En la mira del francotirador. Crítica

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En la mira del francotirador
La debilidad de las paredes
Por Erick Estrada
Cinegarage

“¿Qué hay detrás de la pared?” es la pregunta que inicia todo. Dos soldados americanos en el final de la Guerra de Irak se encuentran atrapados en pleno desierto y de distintas formas. No todo mundo sabe que la guerra ha terminado (un evento que se ha repetido a lo largo de los enfrentamientos humanos) y su pelotón acaba de ser objeto de un ataque mortal. Tratando de moverse, de pedir auxilio y de dejar atrás su situación ambos se preguntan si alguno de los tiradores que emboscaron a su pelotón se encuentra escondido detrás de una frágil y tambaleante pared esperando a que ellos se dejen ver para dispararles.

Doug Liman -a partir de un inquietante guión del casi novato Dwain Worrell– quiere precisamente que esa pared luzca frágil y enclenque, que esa fragilidad sea a la vez elemento de su narración y símbolo de lo que su película -con un final abierto que puede alterar algunos nervios- quiere  contar en realidad, si es que eso puede afirmarse con un desenlace gaseoso como el que aquí se plantea.

Vamos por partes, la película se desenvuelve con sorprendente soltura en su primera mitad (tenemos solamente dos personajes a cuadro), esa en la que al tratar de resolver su duda sobre lo que oculta la pared, estos dos soldados se descubren en la mira de un francotirador iraquí. Ahora lo único que los protege en el desierto es esa pared a punto de colapsar.

Alejándose intencionalmente de otras narraciones en las que los francotiradores usan su paciencia como un elemento más de la narración, y referenciando claramente a películas más obvias como Phone Booth (EUA, 2002) en las que los espacios se reducen de manera paradójica (allá todo se comprime en una cabina telefónica en el centro de Manhattan, aquí el espacio se limita desesperantemente en medio de un desierto interminable) y los personajes tienen un también más obvio intercambio de ideas. La película logra sortear no sin pocos problemas (¿eran necesarios los desvanecidos a negro para separar los capítulos?) su principal obstáculo: la monotonía. ¿La razón?, sencilla. En la historia que arman Liman y Worrel se destapa poco a poco un subtexto interesante y que incluso, a pesar de la presencia de John Cena (que debe hacernos dudar del enfoque de los proyectos en los que se involucra), puede sonar pacifista. Con historia mínima y de escenografía reducida pero bien desarrollada, The Wall (En la mira del francotirador, el nombre en español la despoja de todo sentido) le quita a los soldados (americanos y no) todo soporte técnico para reducirlos a su expresión humana, un lugar que las propuestas pacifistas han explorado y explorarán por siempre.

De hecho, en un buen trozo de su segunda parte lo que cuenta la cinta, lo que dialogan sus personajes nos hace pensar tanto en la fragilidad del soldado humano en una guerra que nunca pidió pelear, como en la imposibilidad de ser fraterno en las guerras actuales (las guerras del pasado, sin duda, eran muy diferentes). Después de ello En la mira del francotirador da un interesante salto -ocultando siempre el rostro del francotirador, de la amenaza- para inyectarnos más dudas todavía: en nuestras guerras desconocemos por completo al enemigo y nadie sabe en realidad por qué se pelea. “La guerra se acabó. ¿Por qué sigues aquí?”, le pregunta el francotirador a Isaac (Aaron Taylor-Johnson en estupendo trabajo), quien a su vez se debate entre la realidad que le plantea ese desconocido tan entrenado como él y la posibilidad de que todo sea una paranoica construcción de su atormentada mente.

Después, el peligro del final abierto mezclado con la figura de John Cena. En su desenlace, que roza con furor al discurso pacifista pero que es demasiado abierto para establecer la posición de la cinta, ha quedado claro que en tiempos oscuros como los que vivimos, la única diferencia práctica entre los ejércitos es la tecnología, el desarrollo bélico en el que se ha invertido y que, en un giro de desesperación, también evidencia que a pesar de ello son los hombres y las mujeres quienes siguen sangrando en las guerras, y que son hombres y mujeres comunes (no los altos rangos) quienes padecen y soportan ese peso.

Y en ese giro final se pierde un poco el cierre, el aroma a thriller bélico psicológico: por un instante la película deja entrar la duda sobre la existencia misma del francotirador: ¿existe? ¿es una alucinación?, ¿estamos contemplando la agonía de un soldado?. En su lugar, el remate, su no menos inquietante epílogo lleno del miedo de los veteranos de cualquier guerra en cualquier país, decide encapsularnos en una especie de pesadilla recurrente, la de la guerra, que vuelve siempre y cuando menos se le espera.

Y es esa la enorme puerta abierta en la que nos deja The Wall, que no es de ninguna manera una puerta falsa pero tampoco es una que logre obtener el peso suficiente como para concederle vida propia, de vanguardia y humana e incluso despide un aroma vengativo y patriotero en el que la figura del villano (inexistente hasta ahora) se deposita (eso sí, fantasmalmente) en la de los “enemigos de América”.

¿Estamos ante la descripción de la pesadilla de una guerra que jamás debió pelearse (como todas las guerras) porque nadie gana en realidad una? O si no, ¿estamos ante la típica narración en la que la humanidad pertenece siempre a “nuestros soldados” y la monstruosidad “a los otros soldados”? En The Wall la división entre ambas ideas es, paradójicamente, tan débil como la pared del título de esta narración.

En la mira del francotirador
(The Wall, EUA, 2017)
Dirige: Doug Liman
Actúan: Aaron Taylor-Johnson, John Cena, Laith Nakli
Guión: Dwain Worrell
Fotografía: Roman Vasyanov
Duración: 81 min.

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