del Paso toma todos los riesgos (unos terminan bien, otros no tanto) y se mueve atrevidamente (a veces tropezando, otras dando saltos cual gacela con patas nuevas) entre el Buñuel más rabioso y fastidioso (el encierro del Ángel exterminador es la referencia obvia) y el Alcoriza director de radiografías sociales y de close ups sudorosos en una carrera igualmente panamericana (Mecánica nacional). La ventaja es que Del Paso no busca directamente ni al uno ni al otro; usa endurecidamente las herramientas pero no dirige el misil ni a la alta burguesía mexicana ni a una clase popular que evidencia las fracturas de la nación. Del Paso se acomoda en una clase media en vías de extinción (quizá sus últimos miembros han decidido encerrarse en las oficinas de esta película) y la analiza con un filo envenenado pero lleno de verdades que los mismo nos regala desfogues carnavalescos de alcances lúdicos (esos mecánicos fabricando bebidas embriagantes con perfumes y gasolinas, y esas máquinas pesadas perforando autos viejos y fabricando lumpen-jacuzzis a medio patio), que frases y actitudes agrias que convierten a este puñado de humanos reales y al mismo tiempo abarrocados, para hacer funcionar la historia, símbolo de un país que busca que no lo busquen, que culpa a otros de sus desgracias y que nunca responde los llamados o del teléfono o del destino, acolchonando sus desgracias en frases de superación personal y en laberintos burocráticos que a su vez son símbolo de su desorientación personal.

Maquinaria Panamericana, con sus aciertos y sus desaciertos por falta de solidez narrativa (que seguro llegará con el tiempo), dibuja en papel carbón a este país atorado en sí mismo, un país que se pregunta para qué sirven sus propias máquinas, con las que ha convivido toda la vida, que se cura las resacas embriagando mortalmente a los dueños de esos montones de papel empolvado y atascado de ratones, y a los que una vez que ha asesinado cobardemente cubre con la bandera nacional como si se tratara de héroes, héroes sólo dentro de este cosmos caníbal, enmohecido y profundamente mexicano.

Maquinaria panamericana
(México-Polonia, 2016)
Dirige: Joaquín del Paso
Actúan: Javier Zaragoza, Ramiro Orozco, Irene Ramírez, Edmundo Mosqueira
Guión: Joaquín del Paso, Lucy Pawlak
Fotografía: Fredrik Olsson
Duración: 90 min.

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