Belzebuth, crítica

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Belzebuth.
Los rituales del bien
Por Erick Estrada
Cinegarage

Los rituales del bien también son violentos. Extraer la oscuridad, detenerse en la frontera de lo que parece ser el bien para enfrentar a lo que parece ser el mal es un juego peligroso que es comprendido por muy pocos y experimentado aún por menos gente.

Esa parece ser la puerta de entrada a Belzebuth una aventura sobrenatural dirigida por Emilio Portes que ha probado más de una vez ser capaz de acercarse a esas mismas fronteras para desarrollar historias que hasta ahora estaban profundamente ligadas a la narrativa del cine mexicano y que ahora entran de lleno y con un tino espectacular a historias y géneros que inexplicablemente ese mismo cine se había prohibido: el terror adulto.

En la película debut de Portes, Conozca la cabeza de Juan Pérez (México, 2008), un terror de maldiciones e instrumentos sanguinarios, un toque premeditadamente obvio de grand guignol y comedia de embates rudos, se cruzan para confrontar a un público que a veces olvida que esos son precisamente los ingredientes de sus películas favoritas.

Más o menos lo mismo ocurre con Pastorela (México, 2011) y El crimen del Cácaro Gumaro (México, 2014), en donde la dosis de comedia esperpéntica (hola Álex de la Iglesia) sube y se evidencia para darle a estas historias más alegóricas que sobrenaturales un sello personal que ahora, afilados los bordes y pulidas las aristas encuentra en Belzebuth (con un estupendo guión co escrito con Luis Carlos Fuentes) una pista de aterrizaje que por un lado se siente completamente natural pero que a la vez resulta sorpresiva por no decir sorprendente.

Si se hizo a conciencia o no termina por ser hasta cierto punto irrelevante, pero resaltemos la extraña colisión de fronteras en las que Portes se había expresado hasta ahora (el grand guignol y el humor popular; el terror de intensidad casi familiar con la simbólica pelea entre bien y mal que ya de entrada son y serán las pastorelas; las ciencia ficción que aparece a media broma multi referencial) para que las fronteras que coinciden en Belzebuth tomen una nueva dimensión y entreguen una propuesta de cine de terror que rebasa ,y por mucho, al terror mexicano que a veces falla de manera irremediable -esos casos de “terror 100% mexicano” que nos hicieron padecer cosas como La Santa Muerte (México, 2007) o Cañitas (México, 2007)- pero también al mal llamado nuevo terror estadounidense con aberraciones light como El conjuro (EUA, 2013), Annabelle (EUA, 2014) precuelas y secuelas, o una ya interminable lista de exorcismos y áticos embrujados.

Al naturalizar su anécdota en la frontera mexicana Belzebuth no solamente descontamina sus paisajes y sus escenarios (la famosa descentralización de las anécdotas) sino que comienza a jugar con una idea que la dota de cierto grado de originalidad, una idea trabajada, pulida y acomodada de la mejor manera, algo que el terror contemporáneo olvida hacer más veces de las que quisiéramos. Emmanuel Ritter, nuestro protagonista (Joaquín Cosío encanchado), es un policía orillado a sus límites, encargado y convencido (o eso creemos) del trabajo que le toca desempeñar y a su vez víctima de los mismos casos que tiene qie perseguir y desenmarañar. Ello lo lleva, un golpe a su convicción tras otro, a los terrenos que para efectos de su película Portes define como el de los “forenses paranormales”; pero que dentro del género del terror lo ubica, nuevamente, en la frontera entre la ciencia y la creencia (¿es lo mismo tener fe que creer?).

Poco a poco, a cada capítulo de esta narración de capas que parecen hundirnos en lugar de llevarnos a la luz (recuerden, estamos hablando de terror cinematográfico), los giros de la historia confunden y aíslan a este policía que a veces parece estar haciendo lo correcto pero otras da la impresión de caminar en sentido contrario.

Emmanuel queda entonces atrapado en una zona indefinida en la que la pistola y el crucifijo representan sus armas (y su defensa) bajo la almohada, mientras su investigación se debate entre la ciencia y la superstición persiguiendo a individuos que no dejan claro el lado en el que están parados en cualquiera de estas fronteras. Con ello y con giros ágiles en el guión (la escena de la tentación a Emmanuel, tentación un poco común pero que nos regala uno de los mejores momentos en Belzebuth; la visita a la lectora del Tarot) Portes despoja a su anécdota de la salida fácil que marca a los desastrosos desenlaces que hemos tenido últimamente en el terror: la de la solución salvadora en cuanto el crucifijo se hace presente, la de la defensa infranqueable que proporciona el agua bendita o cualquier otro símbolo del bien cristiano. Es decir, en el guión de Belzebuth surgen estorbos a su desenlace antes que salidas “convencionales” (cualquiera otra propuesta habría arreglado todo con un exorcismo de eterna duración, con la presencia de un santo, con un rezo secreto) que si bien en el pasado le han regalado al cine grandes momentos, últimamente han sido utilizadas de manera tan simple como frívola desmoronando, ya lo dijimos, películas completas.

En Belzebuth ocurre lo contrario y arriesgadamente Portes levanta ahí su propuesta de terror mexicano. Por un lado apropiándose el terror como debe de hacerse, no en el terreno de la leyenda (que es donde fallaron apuestas como Cañitas) sino en el de su peso contamporáneo al usar, utilizar, manipular y redondear imágenes, ideas, situaciones y manifestaciones que hoy son sin duda parte de la oscuridad de un país oprimido por muchos males, no por uno: la narco violencia, la imaginería y superstición de sus santos (los de los narcos), sus rituales, los modos del crimen y los vicios de la corrupción (que es otro crimen), el sincretismo tradicional y el posmoderno que a veces ayuda y otras estorba. Ahí Belzebuth da en el blanco como lo han hecho propuestas igualmente valientes como Somos lo que hay (México, 2010), El espinazo del Diablo (España-México, 2001), Los parecidos (México, 2015), Atroz (México, 2015) y ahí, para dejarlo más que claro, está la mayor parte de su propuesta y el origen claro de la inquietud que genera en quien la ve.

Quien entre al túnel largo y laberíntico de Belzebuth (que una de las traducciones del nombre sea “El señor de las moscas” tampoco es gratuito) encontrará eso en la sólida superficie, pero también detectará la historia de un ser humano, un policía, un agente del bien a quien todo mundo ahora asocia con el mal (¿los rituales del bien también son violentos?), orillado a sus límites y en busca de una señal que le diga si avanza o retrocede, como probablemente lo hace buena parte de un país oprimido por un imperio. ¿Cuál es ese imperio? ¿El de la teoría conspiratoria vaticana que oportuna, sutil y fieramente lanza Belzebuth, la película? ¿El del crimen? ¿El de la corrupción? ¿El de su historia? ¿El que está del otro lado de la frontera? ¿Cuál de todas las fronteras? Eso ya debe decidirlo cualquiera que experimente esta apuesta. Afortunadamente el buen terror tiene innumerables traducciones.

CONOCE MÁS. Esta es la crítica de Erick Estrada a El crimen del Cácaro Gumaro, dirigida por Emilio Portes.

Belzebuth
(México, 2017)
Dirige: Emilio Portes
Actúan: Joaquín Cosío, Tobin Bell, Tate Ellington, Aida López
Guion: Luis Carlos Fuentes, Emilio Portes
Fotografía: Ramón Orozco Stoltenberg
Duración: 114 minutos.

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