DOCSDF 2014. La danza del hipocampo. Crítica

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La danza del hipocampo
La atemporalidad, la memoria, el mar
Por Andrés Azzolina
Cinegarage

En 1983 Chris Marker estrenó Sans Soleil (Francia, 1983) y desde entonces, para un grupo reducido de devotos seguidores, el cine se transformó en algo nuevo. Si bien el concepto de “ensayo cinematográfico” es anterior, esta película es un ejemplo brutal del nivel de profundidad que puede tener un discurso intelectual narrado a partir de la exploración del lenguaje audiovisual. Sans Soleil explota la capacidad de las imágenes asociada a un cuestionamiento poético sobre la memoria, el tiempo y la percepción. Narrada a partir de un cineasta, el acto de filmar es a la vez un fin y un medio. Por esto mismo, la película se vuelve un objeto demasiado íntimo, que brilla por su honestidad, sencilleza y complejidad.

Menciono esta película porque es imposible hablar de La danza del hipocampo, de la mexicana Gabriela Domínguez Ruvalcaba, sin referirnos constantemente a ella. Ambas películas giran en torno a temas similares y utilizan mecanismos parecidos. Dejemos, sin embargo, la referencia francesa atrás y pasemos directamente a lo que nos atañe. El título, La danza del hipocampo, proviene de la región del cerebro en donde se almacena la memoria a largo plazo: el hipocampo. Todo el inicio de la película se busca crear relaciones entre la atemporalidad, la memoria y el mar, por lo que la figura de este animal acuático tiene un nivel metafórico interesante. Efectivamente nos esperan ochenta minutos de una zambullida en el mundo del recuerdo y la percepción.

Narrada por un personaje que pareciera ser la propia directora, desde un enfoque muy íntimo y personal, la película utiliza imágenes de distintas procedencias para danzar al rededor de un montón de aspectos que se producen a partir del cuestionamiento de la memoria. Por un lado están las imágenes filmadas para narrar el discurso de un guión que se siente muy literario. Son las imágenes más ilustrativas, y las que generan mayor relación entre lo que vemos y lo que escuchamos. Estas imágenes reflejan a una cineasta que filma de acuerdo con sus intuiciones críticas, que se arriesga con planos fijos y los mantiene durante varios minutos. De lo más entrañable, un paisaje marino que vemos por varios minutos mientras escuchamos la relación entre dicha imagen y la percepción del tiempo.

En segundo lugar están las imágenes de archivo, con las que la película logra explorar su aspecto más íntimo: son todas películas caseras de la familia de la directora. En ellas se intenta ejemplificar la función de las imágenes como marcas de un tiempo que se esfuma y su relación con los recuerdos personales. Pareciera que la idea es que a partir de ver dichas imágenes, generemos una serie de recuerdos similares a los de la directora, o mínimo evoquemos los propios.

Por último están las imágenes que tratan sobre otras imágenes. Estudios cercanos al material. Justo hacer presente su carácter físico: las imágenes producidas en película tienen un sentido de objetización del tiempo que las imágenes digitales, en su carácter más efímero, no logran registrar del todo. En estos estudios explícitos se hace más evidente la búsqueda ensayística de la película, y son la clave para que podamos querer asociar todas las imágenes cotidianas con los temas abstractos que se plantean.

La idea de “danza” ejemplifica muy bien la estructura narrativa. Es una película que a pesar de divagar con rigor dentro de varios temas, pareciera que tuviera breves encuentros con todos los derivados de su tema central, en una especie de coreografía que no necesita necesariamente progresar como discurso. Un aspecto importante, para bien y para mal, es que la película se mantiene flotando al rededor de ciertas problemáticas en una postura bastante estática para llegar a una conclusión final. Sin embargo, dicha conclusión se siente más como un cierre que como la síntesis de un proceso.

Si bien el discurso de la película es bastante interesante, es un discurso que se ha tratado muchas veces en el cine y las artes del siglo XX, y que se necesita una mirada muy particular para que su repetición brille como algo nuevo. Volviendo a Chris Marker, Sans Soleil es una película que abre las posibilidades para un cine ensayístico que destaque por sus capacidades de intimidad. Sin embargo, creo que los recursos que utiliza La danza del hipocampo le juegan un poco en contra, la hacen sentirse como algo que hemos pensado antes.

Por un lado, la voz en off se encuentra en un punto incómodo entre un discurso demasiado académico y científico, y un acercamiento demasiado individual y sin rigor. Pero el problema más grave es que busca constantemente hacer poesía sobre lo que se dice. El problema es que el tipo de poética que pretende manejar la película es muy poco cinematográfica. Recae demasiado en la palabra y menos en las relaciones de la audiovisión. Si bien la película sí genera un montón de asociaciones entre lo que vemos y lo que escuchamos, no son suficientes como para permitirse todas las licencias poéticas que se le da a la voz. La búsqueda constante de poesía en lo que se dice es una muletilla que le estorba a la verdadera capacidad poética que tiene el cine: evocar con el montaje, los encuadres, los sonidos, los colores y las expresiones de los seres representados.

Es una película bastante entrañable, honesta y sin pretenciones. Y es justo por esto que es una lástima que no logre llegar a un nivel superior pues tiene todos los ingredientes para ser una experiencia única. Pero el problema recae en un tratamiento de las imágenes que no logra ser efectivo. Se reitera demasiado en las películas familiares y resulta un exceso que enajena los recuerdos de la narradora y vuelve imposible que un espectador ajeno a su universo se pueda relacionar con dichos recuerdos y hacerlos suyos, justamente porque pretende crear poesía literaria todo el tiempo a partir de ellos. Hace falta que la voz deje tanto lo académico como la cursilería y nos muestre una relación mucho más visceral y apasionada tanto con las imágenes como con el discurso.

Por último, a pesar de todo, La danza del hipocampo se encuentra dentro de aquella región del cine en la que las películas están hechas con cierto rigor e intenciones que su valoración va más allá del gusto personal. Es una película de exploración personal a través del uso del lenguaje. Se ve a leguas que es un trabajo serio que parte de la investigación y los cuestionamientos cinematográficos, por lo que independientemente de ciertos aspectos formales que pueden o no gustar, siempre será grato e interesante dejarse llevar por este tipo de discursos y descubrir su capacidad de transportarnos por un hilo de pensamiento. Es una película bastante íntima y honesta que debería ser recordada como un ejercicio importante dentro del cine mexicano. Pero la memoria tiene mecanismos extraños, por lo que solo el tiempo le dará un nuevo sentido a estas imágenes.

La danza del hipocampo
(México, 2014)
Dirige: Gabriela Domínguez Ruvalcaba
Voz en off: Tamara Mazarraza
Guión: Gloria Carrasco, Carlo Roberto Corea Pacheco
Fotografía: César Salgado Alemán, Alejandro Rivas Sánchez

Comments (2)

  1. Muchas gracias por la detallada crítica Andrés. Sólo una pequeña precisión: el guión es de Carlo y Gabriela únicamente, no hay ninguna Gloria Carrasco dentro de nuestra película. Saludos de la producción.

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