FICM 2016 – 08. Vedettes y apocalipsis

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FICM 2016 08
Vedettes y apocalipsis
Por Erick Estrada
Cinegarage
Enviado

Bellas de noche
En un despliegue de inspiración y oportunidad María José Cuevas consiguió, a largo de varios años, implementar un documental sorpresivo e inesperado por varios frentes, uno que habla de las vedettes, mujeres multifacéticas del espectáculo nocturno de la Ciudad de México que tuvo su último momento de esplendor en los años setenta y ochenta alimentado, sobre todo pero no de manera exclusiva, por el cine popular mexicano y sus sexy comedias.

Ese, un periodo hoy menospreciado desde la comodidad del México actual, es uno que debe ser entendido, contextualizado, al cual debe dejarse de satanizar. Es ahí que la inspiración y oportunidad de María José Cuevas hacen de las suyas para hacer su parte en esta película que habla de la vida actual de estas artistas de la noche que, incluso a pesar de muchos, en su momento (aunque de manera involuntaria) representaron un pequeño grito de libertad en un mundo tan denso y oscuro como el del espectáculo nocturno mexicano.

Una a una estas vedettes se presentan en pantalla mostrando sin reservas y sin vergüenza las distintas marcas que en ellas ha dejado la vida, se trate de arrugas y cicatrices o de memorias negras de actos injustos. Una a una dimensionan el trabajo de la vedette y dejan claro que no era, como se comenzó a creer entonces y como se cree ahora, un trabajo sencillo.

“La belleza era parte del espectáculo” declara Rossy Mendoza, orgullosa de haber formado parte de ese mundo. Wanda Seux habla de la creación del personaje para poder enfrentar al público y sobre todo para comunicarse con él. “Hay que lanzar un embrujo al público” dice Princesa Yamal para explicar cómo se lidia con la presión de sus escenarios. Y ahí el documental deja claro su tono: no se trata de mostrar personajes trasnochados en un México que hoy los ignora; esto no se convertirá en una lista de lamentos ante un mundo perdido; aquí no habrá juegos ante la cámara para hacer creer que hay demencia en donde solamente existe intensidad.

Por el contrario. Bellas de noche hace ver el peso pasado y el actual de personajes que hoy resultan extravagantes en un mundo donde se precia y se aprecia la normalidad, en donde paradójicamente se sigue señalando a quien destaca sin importar por qué lo haga. Lo hace ver, acierto extra, sin una voz que nos guíe en esta exploración, sino a través de las memorias y las ideas de estas mujeres expresadas por ellas mismas, sin un enfoque abusivamente sociológico y sin comparar al pasado con el aparente presente desventurado de estas mujeres.

No, la cinta de Cuevas deja entrever ese mensaje de libertad que se expresaba a través del desnudo femenino, el vuelo eterno de estas mujeres que tocaron los cuernos de la luna y los excesos de Blake que las acomodan ahora en una sabuduría callejera y cotidiana, una sabiduría en ellas mismas y no necesariamente la que se denomina “normal”.

¿Bajarán alguna vez al mundo de los mortales? ¿Les gustará tanto este mundo que no sabe ya nada de ellas? Bellas de noche no necesita responder esas preguntas pues en lugar de hacer un recuento histórico o sociológico de estas vedettes, de las películas en que participaron, de la forma en que se vivía en esa época especialmente dentro del mundo del espectáculo y del cine (aunque indirectamente se hace), es más bien una revisión del nuevo cotidiano de estas mujeres castigadas sin saberlo por el culto actual a la juventud, por el desprecio hacia el pasado que se vive en un mundo tan frugal como el nuestro, por la admiración de la belleza física.

En ese nuevo cotidiano las vedettes que le entregaron sus días a María José Cuevas (las noches ya se las habían regalado al México de aquella época) reivindican la madurez y la experiencia, los años vividos (que son vistos como un lastre monstruoso por las nuevas generaciones), las arrugas, todo sin que la película intente siquiera llevarlas al ridículo, sino dejando saber que, precisamente, sus excesos y esa sabiduría personal (pocos pueden presumir conocerse tan bien como estas mujeres se conocen a sí mismas) las acomodan en una dimensión alterna a la nuestra en donde pueden parecer chillantes y escandalosas pero que dejan de serlo cuando recordamos lo plano y soso en que este mundo se ha convertido.

Bellas de noche es una exploración a la otra belleza, a la que no resbala por las curvas de los senos de Lyn May ni se arrula en el violín exhuberante de Olga Breeskin o que retoza en la cintura de Rossy Mendoza o que baila en los peinados popeados desde el punk de Wanda Seux. Es una exploración a la belleza de esa época, de quienes la vivieron y de las mujeres que hoy usan esas memorias para inspirarse a sí mismas que al parecer es la única forma de sobrevivir en un planeta tan descarnado como este.

