La carga, crítica.

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La carga
La misión

Por Erick Estrada

Cinegarage

Estamos en la colonia en el corazón de la Nueva España, un mundo inhóspito para el cine mexicano en general, que se ha empeñado en retratar a la época con demasiado romanticismo y con muy poca precisión histórica, llenando de plumas los sombreros y agachando a los indios a niveles de vergüenza ajena.

Entre lo mucho que hay que reconocerle a La carga, película de Alan Jonsson, es el atrevimiento de ubicar su historia ahí, en donde más trabajo le iba a costar pero en donde, y eso se nota en pantalla, más podía lucirla a nivel visual. Ahorrándose procesos de recreación que en realidad no habrían aportado gran cosa a lo que quiere contar, Jonsson decide narrar en exteriores, en los paisajes que si bien han cambiado son lo suficientemente espectaculares como para engañar al ojo y dejarnos entrar a su historia, la de un indio tameme que, inmiscuido en una red que pelea por los derechos de los nativos, ha recibido la misión de llevar a una noble española de la Ciudad de México a la costa de Veracruz para que sirva de testigo en el juicio que se seguirá a Francisco Tenamaztle, indio que encabeza la lucha en la que nuestro tameme está enredado. Claro, él (siendo tameme) tiene que llevarla en sus espaldas pues ella, al escapar de la casa de su padre para convertirse en testigo, no está ni preparada ni ataviada para el recorrido.

Así planteada, la película se llena de promesas. ¿Veremos la lucha de los débiles en ese mundo colonial, patriarcal y religioso? ¿Serán el indio y la mujer quienes unan fuerzas para enfrentarse al sistema? ¿Veremos al tameme tomar por convicción antes que por mandato la misión que se le ha encomendado y se esforzará para llevarla hasta sus últimas consecuencias?

Sí y no.

Si bien la película inaugura bien y de buenas su discurso, deja también claro que le interesa más la rama de aventura y drama familiar antes que la anécdota histórica del inicio de lucha a favor de los derechos indígenas. De hecho, Tenamaztle es casi un fantasma (como casi todos los líderes en este tipo de historias, admitámoslo) y el juicio y sus implicaciones son meras sugerencias.

Sin embargo, hay que conceder que con ciertos huecos narrativos debido a lo presuroso de sus escenas y lo escueto de sus diálogos, La carga deja claro que tiene elementos para meternos en su drama familiar, en la aventura del cruce de la sierra, la selva, el desierto, en la persecución de estos fugitivos que kilómetro a kilómetro descubrirán ante nosotros ciertos matices propios y del resto de los personajes y que, afortunadamente, también nos dejarán navegar en sus paisajes y en sus escenarios.

Otro acierto: una cámara atrevida y a veces sorpresiva que también disimula aquellos huecos que nos privan de mayor profundidad en el tema social pero que, de nuevo, subraya la intención de la película de ser una de entretenimiento sin mayores pretensiones pero con cualidades robustas: los indios hablan náhuatl, los personajes españoles son interpretados por actores y actrices españoles, no se engolosina en la romantización de su narrativa, no se enreda ni se ensucia y en consecuencia evita los estereotipos también típicos del mal retrato que de esa época ha hecho el cine mexicano, es decir, ni sus indios son débiles y sumisos ni sus españoles despiadados y corrientes.

La carga juega con personajes, con paisajes, con actores, con situaciones que le quitan solemnidad a historias que suelen tener sobrecarga de ella y por el momento, eso es lo interesante, el juego, la otra aventura, la construcción de nuevas figuras.

Epitafio (esa pequeña gran joya de Yulene Olaizola y Rubén Imaz) logró entrar en la profundidad y en las contradicciones humanas de sus personajes con una aventura que luce tanto como ésta (estamos en plena conquista y la película sólo cuenta con exteriores) pero que somete con precisión la obviedad del despliegue visual de una aventura más tradicional: su búsqueda es otra. La carga entra por el lado contrario y si bien nos deja con ganas de más alrededor de su tema social, del lado histórico de su narración, al optar por una aventura más evidente se convierte en una película más lucidora que profunda, pero con ritmo propio, con su propia alma.

Si el cine mexicano (con todas las dificultades que este tipo de películas acarrean) sigue perdiendo el temor a estas historias, alcanzará algún día la medida justa para un cine de entretenimiento más sólido, sin sacrificio de profundidad pero sin abuso de coreografías como muchas otras películas lo han hecho. La carga cumple su misión.

La carga
(México, 2016)
Dirige: Alan Jonsson
Actúan: María Valverde, Horacio García Rojas, Gerardo Taracena, Harold Torres
Guión: Alan Jonsson, Arturo Ruíz Serrano
Fotografía: Emiliano Chaparro
Duración: 94 min.

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