Pantera negra, crítica

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Pantera negra.
El esfuerzo que se desperdicia
Por Erick Estrada
Cinegarage

Eliminemos la paja encima del proyecto Pantera negra. Proyecto. Porque por lo que se ve, se lee, se oye y por lo que se platica alrededor de la película, esta es solamente una parte de un plan más elaborado.

El primer kilo de paja sale volando al decir que si algo en este plan no fuese redituable el sistema haría lo que hace siempre: bloquear su avance o ignorarlo para dejar que muera de aburrimiento. Si se produce dinero en 2018 rescatar al personaje creado por Stan Lee y Jack Kirby en plena efervescencia de la lucha por los derechos civiles en los Estados Unidos de los años 60, eso se pone en marcha. Ahora, también hay que decir esto: si al rescatar un proyecto redituable éste impulsa cosas con propuesta (mucha, poca, superficial o profunda) nadie debería quejarse.

Un segundo kilo de paja desaparece al aclarar también que Pantera negra, la película, juega un papel importante en el proyecto alrededor de ella: equilibrar racialmente las pantallas de Hollywood que, volvamos al punto uno, ya se dio cuenta que es preferible tener al público afroamericano dentro de las salas que fuera de ellas.

El proyecto incluye entonces, una larga sesión de declaraciones de principios, de señales, de canciones, de pósters y un diseño de producción que devuelva presencia a la cultura afro americana en los Estados Unidos (y por derivación en el mundo) incluyendo su historia, dolorosa y violenta como la de las razas conquistadas en el colonialismo para después ser explotadas en el capitalismo (y aquí debe hablarse también de razas originarias como las que habitan y habitaron México y el resto de Norteamérica).

En medio de esas declaraciones, limpiemos de nuevo el panorama. A pesar de que Pantera negra cuenta con un cuerpo creativo que pertenece en su mayoría al sector afroamericano, no es ni de chiste la primera en lograrlo o intentarlo (aunque, efectivamente, que su director, el co-guionista, el autor de las canciones originales y demás miembros del equipo lo sean le da desde ese aspecto un lugar predominante en los blockbusters de este siglo). Sólo por enumerar cintas que han hecho del discurso de Afro América algo suyo con sus problemáticas y sus demandas, podemos repasar (con matices) a la siempre menospreciada El color púrpura (EUA, 1985) de Steven Spielberg, Shaft (EUA, 1971) de Gordon Parks, Boyz N The Hood (EUA, 1991) de John Singleton, Precious (EUA, 2009) de Lee Daniels, Malcolm X (EUA- Japón, 1992), Do The Right Thing (EUA, 1989) Jungle Fever (EUA, 1991) las tres de Spike Lee e incluso The Wiz (EUA,1978) del buen Sidney Lumet.

Acomodada ya en su lugar (hay quien en ese aspecto ya la ha llamado vanguardista y no lo es) lancemos una pregunta antes de desbrozar más la vereda: ¿Por qué la gran industria no le pidió a Spike Lee encargarse de un proyecto casi punta de lanza como este cuando ya Kenneth Branagh shakespirizó Thor (EUA, 2011) con muy buenos resultados? En primer lugar Spike Lee no está precisamente en su mejor momento y en segundo, la carga política y social de las historias que acostumbra exige proyectos menos traslúcidos como lo es una película de superhéroes surgida de la factoría de Marvel, en donde la casa domina al creador la mayor parte de las veces.

El asunto aquí, es que al abrir las puertas a Ryan Coogler (fantástico su Creed, muy buena Fruitvale Station), éste se encargó de proporcionar la carga política que merece el momento en que se estrena su película con juegos de autor que Marvel permite celebrar y que dan, sin duda, los mejores (y probablemente los únicos) resultados en la cinta.

En primer lugar está su reparto y la decisión de darle a sus voces el necesario y hoy combativo acento africano (real y simbólico). Alrededor de ello un despliegue visual que desfolkloriza lo africano (aunque no lo crean en algunas películas “sobre África” sólo falta ver un cazo al fuego con cuerpos humanos cocinándose) y que le dará a la historia colores y formas que antes simplemente eran ignorados o interpretados de forma innecesaria.

En segundo lugar, la banda sonora trabajada por el sueco Ludwig Göransson se complementa con una serie de canciones realizadas, escritas, curadas (a veces una cosa, a veces la otra) por Kendrick Lamar y Anthony Tiffith, fundador de Top Dawg Entertainment que abrió las puertas para que sus artistas colaboraran con Lamar. ¿El resultado? Al ser Lamar una de las voces más críticas de esta generación y al ser sus armas la música y el hip hop, la carga política que sugiere el guión, la combatividad que se ve aplacada por las herramientas de Marvel, la ligereza de los diálogos en la cinta, lo políticamente traslúcido de su propuesta llega para el público adulto de parte de “Black Panther” ese álbum alterno, complementario, que es una especie de juego de meta realidades entre el propio Lamar y T’Challa, el rey de ese país utópico e imaginario que es Wakanda, y al mismo tiempo, un soporte extra a la historia que en la película se desarrolla.

