The Secret Life of Walter Mitty, crítica

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The Secret Life of Walter Mitty
El clásico
Por Erick Estrada
Cinegarage

Las fechas de fin de año son siempre complicadas y revisar la nueva versión de The Secret Life of Walter Mitty fue prácticamente imposible. No dudo del trabajo de Ben Stiller pero ni lo acostumbro ni Cinegarage lo permite: hablar o escribir de películas que no se han visto en realidad. Simplemente no resulta profesional.

Al acomodarse así las cosas, preferí remitirme a los clásicos y en este caso se trata de uno realmente grato. La primera versión de The Secret Life of Walter Mitty se guardaba en mi memoria como una muy grata experiencia infantil y en esa memoria se mezclaban, curiosamente, las luces de navidad en que me tocó verla aquella vez.

Por supuesto, en ese entonces no conocía a Norman Z. McLeod, director de la película, pero curiosamente sí había visto en la tele un par de sus trabajos más aplaudidos, Monkey Business (EUA, 1931) y Horse Feathers (EUA, 1932), esas caóticas pero bellísimas comedias que me hacían fantasear con los hermanos Marx y la extraña familia que componían en comedias tan ilógicas y absurdas pero que no podía dejar de ver. El comienzo de Walter Mitty fue, en consecuencia, magnético.

Ver a Danny Kaye (de quien mi padre era fan absoluto) regañado por su madre en el camino al tren y ver cómo se dejaba ir en sus fantasías entre infantiles y completamente necesarias, me hizo conectar con él de forma absoulta. La cinta cuenta la historia del joven Walter Mitty, escritor de pulp-fiction que está a punto de casarse (por lo visto a la fuerza), situación tan estresante (debe pedir aumento, seguir con su trabajo, obedecer a su madre) que provoca que sus famosas fantasías diurnas se disparen como nunca antes.

Claro, siendo escritor de historias de crímenes pasionales, de invasiones de otros mundos, de monstruos y asesinos, su personalidad escapa a fantasías dirigidas por su alter ego en donde se ve reflejado tanto su ingenio para escribir como la necesidad de ser reconocido, tanto su gran imaginación como la necesidad de escapar de un trabajo y una vida tan encerrada.

La sorpresa. En medio de su rutina se cuela una aventura que, más allá de no querer dejar que pase de largo, lo enreda poco a poco con un truco que hace que las realidades, el destino, los deseos o la casualidad se entretejan en un nuevo y pequeño universo en el que las cosas son tan improbables como posibles, tan gratas como peligrosas y tan ilustradoras como divertidas: la mujer que aparece constantemente en sus fantasías es parte de este thriller real y de alcances internacionales. Walter, en consecuencia, no puede (y miren que le cuesta entrar) dejar escapar la oportunidad.

Desde ahí la película se transforma y de nuevo las realidades se nos diluyen de la misma forma en que se le diluyen a Mitty, los sueños cobran forma y, claro, las confusiones no se hacen esperar. El thriller se mezcla a su vez con la comedia de enredos y el talento para el slapstick fino y elegante de Kaye aparece apoyado en un par de números musicales que, de nuevo, hacen que tanto el pulso de McLeod como el talento del comediante fabriquen universos alternos dentro del que a su vez es la película, aderezado todo con gratísimas intervenciones como la de Boris Karloff en un casi cameo de locura que, de nuevo, multiplica como en casa de espejos las realidades que aquí se mezclan (del pulp fiction a la vida real, del terror a la comedia).

Al revisarla, surgió la idea de compararla con Bolt (EUA, 2008), una historia en la que de la misma forma el cuento dentro de la película se concreta, en la que accidente por accidente el personaje que ya sabíamos es irreal cobra forma en la “realidad real” para preparar la conclusión. Ello fue impulsado por el leitmotiv de la cinta, la canción “Beautiful Dreamer” (que entre otros interpretara Bing Crosby) que a la vez define e impulsa a ambos personajes. Habría entonces que revisarlas juntas.

The Secret Life f Walter Mitty es así, en su época y en su tiempo, una gran apuesta soportada en las espaldas de su director y del gran Danny Kaye, divertida y fugaz pero con una anécdota valiosa y redonda que aún hoy, fuera de contexto, tiene mucho qué decir: el valor y el derecho que tenemos de escapar de la agenda al mismo tiempo de darle un valor real a lo que se sueña, aunque se haga despierto.

No se espanten, la apuesta suena cursi y acaramelada, pero la película no lo es en absoluto y tampoco hay rastros de lecciones de vida o de discursos de superación personal. Se trata más bien de una mezcla de realidades en medio de una mezcla de géneros, de un electroshock vital, una enorme lección de comedia ligera pero intensa, fina, elegante, de esa que hoy se echa tanto de menos.

The Secret Life of Walter Mitty
(EUA, 1947)
Dirige: Norman Z. McLeod
Actúan: Danny Kaye, Virginia Mayo, Boris Karloff, Ann Rutherford
Guión: Ken Englund, Everett Freeman, Philip Rapp
Fotografía: Lee Garmes

Comments (5)

  1. Hola,

    Pues yo considero que por profesionalismo deberían ver la versión actual. Muchos de nossotros ingresamos a su sitio para tener su punto de vista de lo que vemos hoy día, pero si nos van a reseñar una película que no podemos ver en pantalla grande, mejor abran una nueva sección en el sitio que se llame “Clásicos por descubrir”

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    • Totalmente de acuerdo.

      Lo que acabo de leer es una critica sin criticar, es una comparación sin comparar.

      Vamos Erick, ya eres el señor Estrada, ya hace bastantes ayeres que dejaste atrás tu infancia (al menos la cronológica ), te agradezco tu referencia sobre la primera versión, pero atrévete a mirar la versión actual, el mundo fantástico de tu niñez esta a salvo no te preocupes, hoy vive$ gracias a tus criticas sobre películas que están en cartelera y muchas veces basas tu trabajo en tu larga experiencia adquirida vista a través de muchísimos años de estudio y de ver cientos y cientos de filmes de toda clase y calidad. Anda Erick nos merecemos algo superior de Ti ya que en la ” LATA” se pueden encontrar criticas como las que tu hoy tramposamente haces, criticas sin criticar y comparas sin comparar.

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