Buffalo Juggalos, crítica. FICUNAM 2015

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Buffalo Juggalos
“Que te valga madres”
Por Andrés Azzolina
Cinegarage

En los ochenta nació un grupo llamado Insane Clown Posse. Es un dúo de hip hop hecho por blancos que se pintan la cara como payasos y rapean intensamente sobre lo sobrenatural y el horror. Son fundadores de un subgénero autodenominado horrorcore, y aunque seguramente ustedes no tenían idea de que existieran, han tenido una influencia brutal en cierto sector de la cultura norteamericana.

En la década dorada del hip-hop, Insane Clown Posse llegó para abastecer a la población blanca de las clases media y baja (principalmente en ciudades menores), que no se identificaban con el hip hop por ser “música de negros”. Tuvieron tal éxito que tiempo después sus fans se fueron transformando en una subcultura bautizada como “juggalos”: gente que utiliza ropa holgada y permanentemente se pinta la cara como payaso. Es un estilo de vida que hoy en día se transmite entre generaciones y cada año se realiza un festival masivo en Ohio llamado “The Gathering of the Juggalos”. Su logotipo (por llamarlo de alguna forma) es un hombre corriendo con un hacha y su bebida de preferencia es un refresco barato llamado Faygo. Hay un sector que defiende que son un conjunto de valores y un hogar para todos los que coincidan con sus gustos y creencias, y otro sector que actúa prácticamente como una pandilla.

Saber esto en realidad no es necesario para poder ver Buffalo Juggalos, la película de Scott Cummings que con apenas 30 minutos de duración logra llevar su retrato de esta subcultura a niveles extraordinarios. Pero nunca está de más saber.

Buffalo Juggalos es una película compuesta por treinta planos de un minuto (aproximadamente, no los conté). Cada plano es una unidad de espacio, tiempo y presencia. Podríamos llamarlos plano-secuencias, pero es un término demasiado arraigado al cine de ficción dramática, del que Buffalo Juggalos está muy alejado. No creo que podamos hablar de secuencias (más que por unos pocos travellings monumentales que en realidad mantienen la misma lógica), ya que la película funciona más bien a partir de la suma de retratos que corren a veinticuatro cuadros por segundo, pero que por lo general sostienen una pose o acción sencillísima y al mismo tiempo híper-expresiva. Todo se mantiene suspendido, y en todo caso toda la película sería una única gran secuencia.

Tampoco hablamos de un documental en el sentido más estricto. Si bien se encuentra entre ambas regiones, la película utiliza elementos de la realidad para construir una atmósfera y sensaciones alejadas totalmente del realismo. El sentido plástico es fundamental, las composiciones, siempre frontales y al centro de cuadro, son maestras, así como el manejo del espacio dentro y fuera de cuadro y los planos de profundiad. Cada plano es una unidad aislada, casi abstracta, especialmente porque la cámara normalmente permanece fija, pero de pronto los elementos que cruzan el cuadro en el fondo, o los sonidos off nos resaltan que las unidades del plano no se limitan a lo que vemos, sino que representan microuniversos. También es maestro el manejo del color, predominantemente verde, rojo, morado y naranja en tonos fosforescentes que contrastan con lo parco del entorno en el que se desenvuelven los juggalos, generando así una sensación de transgresión del mundo. Los colores de los juggalos no son lo que normalmente asociamos con el caos y la destrucción, y sin embargo son de lo más agresivos.

Los personajes desbordan expresividad. Normalmente mantienen una acción sencilla (columpiar a sus hijos, trenzarse el pelo, fumar marihuana) mientras miran directamente a la cámara durante un minuto entero. El resultado es muy comparable a la manera en que Godfrey Reggio (Koyanisqaatsi) utiliza la mirada a cuadro: una contradicción entre acercamiento y distanciamiento, una estilización total de la presencia humana. El simple encuentro de nuestra mirada con la suya nos abre una ventana para observar toda una condición de vida de manera parcial, que no podemos terminar de aprehender con la simple mirada y que nos obliga entonces a completar con nuestro propio bagaje. Por un lado podemos ver una vida casi marginal, suburbana, suspendida en el tiempo, llena de un resentimiento antiguo y asimilado, que no se deja ver más que en la violencia tanto de la propia presencia de los personajes (un maquillaje y una mirada de lo más perturbadores), como de sus acciones (más de una vez los vemos golpearse por aburrimiento, destruir cosas y cometer actos delictivos). Pero por el otro lado queda mucho misterio en torno a quiénes son estos personajes, de dónde vienen, por qué hacen lo que hacen, etcétera.

Es justo esta falta de información uno de los valores más grandes de la pelícual. A nivel sonoro opera principalmente la omisión de diálogos, la presencia cercana de los sonidos incidentales y ambientales. Es una imagen no realista con un sonido híperrealista. La ausencia del lenguaje verbal permite que nos aproximemos a ella de formas no racionales, sino más sensoriales o emocionales, lo cual la hace llegar a niveles extraordinarios conforme las acciones se vuelven cada vez más perturbadoras.

Así como su comparación más obvia, Harmony Korine, la película no juzga a sus personajes, sino se mimetiza con ellos, se vuelve cómplice.

Scott Cummings tiene un Tumblr (buffalojuggalosfilm.tumblr.com) en el que hay una especie de manifiesto ético con el que trabaja, cuyos puntos incluyen evadir la narrativa, buscar la sinceridad y no la ironía, participar en actividades criminales y mi favorito: NFG no fucks given (que te valga madres). El resultado es un visceralismo estilizado, a la vez violento y evocativo que al balancear tantas contradicciones termina por enfrentarnos con nuestra propia idea de realidad.

 

(Esta crítica forma parte del trabajo que alumnos del CUEC realizan a manera de registro y cobertura del FICUNAM 2015)

Buffalo Juggalos
(EUA, 2014)
Dirige: Scott Cummings
Guión: Scott Cummings
Duración: 30 min.

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