Burning, crítica. Película de la semana.

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Burning.
No estar, no contar
Por Erick Estrada
Cinegarage

Podríamos pensar en Burning como una historia de ausencias. Y podríamos hablar de ella como si se tratara de una historia de olvidos. Pero Chang-dong Lee (director y co guionista) se las arregla para entretejer una narración abierta, de despistes en los que el aire susurra dudas que se convierten en sospechas para luego atorarse en acciones que suben de intensidad a cada capítulo, en la que la ausencia y el olvido follan para devolvernos a todo envuelto en nada.

Hae-mi (re)conoce en la calle a Jong-su (fueron amigos en la ya lejana infancia) y entabla con él un reencuentro que no carece de reclamos de tiempos pasados (“me dijiste que era fea” le escupe) desahogados en sexo casi casual y casi amistoso. El casi es una palabra que tendremos que usar a lo largo de Burning pues detectando un poco de malicia en la mirada de Hae-mi reconoceremos también la casi ausencia en este espacio y tiempo de Jon-su, absorbido en su propia rutina demandante (su padre está en la cárcel acusado de algo que probablemente no hizo) y que al momento de hacer el amor con su antigua-nueva amiga es retratado más como una hipnotizada víctima que como un joven libre y sin compromisos.

En esas dudas se plantea y se desenvuelve este thriller sexual urbano en el que Hae-mi se descubre probablemente (casi) como una marionetista que como practicante de pantomima (su pasatiempo) y pasa de ejecutar un simple truco en el que finge comerse una naranja inexistente a tirar de los hilos la percepción de Jong-su a quien le ha resumido en muy pocas palabras el secreto del mimo y al mismo tiempo le ha narrado lo que probablemente hará con él en adelante: el secreto de la pantomima no es hacerte creer que aquí hay una naranja, sino hacerte olvidar que no está aquí.

Jong-su entra a la vida de Hae-mi y al hacerlo ella desaparece (cuando despierta ¿la marioneta olvida a quien la maneja?) solamente para resurgir de no sabemos dónde acompañada de un nuevo personaje, Ben, quien parece estar destinado a desequilibrar la relación de estos dos con inquietantes comentarios, con pilas de dinero que no sabemos de dónde vienen y con pasatiempos que se confiesan solamente en el momento certero (¿es acaso otra marioneta que ha olvidado los hilos invisibles que la controlan?). Y después, Hae-mi desaparece otra vez, ahora sin dejar rastro.

“Tienes que olvidar que la naranja no está aquí”.

Se agradece siempre que la malicia de los personajes sea sugerida, que las situaciones y en este caso las resoluciones abiertas sean complemento de una narración que si bien está diseñada para envolvernos y envenenar nuestra percepción, tengan un fin tan amargo y tan brillante como el que propone Chang-dong Lee. ¿Estamos acaso ante una especie de versión alterna de la maravillosa Vértigo (EUA, 1958) de Alfred Hitchcock? En ella vemos casi impávidos cómo es que un hombre se entrega a la obsesión con una mujer que parecía haber desaparecido y que reaparece solamente para cerrar un círculo en el que este hombre ciego de deseo es la víctima última. En Burning ese aroma hitchcockiano llega hasta nosotros con una movida maestra, a través de las omisiones y no de las conjeturas que aquí no nos llevarán a ningún lado.

En este juego de ausencias (la naranja, la mascota, Hae-mi, su padre, una explicación) Jong-su entra en un remolino en el que desesperadamente busca una salida sin darse cuenta que la mujer que ya no está probablemente esté moviendo los hijos para hacerse la invisible; entonces el thriller que había iniciado casi como un triángulo amoroso trae recuerdos de la impía Audition (Japón, 1999), en la que el plan de planes existe porque no lo vemos aunque siempre esté ahí. Pero ¿está moviendo los hilos en realidad o eso es sólo una posibilidad?

“Olvida que no estoy aquí”.

El thriller  de Chang-dong Lee se convierte entonces en un resorte en el que muy probablemente vale más el punto de vista del personaje que no está que el del personaje al que hemos seguido desde un principio. La tradición occidental nos ha enseñado que muchas de las conjeturas que extraemos de la película llegan porque una película cuenta con un punto de vista, el del personaje al que seguimos. En su descripción vaga de hechos (la película divaga deliciosamente entre los personajes para enredarnos como están enredados ellos) y en su final abierto, violento, onírico en sus últimos minutos a pesar de surgir de una narración realista casi cruda, Burning parecería decirnos que ahora que hemos olvidado que alguien no está aquí podríamos releer la misma narración desde ese punto de vista, el de alguien que ha desaparecido… O el de alguien que aparece sin razón y aporta vaguedades a la narración para fundamentar sus propias certezas.

¿Qué pasa si en ese final brutal y desconcertante de Burning decidimos re armar la historia no desde el punto de vista de Jong-su, sino del de Ben, titiritero de personas’ ¿Y qué pasa si en lugar de ellos dos decidimos recorrer lo que ha pasado desde la visión de la desaparecida Hae-mi que a veces parece que observa todo como quien llama por teléfono y nunca responde? Entonces Burning se convierte en una experiencia escalofriante, un thriller hitchcockiano con almodovarianos personajes que dicen cuando callan, en una violenta experiencia en donde la rabia nos rodea y nunca ataca, aunque muerda poco a poco nuestra nublada percepción. Una delicia.

“Me dijiste que era fea”.

CONOCE MÁS. Este es el episodio en el que Erick Estrada resalta 10 cualidades de la película coreana Estación zombi.

Burning
(Beoning, Corea del Sur, 2018)
Dirige: Chang-dong Lee
Actúan: Jong-seo Jun, Ah-in Yoo, Steven Yeun, Seong-kun Mun
Guion: Chang-dong Lee, Jungmi Oh
Fotografía: Kyung-pyo Hong
Duración: 148 minutos.

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