Hugo. Crítica.

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Hugo
La autobiografía
Por Erick Estrada
Cinegarage

Movies touch our hearts, and awaken our vision, and change the way we see things. They take us to other places. They open doors and minds. Movies are the memories of our lifetime. We need to keep them alive.
Martin Scorsese

Scorsese es un enamorado del cine, de sus posibilidades y de sus alcances. Es una persona que ha experimenta con lo que admira, con las posibilidades del discurso audiovisual y con su alcance. El hecho que haya escogido una película que nos remite a los orígenes de lo que ama con locura es para los cerrados de perspectiva algo natural, algo que poco debería sorprender. Y sin embargo Hugo, en la enomrme simpleza de su desarrollo, es una cinta muy compleja y mucho más profunda de lo que se pueda ver en los reacomodados encuadres del Scorsese de hoy.

En primer lugar se trata de un sincero homenaje al primer mago que tuvo el cine, capaz de dotarlo de aires imaginativos y fantasiosos, a quien lo llevó a terrenos que el propio cine se negaba por falta de inspiración. Antes de George Mélliès el cine corría el riesgo de atascarse y él, aventurero, tuvo la gracia de dibujarle nuevas carreteras.

Scorsese pertenece a una generación de directores que en Estados Unidos hicieron algo parecido, sacar al cine de un estanco que difícilmente encontraba acomodo para relanzarlo y generar discursos e imágenes que hoy nos siguen fascinando.

Scorsese es también un hombre atraído no solo por lo que se ve en pantalla, sino por el proceso físico, por la mecánica que hace caminar a este Gólem, a este mecano-humano (un dispositivo mecánico-electrónico) que es el cine. Es un investigador del proceso, de la química, de los recortes, del rescate de imágenes que, él sabe, las generaciones nuevas deben apreciar o por lo menos tener la oportunidad de hacerlo. Por ello en Hugo, esos dos elementos aparecen en metáforas que de tan claras pasan desapercibidas para los cortos de vistas que hoy lo señalan como infantiloide y cursi.

En Hugo, la imagen casi perpetua del automatón es dos cosas; por definición es el mecanismo que hace que las cosas se vean como no son; y es también los sueños que esa apariencia genera en quien la contempla. Es conocer el funcionamiento de la caverna de Platón pero decidir quedarse dentro de ella solamente para admirar mejor el resultado. El automatón, obra de quien fue (ya verán ustedes) es un instrumento real, pero en Hugo es también el corazón del cine: un mecanismo que genera ilusiones, sueños, fantasías pero también pesadillas. Es la física, la química, el engrane, el mecanismo. Lo sensible y lo inteligible.

El otro camino es la investigación. El misterio que detrás de ese automatón hace que Hugo Cabret camine y se enrede en un proceso casi de restauración (de una imagen, de un robot, de una historia y finalmente de un personaje) que puede igualarse de manera casi inmediata con los procesos de restauración que Scorsese lleva a cabo desde hace años a través de la Film Foundation. Él mismo se ha encargado, como Hugo, de compilar información, regenerar imágenes, reconstruir historias que hoy se han convertido en joyas de la cinematografía restauradas por su ingenio y casi por su mano.

La salida fácil sería decir que Scorsese se retrata en Hugo Cabret, el niño intrigado por el proceso y por el resultado. Pero abriendo un poco el ojo nos damos cuenta que Scorsese es la película, que a los pocos minutos (muy pocos de hecho), se convierte en una autobiografía que habla de su admiración por cine, por su discurso y claro, del trabajo de restauración que él ha llevado a cabo. En la cinta, Scorsese es más Mélliès que Hugo, es más el develador de misterios que el niño ilusionado. ¿Una oda a sí mismo? Quizá, pero eso tampoco resultaría justo. Es un retrato de la inspiración que lo ha llevado a hacer todo lo que ha hecho dentro del cine.

Y al final está la tercera dimensión, utilizada más como personaje que como ilusión de mago barato. Es la tercera dimensión que finalmente dibuja con una perfección técnica que nunca se había visto en una ficción, el espacio en que sus personajes se mueven, un espacio que curiosamente debe dejar de ser cinematográfico para no redundar en el tema que describo arriba. Una tercera dimensión que hace de la referencia a El hombre mosca de Harold Lloyd una reflexión y no un momento “entretenido”.

Es la tercera dimensión que arma un mapa casi real, dotado de detalles oníricos. Es el contrapunto visual que deja ver detalles que cuentan algo en la historia y que en dos dimensiones no resultaría efectivo mostrar. Con esa tercera dimensión, por primera vez se construyen símbolos y otras metáforas que escaparían del ojo en dos dimensiones y que en consecuencia, dejarían incompleta la información que Scorsese quiere transmitir. Es la tercera dimensión como parte del fondo y no de la forma. Es el espacio dibujado para que naveguemos con los personajes, no detrás de ellos.

Hugo concreta todo, la imagen que Scorsese tiene de sí mismo, su empatía con una historia que, no debería extrañarnos, le resultaba biográfica de manera irresistible. Hugo es, sin duda, una nueva declaración de amor al cine de parte de Scorsese, que probablemente de manera muy conciente, vuelve a colocarse a la vanguardia.

Hugo
(EUA, 2011)
Dirige: Martin Scorsese
Actúan: Jude Law, Sacha Baron Cohen, Asa Butterfield, Ben Kingsley
Guión: John Logan
Fotografía: Robert Richardson

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