Shame. Deseos culpables. Crítica

8

Shame
Deseos culpables
El yonki desencantado
Erick Estrada

Steve McQueen. Escena introductoria. Un hombre despliega su rutina y su desnudez frente a nosotros. La cama lo repele en su soledad. Las cortinas anuncian el inicio del ciclo cuando escuchamos que se mueven para dejar entrar la luz. La impertinencia del teléfono que trae la voz de alguien a quien no queremos ver, porque en esa escena introductoria, en esa rutina sabemos que somos como él, que experimentamos la misma soledad.

El metro lo recibe hundido en una multitud que tampoco quiere verlo. Soledad. Luego la cama está llena. Una mujer lo acompaña pero no podemos verle el rostro. No importa, porque a él no le importa.

Vuelve al metro, la mujer sigue mirándole. O es la misma o a todas las ve iguales. No tardamos mucho en saberlo. Las mujeres son la vasija de su adicción y nos encontramos con la contraparte del Patrick Bateman en American Psycho (EUA, 2000), el sanguinario violador adicto a sí mismo que rondaba las calles de Nueva York. Este es Brandon y su adicción a sí mismo se manifiesta en otras formas, en las líneas de una vagina que le habla todo el tiempo. Es adicto a sí mismo y lo expresa a través del sexo. Con quién, no importa. Es la cantidad lo que interesa.

Después, la rutina del escarseo social, del coqueteo con la única finalidad de penetrarla se repite hasta el cansancio, nuestro cansancio, porque Brandon está como pez en el agua repitiendo pavlovianamente la rutina que lo llevará a su nirvana: el sexo a toda costa. Es un jabalí en la rueda de plástico del hamster.

Más tarde, la rutina del escaseo social, del coqueteo con la única finalidad de penetrarla, se rompe con la aparición de una mujer distinta, una a la que no quiere ver, con la que no puede estar, quizá por ser la única además de su madre a la que no quiere en su cama. Su hermana entra a la jaula neoyorkina y la rueda de plástico del hamster se escapa del eje. David enfrenta a su hermana porque con ella la rutina de la soledad desaparece y es la soledad la que sobrevive. Todo se ha ido al carajo.

Al contrario de los viajes rutinarios de su hermano, McQueen nos la planta en un rudísimo close up triste y perturbador. Ella canta y no está ahí. La canción suena pero significa otra cosa. Los encuadres con que la presenta McQueen (o mejor dicho el encuadre) son igualmente demandantes y oscuros y sabemos ahí que de no ser porque comparten madre, para Brandon esta mujer sería otro yonki en la acera.

En el rebote de soledades de estos dos personajes es donde está la gran apuesta de Shame (debiendo llamarse Vergüenza fue pésima y moralinamente bautizada en México como Deseos culpables), una exploración densa y peleona de las adicciones de nuestras ciudades, de la desfiguración de las personas en una sociedad vacía y turbia. McQueen pone frente a la gente al Bateman oscuro, al que debe tragar en lugar de escupir, al que no sabe e qué dirección camina el tren. Lo hace con golpes visuales y encuadres forzados, distorsionados, golpes que no avisan su llegada y diálogos que de tan reales generan dos sensaciones. Una, que lo que vemos es un diálogo improvisado. Segunda, que así hay que improvisar casi todos los días diálogos semejantes. La vida es una mala improvisación.

Por ello Brandon se evade en esa rueda de plástico, en ella siempre sabe qué hacer. Cuando no, cuando el sexo no es la finalidad, cuando el día lo atrapa en busca de la vagina en turno, el encanto desaparece. McQueen se esfuerza y consigue planos nocturnos que dibujan cierta irrealidad, que en su perspectiva desfigurada comunican o la enorme tristeza de Brandon o su esquizofrenia, las máscaras que debe portar para llegar a su siguiente “víctima”. El foco coloca lo escencial frente a nostros, pero el resto pierde dimensión; no importa, no lo queremos. Son los encuadres del ego de uno y de la enorme tristeza de la otra. Los egos que combaten a la tristeza con la violencia del mecanismo roto, desaceitado; al final el foco de la cámara de McQueen consigue alejar al mundo y meternos en sus personajes. Ambos son adictos, ambos están perdidos. El eje jamás será restaurado.

Y luego, el remate. El final denso y demencial del adicto que nunca verá el fondo del barril. La jeringa, la línea, la pastilla o el cuarto oscuro. ¿Qué más da? Si la otra adicta busca una cicatriz más, para Brandon el desfogue se convierte en la inyección de cualquier droga. Y ahí es donde el verdadero nombre de la película adquiere sentido.

Shame es el reflejo de nuestras sociedades urbanas, desencantadas y enfadadas. Es el retrato de dos adictos cuyo único pecado es proceder “de un mal lugar”. Es la misma prensa que oprimió a esa otra pareja improbable en Midnight Cowboy (EUA, 1969). Es la espiral que se transforma en caída libre de Sérpico (EUA-Italia, 1973). Es la ironía violenta de Taxi Driver (EUA, 1976). Es el final oníricamente abierto de Drive (EUA, 2011).  Shame es el paraíso doloroso del adicto.

Shame. Deseos culpables
(Shame, EUA, 2011)
Dirige: Steve McQueen
Actúan: Michael Fassbender, Carey Mulligan, James Badge Dale, Nicole Beharie
Guión: Abi Morgan, Steve McQueen
Fotografía: Sean Bobbitt
Duración: 101 min.

Comments (8)

  1. Es una redacción muy rebuscada y muy poco funcional. Se trata de criticar cine, no de intentar emular autores. Si quiero leer un poema, voy y busco un libro

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  2. Magnifica, la acabo de ver, la fotografía hermosa, la música es la que acompaña el dolor y es la esperanza, impecable. La escena de sexo desbordante de caduca e insoportable insatisfacción es dolorosa para el ser humano que es bellamente filmada. Al final ese anillo de compromiso…lo hundirá al eterno retorno o lo llevará al vacío de la nada o… tal vez…. a su hilo de Ariadna!

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  3. La hermana, Carey Mulligan , representa todo lo contrario al protagonista, es completamente antishame. No teme expresarse, no tiene filtro y se desborda en lágrimas, sexo casual con el jefe de Fassbender o sangre corriendo por las muñecas. Cuando ella canta él llora, la música logra lo que las palabras y el diario vivir les han negado, la posibilidad de comunicarse y recordar el nexo que existe entre ambos.
    La hermana cumple como personaje al dar tensión a la trama y al enseñarle-recordárle a él que hay otra opción de vivir y de sentir. El final es de esperanza y no de condena.
    Quizá demasiada freudiana y con psicología de cajón,el Shame de McQueen muestra de nuevo su gran manejo del tiempo cinematográfico y de los actores. La historia queda a deber aunque no el tratamiento de la misma. Hay crudeza pero pareciera que esta solo reviste lo esquemático y que en algún momento la película desdoblará hacia otro lado inesperado. No lo hace.
    Mención aparte merece la música y toda la pista sonora. Impecable.

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  4. realmente buena, yo pense que por lo que decian las criticas era una pelicula muy vulgar pero esta filmada muy bien, me gusto que casi no hablaran todo se ve en sus expresiones, las actuaciones magnificas y la musica es perfecta. me encanto

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