 

Lupe bajo el Sol
A veces con ejercicios como este se puede detectar la mano o el ojo del director para trabajos posteriores y en algunas de las cancinas secuencias de esta nueva historia de migración (este migrante pierde todo) puede detectarse ese ojo y esa mano, pero la insistencia en el tono documental y en el afán de que la realidad penetre a la cámara en lugar de tomar las armas necesarias para que sea la cámara la que penetre a la realidad (dando análisis, lecturas, interpretaciones y puntos de vista), Lupe bajo el Sol se calcina sin remedio.

¿En dónde hay ojo y mano? En la transformación de sus escenarios. Al comienzo, cuando el viaje de este anciano migrante nos es presentado, las calles menos famosas de Los Angeles (que vive de la pobreza de estos trabajadores) lucen sencillas, limpias, humanas. Hacia la segunda parte el ritmo da muestras de cambio (lo cual habría sido sensacional si se completara ese crecimiento) y las mismas calles se dejan ver sucias y decadentes.

¿En dónde está el error? Que ese manejo en un tono y ritmo tan propenso a lo monótono, a un discurso visual prácticamente inexistente, choca con el (manipulado o no) cambio de escenarios (que por otro lado no cuenta con propuesta o búsqueda estética) y la lectura no se completa. En consecuencia evidencia aún más el alto total en que vive su narración y lo monótono de su historia que se contamina de un mal similar.

¿Se trata de una película de amor o de odio al migrante? ¿Es una fábula narrada por una voz infantil que busca que pensemos en los migrantes o que dejemos de pensar en ellos? Su cámara no nos deja verlo ni saberlo. Sus no actores no dan la información necesaria. Su montaje no quiere dar esa (y prácticamente ninguna otra) información. Probablemente no lo sabremos por mucho tiempo.

 

Las tinieblas
La negación. Esta inquietante, poderosa, bellamente vacía película de Daniel Castro Zimbrón es una lista de negaciones de su historia y para su historia que se transforma lentamente pero con paso firme y continuo en un hipnótico grito del estado de las cosas: ¿esta familia encerrada en una cabaña a la mitad de un tétrico bosque post apocalíptico es un símbolo del México que se refugia ante el peligro más allá de su puerta?, ¿donde está la madre?; pero puede ser también un juego violento y místico con personajes paranoicos y disparatados, de esos que enamoran en los filmes de género de países impronunciables; es también una oscura obra de teatro que busca enredar los motivos y las razones con los miedos y las sin razones.

Lo que es seguro es que se trata de una apuesta inquietante, que escapa de la lógica con fundamentos ligeros pero profundos (nunca sabemos en realidad si estos son personajes sobrevivientes de un apocalipsis mundial) y que nos lleva a una dimensión de sueños casi materialez y que desdibujan la división entre realidad e irrealidad.

Al inquietarnos la película se permite jugar y juguetear con cientos, miles de preguntas que se acomodan en su dinámica pantalla, en esa búsqueda del encuadre explotado al máximo, en esas luces que juegan con las dimensiones de esta pequeña cabaña en que la familia rota se esconde de una amenaza que gruñe allá afuera llegada de no sabemos dónde.

Las referencias obvias pero incompletas estarían del lado de Av. Cloverfield 10 (EUA, 2016) y su encierro enigmático y claustrofóbico. Si bien el universo que dibuja sin mostrarlo es muy similar y si también no hay intención de mostrar respuestas a las preguntas, Las tinibelas (preciosa palabra hermana de oscuridad en el idioma español) tiene también ingredientes de esa otra oda sci-fi a la claustrofobia inducida que tampoco da respuestas sino que las multiplica y que es recordada como El cubo (Canadá 1997).

Las tinieblas manipula universos alternos y diversos con un lenguaje que serpentea entre quinqués y engranajes de madera del horror a la ciencia ficción, al drama familiar y al terror enigmático de décadas que echaremos de menos o que querremos conocer. Nos lleva de esas amenazantes pero finas tormentas en bosques de árboles que se mueven gigantescamente de regreso a la negación afortunada de una historia convencional, de la luz exterior (en esta película la luz está encerrada en una pequeña caja de madera), de la música que cuando aquí aparece suena a viejo entre todo lo nuevo del juego visual de esta parábola cinematográfica.

La negación del clímax habitual compensada con la experiencia de sus finales de capítulo, puñetazos de incoherencia gratificante, de sinsentidos oníricos del terror más depurado envuelto en encuadres y montaje casi clásicos, dialéctica arriesgada que aquí por razones que pueden verse pero difícilmente explicarse, estallan en un resultado afortunado ante el infortunio de estos personajes de un mundo que no quiere ser nuestro mundo y que es vigilado por un lobo sereno impasible ante el rugir de lo que sea que hay allá afuera: monstruo, bestia, humanos violentos o el futuro.

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