Dulces sueños mamá. Crítica. Película de la semana

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Dulces sueños mamá
La víctima y el victimario
Por Erick Estrada
Cinegarage

La naturaleza se desborda alrededor de una casa de campo. El verano y su luz blanca coronan todo sin importar la hora. Escenario idílico que poco o nada tiene que ver con los macabros castillos de los vampiros en donde dentro de muy poco Dulces sueños… nos hundirá de golpe y sin anestesia.

Dos hermanos tétricamente idénticos, gemelos de los que se hablan a través de la telepatía, juegan en la casa, perdidos en la naturaleza controlada de un maizal laberíntico que ya da señales de ser un portal a otro lado, quizá de darnos el paso de la cabeza de un gemelo a la del otro.

Esperan. Dejan que el tiempo pase.

Y pasa.

Su madre, recuperándose de una (en apariencia) complicada cirugía, regresa y las reglas se modifican. Con ellas, la madre deja claro que la libertad inmensa en medio de esa naturaleza desbordada ha terminado. Sus exigencias la transforman en un vampiro: no habrá ruido, no habrá luz de Sol, no habrá juegos dentro de la casa, prístina, impecable, lujosa pero con límites.

Al explorar los nuevos terrenos en que los gemelos deben moverse descubrimos el primer misterio. Debido a las vendas no hemos visto el rostro de la madre igual que no lo han visto ellos. En el espacio que es ahora ese inmenso ataúd-casa de campo, las fotos de ella, de ese misterioso ser enmascarado, tampoco muestran su rostro. La vemos, las maneras se reproducen dentro de los marcos y se espejean en los ventanales, pero su rostro no llega a nosotros.

La duda aparece.

¿Se trata en realidad de su madre?

Los sueños toman por asalto la narración de Severin Fiala y Veronika Franz y la película se muerde la cola para suceder situaciones que nos desorientan con un lenguaje elemental que de tan directo resulta de pesadilla. En ellos, a la mitad de todo, hundidos en esa naturaleza apabullante del campo austriaco -casi de ópera, casi de sótanos en donde se esconden los peores secretos- vemos alternados los miedos de los gemelos y la amenaza de la madre. Aparecen en ellos, en el terreno que se abre después de decir “dulces sueños”, la villanía de dos chicos que sólo necesitan mirarse para comunicarse y algo que hace que por primera vez veamos a esta mujer sin cara como algo cercano a lo vulnerable.

¿Vivimos acaso el dormitar del vampiro?
Nunca nos lo dirán.

Con una parquedad bellísima en la composición de los encuadres, no necesariamente simétrica pero sí orgánicamente estética (es, digámoslo de nuevo, el mundo en el que habitan los gemelos), víctimas y victimaria intercambian papeles con juegos macabros que vienen directo de las películas más violentas de Haneke (es decir, de todas) y que destilan mucho de su Funny Games (1977) para jugar con la duda que lo ha disparado todo: ¿es esta mujer quien creemos que es, la madre de los gemelos?

Los rebotes, cada uno acomodado en las esquinas de esta prístina casa, nos llevan también a pensar en el Miike más cruel, en el más sorpresivo. La película serpentea a partir de ese instante (porque todo pasa en un instante), entre la división de capítulos que nos dicen que el tiempo (real) ha dejado de estar presente (¿cuánto transcurre entre la aparición de la madre y los primeros sueños de los gemelos?, ¿cuánto dura la angustiante visita de los voluntarios de la Cruz Roja, que se transforma en un hecho incómodo, no importa si estamos del lado de la víctima o del victimario?): esa despresencia del tiempo (nos movemos en una realidad alterna) se marca y se cimenta con parpadeantes pantallas en negro en donde se magnifican las sospechas que han despertado en nosotros cada uno de estos elementos.

En el escape de unos y otros hay situaciones opresivas, una visita al pueblo, desierto mientras se pone el Sol (quizá por primera vez desde que comenzó a levantarse este muro de misterios), los ruidos desentonados de un músico callejero. En su estilo discreto e incómodamente realista, esto se ha transformado en una gigantesca pesadilla.

La familia es cuestionada; la maternidad es puesta en tela de juicio; esos sótanos de monstruos encerrados se vuelven cajas de cristal para que veamos lo que hay dentro (en la producción está Ulrich Seidl), Funny Games ha llegado a la sala de tu casa, los gemelos se hacen todavía más iguales en un juego de espejos y reflejos que colocan además al rostro reconstruido de esa mujer como objeto de ataque y destrucción de una película inquietante y conmovedora, una película que sin darnos cuenta busca sueños y reflejos en una muerte que aquí podemos llamar unificadora, unificadora de víctimas y victimarios.

Dulces sueños a todos.

Dulces sueños mamá
(Goodnight Mommy, Austria, 2014)
Dirige: Severin Fiala, Veronika Franz
Actúan: Susanne Wuest, Elias Schwarz, Lukas Schwarz, Elfriede Schatz
Guión: Veronika Franz, Severin Fiala
Fotografía: Martin Gschlacht
Duración: 99 min.

Comments (2)

  1. La puta que te pario · Edit

    no la vean!!!!!!!!!!!!!! es de satanas, el señor no lo quiere. es peor que el culo de mauri cagando después de un empacho por las fiestas. No LA VEAN

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