Pride, orgullo y esperanza. Crítica. Película de la semana

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Pride: orgullo y esperanza
Pan y rosas
Por Erick Estrada
Cinegarage

La nobleza en el trabajo de la mina. La tradición del trabajo que provoca callos en las manos. El sudor en las camisas de franela y los cabellos sucios con hollín virgen.

Con una destreza que nos hace pensar en los dramas sociales de Ken Loach pero que por alguna razón se ilumina con una comedia inteligente e incluso audaz este segundo largometraje de Matthew Warchus nos remite sin sentimentalismos a los problemas laborales universales (y aparentemente sin solución verdadera pues varios de ellos siguen vigentes) a través de estereotipos que, además, buscan pelear contra otros estereotipos.

Ahí está la clave de entendimiento de esta comedia fugaz y vital que cuenta la improbable alianza entre la comunidad gay reprimida -y para efectos prácticos enclosetada- de la Inglaterra de los años 80 y el Sindicato Nacional de Mineros en huelga en 1984 ante las políticas económicas de Margaret Tatcher. Warchus usará estos dos estereotipos, contrarios y de ninguna manera complementarios, para hacernos ver algo que la corrección política imperante en la actualidad niega e incuso castiga: los estereotipos a veces (más de las que creemos) son útiles.

¿Para qué los utiliza Warchus? Para que a pesar de contar una historia verdadera seamos capaces de verla como una fábula (en las fábulas los animales cumplen la misma función que los estereotipos) y a través de ella nos enteremos de la extraña unión de estos dos bandos ante un país que se proponía pisar sus derechos.

Sí, por un lado hay un llamado a la unión de los pueblos contra gobiernos deshumanizados (el Loach del que hablábamos y la genial bandera del Sindicato de Mineros), pero por el otro y surgido precisamente de ahí, el guión de Pride busca y consigue una finalidad todavía más contemporánea: ponernos en la piel de estos personajes-seres reales para sentir algo extra a la identificación natural de un espectador con un personaje cinematográfico y que es el reflejo de nuestras propias debilidades en un mundo tan desprovisto de humanidad como el que tenemos. Es decir, Pride nos hace ver con despliegues de humor, con un guión atrevido solamente disfrazado de superficialidad, que todos en algún momento somos, hemos sido o seremos una minoría.

Ahí, en medio de los cantos obreros de unión con pan y rosas (tan menospreciados hoy, por cierto), Pride dibuja a la perfección primero el origen de la voracidad capitalista contemporánea, la ceguera de buena parte del mundo ante él (y ante su origen), el valor de la resistencia (de coraje y de precio), de la unión de los frentes (aquí mineros y comunidad gay, pero en otros lados estudiantes y médicos o ciudadanos y electricistas) y la importancia de hacerlo de manera no violenta (el pacifismo, afortunadamente, no es parte de este discurso, su importancia está en otro lado).

Pride es además un llamado a esos otros frentes, a la conciencia, a la resistencia, a la acción: los hombres que no bailan son el primer estereotipo en caer para luego lanzar la convocatoria a las madres solteras, a las viudas, a los viudos, a las madres que estudian… todos en algún momento hemos sido o seremos minoría.

¿La envoltura? Una comedia brillante y cercana, sin golpes de mazo ni retorcimientos del discurso. Directa, callada y directa, como las canciones de protesta del rock de esos años en la Inglaterra de esos años.

Pan y rosas para todos.

Pride
(Reino Unido, 2014)
Dirige: Matthew Warchus
Actúan: Bill Nighy, Andrew Scott, Dominic West, Imelda Staunton
Guión: Stephen Beresford
Fotografía: Tat Radcliffe
Duración: 120 min.

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