GIFF 2

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GIFF 2
El día de la juventud
Por Erick Estrada
Cinegarage

Al intentar rescatar el espíritu del Festival de Cine Guanajuato, la mañana tenía que comenzar revisando cortometrajes. Recordemos que hasta hace no mucho este festival estaba dedicado al cortometraje y por ello revisar lo que la gente de este estado está filmando en ese formato sonaba como una buena idea. Lo fue hasta cierto punto.

De la Selección Oficial Guanajuato de hoy habría que rescatar en realidad muy poco y mencionaré solamente a El cielo en el lago, de Ruy Portillo y Mujer tierra de Bárbara García (a pesar de lo extremadamente convencional de su forma que, según yo, desaprovecha una estupenda historia que calificaría incluso como de vanguardia en cuanto a derechos civiles de las mujeres se refiere). Está también La calaca, de Nils MacQuarrie, basado principalmente en experiencias más que dedicarse a contar una historia, y muy por debajo Bettina, de Jazmín Elizabeth Martínez González que aunque con buena manufactura y cierta idea de la imagen descarrila precisamente cuando necesitaba despegar para no levantarse jamás.

Los demás cortometrajes no cumplían siquiera el rigor mínimo en forma y fondo como para presentarse en un festival internacional de cine. Las explicaciones de por qué sí lo están nos las debe el departamento de programación.

Lo siguiente, sin embargo, cumplió con todos los requisitos para estar presente en cualquier festival de cine que se quiera nombrar. Peso elefante, de Daniel Borgman, es una historia contada con lo esencial del cine -el encuadre y los rostros- de un chico que lleva todas las de perder: no vive con su madre sino con su abuela y su tío, no es popular en la escuela y no tiene amigos verdaderos. Con ese arranque tan sencillo Borgman narra el enfrentamiento de este niño -que no quiere dejar de serlo- contra la maldad y la frialdad de un mundo que no nos educa para verlo así, sino todo lo contrario.

Al encontrar al niño deambulando en sus pensamientos, en sus pequeñísimos logros que lo hacen sentir como un héroe y, sobre todo, sin caer nunca en sensiblerías ni tonos rosas que cuidan de corazones débiles, Borgman deja clara en la pantalla el rompimiento de esa infancia, su derrumbe ante un mundo que parece insensible a ello, en el que los adultos son eternos ausentes o seres en decadencia física y mental sin opción para comunicarse con ellos.

En esta historia que apuntaría en manos menos certeras hacia lo cursi y a la invasión de la nostalgia, la cámara lenta de Borgman sirve para subrayar momentos y luces que, por el contrario, enfrían y envilecen al mundo que rodea a este niño a pesar de contar con encuadres llenos de luz y tonos dorados. El guión, por su parte, construye solamente los símbolos que necesita para pasar de acto en acto (un monstruo marino imaginario que juega un papel emocional importante, un juego en la clase de natación que resulta determinante y la necesidad de los niños de recibir atención) y conduce a un final anticlimático pero intenso y sólido.

Algo similar, aunque con evidencia de mayor torpeza, ocurrió con otra ópera prima aunque en este caso mexicana, Somos Mari Pepa, de Samuel Isamu Kishi Leopo, que rescata a su premiado cortometraje (Mari Pepa) para extender la historia de un grupo de cuatro amigos con la peor banda de punk en la historia que, al centrarnos en el guitarrista del grupo -un adolescente típico de la clase media mexicana que está “obligado” a vivir con su abuela- entrega un buen retrato, más fresco de lo que parece, del momento que es la adolescencia y de su encontronazo con el mundo al que todos los de esa edad entrarán eventualmente.

Kishi Leopo tiene un ojo hábil para registrar la interacción de este grupo de amigos y, aunque largos y monótonos, los capítulos de ensayo de la banda demuestran que tomando las cosas con calma se obtiene realismo y se deja al público entrar a la historia que se quiere contar. Kishi Leopo lo consigue pero, curiosamente, al dedicarse a contar la historia que le interesa, la película se siente dividida, en dos tonos: el juvenil casi documental y el de un director lleno de memorias que quiere contar cómo su personaje central (que ha perdido su guitarra, que no se comunica con su padre pero que a su manera lo hace con su abuela, sin rumbo en la cabeza típica del adolescente) obtiene sus propios recuerdos.

La cinta funciona, se siente amable y deja ver incluso la enorme depresión en que vive una ciudad como Guadalajara, que paso a paso, error tras error, pierde encanto y sobre todo futuro. Eso sí, ello resulta el tema ideal para este pequeño viaje punk sin pretensiones. El problema es que, conforme el final se acerca, a veces uno cree que la cinta debió de tener algunas.

El otro inconveniente es que siendo tan fiel a la naturalidad, Somos Mari Pepa recoge tácitamente una actitud machista -extra a la inexperiencia juvenil que las provocaría pero nunca las justificaría- que ya no debería tener un toque de gracia y que -ahí confirmé mi teoría- hace reír a la gente en lugar de provocar alguna reflexión, por no hablar de que es el ingrediente principal de secuencias enteramente gratuitas, como la del puente.

En medio de las dos películas, la Conferencia Magistral del director de cine Danny Boyle, un tipo enamorado del cine (y del cine “a la antigua, al que extraño terriblemente ahora”, dijo) que quiso siempre hablar de ello a pesar de la entrevista a la que fue sometido que lo llevó, sin embargo, a un anecdotario didáctico, ilustrador y muy simpático de sus rodajes y de cómo decidió hacer cine.

Gratísima experiencia escucharlo de nuevo (lo entrevisté antes del estreno de Sunshine, una de sus películas menos comprendidas); comprobar que posee un espíritu juvenil y en contra de muchos vicios del sistema (“nunca me gusta rodar con presupuestos elevados, siempre hago todo por evitarlos. La playa es la excpeción y sé que no es mi mejor trabajo”); que sabe que el cine vive una crisis creativa de la que hay que escapar (“la televisión funciona ahora mejor, por eso trabajo en un piloto que con suerte se convertirá en una serie de tele”); que hace de la música un personaje más de sus películas y que no le teme a los géneros.

Danny Boyle recibió por la noche un homenaje en el teatro Juárez en Guanajuato en donde se proyectó Tumba al ras de la tierra, pésimamente registrada en programas, catálogo y publicidad como “Tumba abierta” por parte de este festival. Si la buscan en inglés para revisarla el nombre original es Shallow Grave.

Comment (1)

  1. Efectivamente, la organización ya es insuficiente, se les ha salido de las manos, y la selección oficial en cortos deja muchísimo que desear como lo comentas, saludos desde Gto.

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