Pantera negra, el proyecto, cuenta entonces con todos estos elementos. Se trata de un juego de mercado de parte de Marvel que adecuándose a 2018 demandaba una historia abierta a la cultura afroamericana y que un joven creador aprovecha (la historia dirá qué tan conscientemente) para darle a partir de una banda sonora alterna una carga política importantísima, especialmente si pensamos que el mercado natural de este mensaje, de este proyecto, es el público pre adolescente.

Aceptando eso, aparecen las oportunidades perdidas de la película, ninguna de ellas sorpresiva al estar inmersa en un universo mercadológico tan grande que se ha convertido en un Titanic en espera de su último anochecer. Como toda película de superhéroes la historia está supeditada a la fórmula que glorifica las escenas de acción y pelea para concretar una misión pobremente descrita, con diálogos minúsculos y sin vida, con conflictos desarrollados con prisa y solucionados de la misma forma y que, descuidando doblemente a su público pre adolescente, termina por ser una oferta de poca calidad cuando en este momento contamos con propuestas a ese mismo público -o a uno mucho más joven- que cuentan con más trabajo y cuidado. Pongan en esa lista a Star Wars: los últimos Jedi (EUA, 2017), Coco (EUA, 2017) y Paddington 2 (Reino Unido-Francia-EUA, 2017).

Es decir ¿tenemos que soportar un producto cinematográfico narrado y resuelto con prisas sólo porque se trata de una película diseñada para pre adolescentes? La respuesta es no y un ejemplo (de varios existentes) de sus descuidos es fácil de elegir: que en la película contemos con una tecnología tan avanzada capaz de solucionar todo no sólo dota a los personajes de una invulnerabilidad que a su vez elimina todo rasgo de tensión en la historia, sino que se lleva a la coladera toda credibilidad en su propio universo: todo es posible y si todo es posible, nada es debatible; sin debate no hay evolución. ¿Explica ello su epílogo unido con pegamento invisible?

Y sin embargo, dentro de ella, de la misma forma que ocurre con su sorprendente álbum alterno, la película demuestra destreza y efectividad. Pero cuidado, lo hace cuando se separa todo lo posible del mundo de los superhéroes en el cine. Es decir, cuando nos olvidamos de un conflicto mundial de consecuencias monumentales, cuando nos deshacemos de los super villanos, cuando entramos al mundo de una Wakanda más de cine de aventuras, cuando Pantera negra se refugia en cintas de aventuras presentes en la inspiración de la propia Star Wars: los últimos Jedi, es que la película entrega sus discursos más propositivos, no sólo en lo dramático (ahí se nota el trabajo de Coogler guionista y director), sino en lo político (“Yo no sirvo a mi país, salvo a mi país” recita gélida Shuri, competencia directa del más vanidoso pero brillante Tony Stark).

Sin embargo, a pesar de todos estos elementos, de ser un gran vehículo a través del cual miles de niños y pre adolescentes (afro americanos predominantemente pero no de forma exclusiva) encontrarán inspiración y emoción, la película sale de su amnesia y recuerda que le debe su vida al mundo Marvel, que debe embonar con un universo de superhéroes que la espera en el futuro y se transforma nuevamente en una propuesta ahuecada a golpe de mercado, sin alma propia, una cinta de peleas que contradicen incluso el discurso de Lamar en “Black Panther”, el álbum. La oportunidad se desaprovecha en un 70%: la de convertirse en una (real) película bandera para nuevos espectadores, con una carga política llegada de un disco que exige algo más de madurez pues es, repitamos, una parte más de este proyecto.

Si Pantera negra inspira a su audiencia (que no está en el mundo adulto), el logro habrá sido mayúsculo porque es de entre todo lo que ha hecho Marvel, una de las menos vacías. Pero si de entre ofertas a las jóvenes audiencias hay que elegir, Pantera negra, con todo y sus pasos adelante (veremos qué tan conscientemente se dieron) queda a deber, no al dar su grano de arena en la historia del cine afro americano ni al entregar propuestas, esas sí, determinantes en la vida de un artista como Kendrick Lamar, faro de muchos de los jóvenes que verán esta película. Queda a deber porque tendiendo oportunidad no escapa de discursos oligárquicos (en Pantera negra quien no pertenece a la realeza simplemente no luce) como sí lo hizo y lo hace Star Wars siglo XXI, y tampoco busca calidez real como lo hacen propuestas mucho más trabajadas como lo es la sorprendente y sorpresiva Paddington 2.

Marvel no está listo y desperdiciaron aquí, en 134 minutos (innecesarios, de verdad) no una sino varias oportunidades para que su paso hacia adelante marcara un antes y un después. Si dicen que con esta película lo lograron, ese es otro elemento del proyecto, un pequeño empuje en la maquinaria de mercado. No más.

CONOCE MÁS. Esta es la crítica de Erick Estrada a Star Wars: los últimos Jedi.

Pantera negra
(Black Panther, EUA, 2018)
Dirige: Ryan Coogler
Actúan: Chadwick Boseman, Michael B. Jordan, Lupita Nyong’o, Danai Gurira
Guión: Ryan Coogler, Joe Robert Cole
Fotografía: Rachel Morrison
Duración: 134 min.

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