Ghost in the Shell, crítica de la película

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Ghost in the Shell
Existencialismo artificial
Por Erick Estrada
Cinegarage

Es difícil que una historia que surge de la ciencia ficción consolide un mensaje en tiempos como estos, en los que varios de los avisos lanzados por las viejas historias del género se han concretado entre nosotros: gobiernos que espían a niveles inconcebibles a sus gobernados; ciber guerras que deciden elecciones persidenciales en los países más poderosos del planeta; desastres ecológicos que propulsan revueltas y escapes en mundos de cromo y arena.

Es probablemente esa dificultad la que ha empujado a muchos autores (no quiero entrecomillar) a llevar la ciencia ficción cinematográfica de nuestros años al otro extremo, a los viajes intergalácticos, al enfrentamiento del hombre con sus miedos allá, entre las estrellas, tomándose así también la libertad de inyectar todo con efectos especiales que si bien hoy gozan de un nivel inimaginable hace 7 años, se quedan precisamente en eso: efectos.

Adivinando que muchas de las reflexiones y de las ideas lanzadas en Ghost in the Shell son herencia directa y sin filtros del manga y el anime en que está basada, la película se decide a tomar el riesgo final y a aceptar que ésta historia debe desarrollarse en un futuro cercano en el planeta Tierra y que ese planeta Tierra debe lucir espeluznantemente parecido al de nuestros días.

Esa mezcla de mitad y mitad es lo que hace de Ghost in the Shell algo disfrutable. Con sus altas y sus bajas (esos momentos de diálogos muertos, ese final apresurado que lanza un tufo de insustancialidad muy peligroso), la entrega de Rupert Sanders es un paquete balanceado de cuestionamientos existenciales batidos con inteligencia artificial y cyber punk entresacada con cyborgs y la eterna insatisfacción de la especie humana (lo que nos devolvería de hecho a los cuestionamientos existenciales), con un despliegue visual planificado, regalos a la pupila de mundos y luces y colores que van del juego con efectos visuales que generan atmósfera (difícil lograrlo en la ciencia ficción, tanto que aquí ello funciona en un 60%) a la imitación de colores y texturas que también se adivina le deben todo al manga y al anime (ese Takeshi Kitano, campeón sin corona de esta historia, sentado en una oficina jade tan tarantinesca como surgida de un Blade Runner ultra estilizado).

Entre ambas, un trabajo actoral contenido para bien. Con el peligro eterno de la sobreactuación en historias en donde conciencias encerradas en cuerpos robóticos se ven a la cara con personajes inyectados de bio mecánica y cyber añadidos, el mestizo reparto de la película juega con inflexiones de la voz que en otros mundos (recuerden, esto es ciencia ficción) sabrían impostadas y exageradas pero que aquí se hacen de juegos casi teatrales que si bien no saben del todo naturales tampoco estorban.

Estamos construyendo nuevos héroes, nuevos personajes que son en parte el Frankenstein perdido en busca del padre que lo ha despreciado, en diálogo existencial con un nuevo experimento como el que a él le dio vida pero en donde el perfeccionamiento se manifiesta con cruel belleza. Por ello, no desagrada lo “heroico” en el tono de ciertas frases, de ciertas miradas. Tampoco lo hace que esa misma teatralidad trasmine en los movimientos de los cuerpos, especialmente los que realiza Scarlett Johansson, dueña absoluta de los encuadres suficientemente imaginativos de Sanders (ese caminar casi Robocop, esa mecánica sutil en varios de sus movimientos).

Así -y si bien es difícil cantar victoria con Ghost in the Shell en la hasta ahora infructuosa búsqueda de un nuevo clásico en la ciencia ficción- podemos afirmar que hay en esta propuesta ingredientes clásicos de la ciencia ficción más dura (de ahí lo que le hereda desde el manga y anime a The Matrix) que se mezclan bien con una pantalla casi barra de degustación de postres visuales, peleas en estrobo, dulces que nos harán morder un nada despreciable anzuelo, el de los rounds existenciales hombre-máquina, conciencia-irrealidad, virtual-mentira, identidad-nombre-memoria, búqueda personal-justicia mundial, futuro-autos retro (genial que hayan decidido usar autos viejos), armas de paz-guerras de egos, todo con un moño gigantesco en el regalo: esa secuencia armada a balazos -de nuevo- del señor Takeshi Kitano, retratada en amarillos lluviosos, a medio camino entre el cine de John Woo y el western de invencibles.

Debe ser una gozada tener esto en cines a la edad de 13 o 15 años.

Ghost in the Shell: la vigilante del futuro
(Ghost in the Shell, EUA, 2017)
Dirige: Rupert Sanders
Actúan: Scarlett Johansson, Michael Pitt, Juliette Binoche, Michael Wincott
Guión: Jonathan Herman
Fotografía: Jess Hall
Duración: 107 min.

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