Nebraska, crítica

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Nebraska
El movimiento
Por Erick Estrada
Cinegarage

Blanco, negro y paisajes abiertos. Por un momento, sólo por un instante, me vino a la cabeza Las viñas de la ira (EUA, 1940) de John Ford. La depresión en las sombras y la ropa que bajo la mirada del digital en blanco y negro de Phedon Papamichael, parece siempre polvosa y áspera, me llevaron a la eterna nube que sigue ese otro viaje en el que Ford disectó sobre la mesa una crisis económica que partió a Estados Unidos en millones de pedazos al mismo tiempo de dejar constancia de las raíces de lo americano, de su espíritu, de su materia.

Al poco tiempo del asalto de la idea Nebraska toma su propio rumbo. El viaje primero parece no querer iniciar pero finalmente comienza navegando las planicies del medio oeste americano. De nuevo la cámara se acomoda y deja todo insertado en el horizonte. Este hombre, Woody Grant (un Bruce Dern luminoso y sin palabras) que físicamente se derrumba y que moralmente es cuestionado por todos, después de mucho está en busca del millón de dólares que se le ha prometido como ganador de un concurso del que nadie sabía nada. Es la jarra de oro al final del arco iris y es también la promesa de una vida mejor en los terrenos de cultivo de California. Hay que dejar el hogar y ponerse en movimiento. Es la razón de una road movie: cambiar, moverse, ir hacia allá.

Con elementos tan sencillos Alexander Payne regocija el mundo de nuestras ideas con otra disectación, aclaro de nuevo, ahora sí muy distante a la de John Ford. Payne entenderá lo que se respira en las calles y en las carreteras de Estados Unidos en otro proceso de crisis, igualmente financiera pero visiblemente más presente en lo moral, en la avaricia y en la envidia. América ha cambiado y lo que sobrevive, es ese espíritu de moverse y reclamar el producto del trabajo real (“esta casa la construyó mi padre” le dice Woody a sus hijos, con voz que delata orgullo, nostalgia y rabia al mismo tiempo). Lo que queda vivo es un anciano al que todos creen enfermo y terminal.

Por ello Payne deja los planos casi siempre abiertos. Tenemos qué ver la dificultad con la que se mueve Woody-vieja América y las vueltas que dan los buitres que quieren sacar el último bocado de él (casi todos buscan una rebanada de ese millón de dólares). Tenemos que ver el pavimento sin pisar, la monotonía de esa nueva América inmóvil en sus salas. Por ello los grandes angulares de su cámara muestran las salas llenas de gente viendo la televisión, los comedores con todos a la mesa casi sin nada que compartir, todos inmóviles.

El escape a ese pequeño y elegante claustro de los encuadres de Payne son los diálogos. Algo de vida queda en ese anciano que se cree millonario que esgrime un sable de humor ácido e irónico cada vez que alguien se le enfrenta, toques de genialidad que no hacen sino subrayar la mediocridad que lo rodea pero que lo acusa a él de ser el conformista.

La otra respuesta, la que completa el esquema, es el movimiento. Antes de emprender su viaje el anciano iba en busca de esa jarra de oro a pie, por un camino, por el otro. Incluso a la mitad del viaje abandona su cama para seguir moviéndose, para recorrer el horizonte, para ser parte de esa tierra que ve cómo las casas construídas en el pasado aguantan tornados, mientras que las construidas hace poco se vienen abajo cuando la bolsa se derrumba.

Moverse, de carretera en carretera, de pueblo en pueblo, de bar en bar, de la barra a la mesa, así es como este anciano hace circular el espíritu dentro de su cuerpo. Los demás bsucan siempre el ancla, no han salido de su pueblo y extrañamente salen de su casa. Esos límites son bien marcados por Payne, insisto, con embarrones de humor descolorido pero bien nutrido (la secuencia del robo del compresor de aire, por ejemplo). Contrastando el transitar eterno (y también profundamente americano) de su personaje central con la inmovilidad de casi todos los demás, remata su road movie con sesiones de reconciliación, entre padres, entre hijos, entre camaradas, una de las funciones reales del road movie, del movimiento en sí: el cambio eterno, la carretera llena de manchas de aceite.

La recompensa parece poca (pero sólo lo parece) en el anticlimático pero muy luminoso cierre de Payne. Arrugas y rostros serenos enmarcados perfectamente en una historia ligera, pero no por ello menos cierta. Arrugas y rostros serenos.

Nebraska
(EUA, 2013)
Dirige: Alexander Payne
Actúan: Bruce Dern, Will Forte, June Squibb, Bob Odenkirk
Guión: Bob Nelson
Fotografía: Phedon Papamichael
Duración 115 min.

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