El buen amigo gigante, crítica

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El buen amigo gigante
La sinfonía de Spielberg
Por Erick Estrada
Cinegarage

Imaginación. En una película que ha sido maltratada por una crítica que a su vez se ha dejado manosear por películas de una literalidad insultante -no importa qué tan desbordados sean sus argumentos- Steven Spielberg nos pide que usemos la imaginación.

Para ello se vale de las primeras líneas del libro de Roald Dahl “El buen amigo gigante” (o “El gigante bonachón”, escojan su versión) en las que una pequeña huérfana nos ambienta en la noche en que conoció al gigante que le transformó la vida. Es, de hecho, lo primero que escuchamos en esta película.

Musicalidad. Al lado de la imaginación convocada por Spielberg tenemos la sorprendente música (para variar) de John Williams, que condensa una especie de sinfonía en lugar de entregar una banda sonora en sentido estricto. Es con ella, con la música, con los pasos que impone Williams, que Spielberg arrulla su historia, la de dos huérfanos (la niña del orfanato y el gigante que no sabe realmente de dónde vino) que se dan la mano para sobrevivir en un mundo mucho más extravagante que la colisión de los suyos. Y en ese arrullo están por supuesto los tiempos de una sinfonía, los fortes, las pausas, los pasos, los capítulos que Spielberg se dedica a rellenar con secuencias imaginativas y flemáticas a la vez.

Imaginativas, por ejemplo, como cuando aparecen esos planos secuencia (herederos absolutos del equivalente en su otra película maltratada, Las aventuras de Tin Tin) en los que se redimensiona físicamente a su personaje central, una niña huérfana pero aventurera (incluso fuerte y conquistadora interpretada con desparpajo por Ruby Barnhill), pero menospreciada en un universo en donde todo es mucho más grande que ella.

Flemáticas cuando, para dejarnos descansar de los fortes de esta sesión sinfónica de matinée (en el mejor de los sentidos), entra a capítulos no imcomprensibles pero si indescriptibles desde un medio que no sea el audiovisual: ese desayuno en los salones del Palacio de Buckingham en donde los flátulos enmarcan alegre y (por fortuna) escatológicamente, la eterna lucha entre el pésimo café inglés y el amor por el té en ese país, incomprendido en el resto del mundo.

Spieberg, en medio de todo ello, deja colar ideas que hablan más de su amor por el cine y la imaginación que muchas películas de otros tantos realizadores y en ello, por ejemplo, la aparición de una linterna mágica no es para nada gratuita.

Imaginación. El mal que el cine contemporáneo padece ha desprovisto a muchos de imaginación y esa, sólo a manera de remate, es la idea central que Roald Dahl quiso comunicar desde siempre y es el arma principal de esta peculiar película de Spielberg, con narraciones enfocadas a explotar la cabeza de los niños: ¿alguien puede pedir realismo conociendo de antemano el nombre de la película, ¿alguien busca lógica en una narración interdimensional?, ¿alguien de niño cuestionó el final de un cuento?

Porque no hay que olvidar que en este caso el sinfónico Spielberg que nos presenta a una chica que nos cuenta su viaje al mundo de los gigantes (ya sea que lo leamos como el mundo de los adultos, como a su propio futuro en una Inglaterra que entraba a la segunda mitad del siglo XX, como el encuentro con un adulto imaginativo y bonachón, como la metáfora de una chica que se abre paso en el mundo gigantesco diseñado por y para hombres), ese es el Spielberg que le habla a los niños.

Nada más.

El buen amigo gigante
(The BFG, EUA-Reino Unido-Canadá, 2016)
Dirige: Steven Spielberg
Actúan: Rebecca Hall, Mark Rylance, BIll Hader, Jemaine Clement
Guión: Melissa Mathison
Fotografía: Janusz Kaminski
Duración: 117 min.

Comments (2)

    • dice que si esta buena para los niños los adultos necesitan usar mas la imaginación en esta película es decir que no le busques mucha lógica y que te dejes llevar

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