La cura siniestra
El baile de los locos
Por Erick Estrada
Cinegarage
El truco en que nos quiere montar esta película escrita por el piloto en picada Justin Haythe y dirigida por el disparejísimo Gore Verbinski es el del sueño que se apodera de la realidad o el de la realidad a veces parece un mal sueño. “Esta bailarina tiene los ojos cerrados porque no sabe que está soñando” le dice su madre a Lockhart, un ejecutivo de finanzas (pobre Dane DeHaan) que está a punto de partir a un lejano hospital elite en busca de uno de los socios de la firma para la que trabaja y de quien se requiere urgentemente su presencia.
Ahí, en el hospital, Lockhart se enfrentará a una serie de sinsentidos y evasivas (el hombre en cuestión aparece y desaparece, los espacios se transforman, los otros pacientes están o locos o dulcemente intoxicados) que lo llevarán a experimentar una serie de eventos inconexos y a seguir una serie de pistas no falsas sino inútiles que provocarán que pronto, como en The Matrix (EUA, 1999), se dé cuenta que sin saberlo buena parte de la humanidad vive un sueño, por lo menos la humanidad representada en ese hospital.
El vehículo para hacerlo es el descubrimiento de la fabricación de la enfermedad (o del diablo, o de las crisis, o de las guerras) para provocar venta de curas y remedios; protopensamiento orwelliano que Verbinski y Haythe buscan desesperadamente unir a través de Lockhart con la idea de esa bailarina de ojos cerrados, pero de la que no consiguen sino un caldo aguado y traslúcido de imágenes fantasiosas y de secuencias efectistas que nos (des)colocarán en un punto de vista tan externo a la cinta que cada vez será más difícil volver a ella.
En pocas palabras, tenemos una historia que pudo desarrollarse en 25 minutos pero en la que se (mal)acomodó hora y media más de pequeñas secuencias prácticamente inconexas en las que la investigación de Lockhart se desvía con tal premeditación que, de nuevo, lo que quiere abrevar de la incomprendida Shutter Island (EUA, 2010) -en donde las pistas son falsas pero nunca inútiles como aquí- se transforma en una nada, revolcada y retocada, que incluso se da el lujo de un añadido en donde el tono de thriller psicológico que nunca consigue pero que persigue con desesperación, se convierte en casi horror de cine de serie B, en el que pasamos de ese tufillo ligero y volátil de Matrix al del Ciempiés humano (Holanda, 2009) con todo y sus lo-curas.
En ese añadido, después de un casi final casi desalentador en donde Lockhart prácticamente se convierte en la persona que busca en el hospital (de nuevo Shutter Island proyecta su sombra evidenciando cierto plagio, digamos, bien intencionado), aparece una secuencia que va de un incesto diabólico, al peor Fantasma de la ópera (EUA, 1925) que verán en sus vidas, a un baile locos nerones presenciando un incendio y que hace que olvidemos todo tipo de referencias que pudieran explicar tales desvaríos, incluso las que nos llevaban a lo mejor de la Serie B.
Esperen. En medio del desastre narrativo, del plagio mal realizado, de secuencias gratuitas y de traiciones a su propio universo, ¿al ser Lockhart un representante del capitalismo extremo convertido inexplicablemente en un Tayler Durden de las finanzas, es esta película una fábula desangelada sobre la muerte de ese capitalismo? Si cumpliera con las reglas narrativas de la fábula lo sería. Pero eso tampoco ocurre.
La cura siniestra
(A Cure for Wellness, EUA-Alemania, 2017)
Dirige: Gore Verbinski
Actúan: Mia Goth, Dane DeHaan, Jason Isaacs, Celia Imrie
Guión: Justin Haythe
Fotografía: Bojan Bazelli
Duración: 146 min.